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En plena discusión sobre la despenalización del aborto, una adolescente le habla en cámara a “les diputades indecises”; un maestro cordobés es amenazado por hablar de “les romanes” en su clase de historia; la difusión del programa de salud sexual y reproductiva para jóvenes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dice “todxs tenemos derechos” y un club de fútbol de primera división recibe al alumnado de un colegio y luego agradece en su red social a “todes por venir”.
En la vereda de enfrente, la Real Academia Española (RAE), considera innecesaria la utilización el @, la x y la e en el idioma español, al mismo tiempo que aprueba palabras como “guasap” y “yutubero”. Los medios de comunicación instalan el tema en agenda, pero no modifican sus manuales de estilo y en el mundo editorial apenas asoman algunos libros escritos con variantes inclusivas.
El debate, producto de la histórica lucha por la igualdad de género, dio lugar a la configuración inmediata de defensores y detractores que, cada vez más aferrados a sus posturas contrapuestas, solo provocan desconcierto sobre lo que pasará en un futuro cercano: ¿Cómo hablarán las nuevas generaciones? ¿Es el cambio en la lengua un paso esencial hacia una sociedad más inclusiva?
El idioma español tiene reglas. Los sustantivos, adjetivos y pronombres tienen marca de género y número. Por ejemplo, en la palabra “mala” la vocal temática es la “a” y es un adjetivo-femenino-singular y la palabra “perros” es un sustantivo-masculino-plural. Para hablar de un grupo de mujeres, se utiliza el femenino, mientras que el masculino es usado no sólo para nombrar un grupo de hombres, sino también un grupo mixto: este último es el denominado masculino genérico.
Esta elección, lejos de ser al azar, fue acorde a un contexto de dominio del hombre sobre el mundo y a una desigualdad de derechos con respecto a la mujer que se mantuvo a lo largo de varias décadas. Por ser el lenguaje una convención social, ésta es la forma en que aprenden a hablar los 577 millones de hispanohablantes del mundo.
Lenguaje inclusivo, cuenta la historia
Como casi todos los procesos, la transformación de la lengua tiene su historia. En Argentina, fue en los años setenta, cuando la crítica feminista cuestionó las marcas masculinas en el castellano. Unas cuantas pioneras denunciaron diversos usos sexistas del idioma español y apostaron por la necesidad de un cambio lingüístico: el lenguaje no sexista.
Desde aquellos años a esta parte, fue un trabajo de hormigas que paulatinamente conquistó diversas esferas. Uno de los momentos de gran visibilización fue cuando la ex-presidenta incluyó en sus cadenas televisivas el hoy ya trillado “todos y todas”. En ese contexto, surgieron guías de uso no sexista del lenguaje en los medios y en la administración pública.
Pero, en los últimos años, se abandonó la lucha por la incorporación del cupo femenino para abolir, directamente, la lógica binaria dominante (hombre-mujer) y dar espacio a todas las identidades de género con el @ y la x. Enseguida surgió una nueva problemática: ¿cómo se pronuncian las palabras tod@s o todxs? Fue durante la cuarta y última etapa de esta evolución cuando la e dio respuesta al interrogante y permitió la práctica oral del lenguaje inclusivo con el “todes”.
Lenguaje inclusivo, voxes y más voxes
Las diferentes posiciones dieron lugar a un debate, que más allá del resultado, permitió al hablante reflexionar sobre el por qué de los modos de hablar. “La lengua siempre implica una arena conflictiva que se encuentra en tensión entre sus regulaciones institucionales y los procesos de cambio y transformación en el tiempo, dado el uso creativo que hacen de ella sus hablantes”, explicó en conversación con Clapps! Javier Gasparri, docente de Literatura Argentina en la Facultad de Humanidades y Artes y Secretario Técnico del Instituto de Estudios Críticos en Humanidades (UNR-Conicet), y agregó: “El lenguaje verbal cumple funciones constitutivas (más que fundamentales) en cualquier transformación. Por lo tanto es lógico y necesario que se planteen demandas allí. Las acciones que se impulsan en el uso del lenguaje inclusivo (en el sentido de no sexista) suponen el reconocimiento de exclusiones identitarias, subjetivas, corporales, que históricamente no son inocentes y no se pueden justificar del todo satisfactoriamente desde ciertos paradigmas teóricos sin hacer intervenir una dimensión política. Esas exclusiones son vivenciadas y el uso del lenguaje inclusivo puede funcionar como un laboratorio experimental que procura desandarlas y afirmar otros lugares posibles dentro de una lengua”.
La RAE, como el organismo dedicado a la elaboración de reglas normativas para el idioma español, se pronunció desde la vereda opuesta y declaró por Twitter: “El uso de la letra «e» como supuesta marca de género es ajeno al sistema morfológico del español, además de ser innecesario, pues el masculino gramatical funciona como término inclusivo en referencia a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos.”
En la misma línea, Darío Villanueva, director de la Real Academia, dijo que se está confundiendo “gramática con machismo”. Sin embargo, la institución que sí aprobó palabras como “tuit”, “yutubero” o “guasap”, tiene una historia bastante particular respecto de las expresiones sexistas: hasta diciembre de 2017 la expresión “sexo débil” fue definida como “conjunto de mujeres”. A partir de una solicitud de change.org firmada por 193.000 personas (en la que se pedía la eliminación de la definición) el organismo resolvió agregar a continuación: “con intención despectiva o discriminatoria”.
La sensación de incomodidad que para muchos produce hablar con la «e» es el objetivo de quienes promueven el cambio, porque así es como buscan ser vistos y luego, nombrados. “Entender al lenguaje como institución social nos permite dimensionar su poder creador, ya que gracias a éste recibimos un nombre y cobramos existencia en la sociedad. Si bien ese nombre nos es dado, la lucha feminista del presente nos permite cambiarlo y elegir qué lugar ocupar en esa existencia social”, expresó en charla con Clapps! Olinda Cabello, militante de la organización feminista “Mala Junta”.
“Entendemos que el objetivo del uso del lenguaje inclusivo – además de incorporar a otras identidades de género que no se sientan nombradas mediante las desinencias gramaticales masculina o femenina – es generar cierta incomodidad para interpelar a quienes participan del acto comunicativo. En cierta medida, su potencia reside en su confrontación con la normativa”, expresan desde Fundéu, un programa de la Fundación Instituto Internacional de la Lengua Española (FIILE) que en convenio con la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) de España tiene como principal objetivo impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación de Argentina.
“Fundéu Argentina basa sus recomendaciones del buen uso del español en las normas elaboradas por la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y plasmadas en sus obras académicas. También otras obras de carácter normativo. Cuando recibimos consultas sobre lenguaje inclusivo, respondemos de acuerdo con dichas normas”, explican al respecto en esta charla con Clapps! y agregan: “Sin embargo, como creemos que la discusión sobre el lenguaje inclusivo excede el plano de las normas gramaticales dado que se trata de un uso político (y transgresor) del lenguaje, consideramos que es potestad de los hablantes tomar este tipo de decisiones y no es nuestra tarea censurarlas (más allá de que debemos informar cuál es la normativa vigente y recomendar alternativas que la contemplen). Si impugnáramos o respondiéramos un posicionamiento político con argumentos gramaticales, no estaríamos comprendiendo la naturaleza del fenómeno. Quien usa lenguaje inclusivo subvierte las normas de manera consciente y con fines específicos: nombrar a quienes no se sienten nombrados con el masculino genérico y visibilizar la desigualdad social entre los sexos y géneros”.
El lenguaje que se conoce como inclusivo o incluyente cumple su función en los casos en que no se conoce la identidad de género de las personas a las que se le está hablando o cuando se sabe que los interlocutores no se auto perciben ni como hombres ni como mujeres. Utilizarlo o no será una elección lingüística, que definirá una posición (muchas veces política) del hablante, pero no hay (ni habrá, en principio) sanciones de ningún tipo por no hacerlo.
“No se puede hablar de correcto o incorrecto, ya que usar lenguaje inclusivo no es un error, sino una elección que refleja un posicionamiento político”, reflexionan desde Fundéu y agregan: “El lenguaje es una convención que sirve para comunicarnos; no le pertenece a nadie y no necesita defensa ni protección. Una cosa es la elaboración de normas para garantizar un estándar lingüístico del español (trabajo que hacen la RAE y la ASALE) y las recomendaciones de uso de acuerdo con dichas normas (trabajo que hacemos en Fundéu), y otra es erigirse en cruzados del idioma contra enemigos imaginarios”.
En la misma línea, Gasparri argumenta: “Si su sentido político tiene que ver con una desobediencia a las imposiciones normativas, entonces no cabe pensarlo de manera obligatoria. Más bien, podría decirse que supone una invitación o que puede incentivarse previa explicación de sus razones, pero desde ya que no puede ser obligatorio”.
En el submundo de las redes sociales el tema es #trendingtopic (“tema del momento” según la RAE) y las opiniones son múltiples. Algunos hablantes consideran que el “todes” va en contra del uso espontáneo de la lengua, porque impone un modo forzado que a la vez contradice su esencia de respeto por todas las banderas. Otros convienen en que, más allá de las aristas, los cambios en la lengua no constituyen peligros y aunque no lleguen a transformaciones, conducen al replanteo o a la duda.
Lenguaje inclusivo, medios de comunicación
“Aún no está incorporado – explica Alicia Simeoni, Secretaria Adjunta del Sindicato de Prensa de Rosario – pero sí se ve un esfuerzo de visibilización de las cuestiones de género, de incluir a la mujer y sacarla de los roles tradicionales o estigmatizantes” y agrega: “Se ven textos, expresiones, que pretenden hacer el esfuerzo de comunicar, buscando alternativas para nombrar, siempre con la lógica y la convicción de que lo que no se nombra, no está dicho. Pero los ejemplos todavía son aislados. Se ve en aquellos medios más de tipo autogestionario, cooperativos y no en los medios que conocemos como tradicionales, dejando el criterio de redacción al compromiso de cada una de las trabajadoras o trabajadores de prensa. Nosotros en la comunicación del sindicato de prensa podemos hacerlo y hemos elegido la utilización del lenguaje inclusivo y puede verse en nuestra página, nuestro facebook y en las distintas comunicaciones que hacemos”.
“El lenguaje inclusivo es, antes que nada, un posicionamiento político. Se usa como un recurso persuasivo, que agrega una capa extra de sentido con la finalidad de interpelar a oyentes o lectores sobre una problemática social”, agregan desde Fundéu. “El lenguaje no es más que otro de los territorios que disputamos día a día, territorio que los medios pretenden monopolizar, pero eso es imposible porque incluso queriendo callarnos tienen que hacer notas sobre la RAE y sus opiniones sobre el lenguaje inclusivo”, opinan desde la organización feminista Mala Junta.
Respecto al mundo editorial, el periodismo de género, con su público abierto y deseoso de cambios fue el primero en publicar con lenguaje no sexista. En “Putita Golosa. Por un feminismo del goce”, el segundo libro de Luciana Peker, periodista de género y escritora argentina, el lenguaje utilizado no se limita a ninguna de las variantes en particular, sino que las mezcla con el masculino genérico y lo presenta así: “Este libro intenta contener un lenguaje inclusivo y no sexista (…) Por eso se intercambian femeninos, masculinos, x, todas y todos o barras de ellos/ellas en la corazonada de letras que convoquen a ser leídas y a abrir fronteras sin corsets ni reglas fijas”. La literatura para niños es otro de los segmentos en donde los escritores se animan a plantear esta variante.
¿El uso de «todes» genera una sociedad más inclusiva?
Vanesa Squillaci es actriz. Comenzó haciendo transformismo arriba de un escenario, hasta que un día supo que esa era su verdadera identidad. Hoy es una mujer trans que luce como cualquiera de su edad, con la sola diferencia que ella no nació así: “El lenguaje inclusivo está bueno para los adolescentes, las nuevas generaciones que ya vienen con otro chip. Para los de mi edad o mayores no va a ser tan sencillo. Sin embargo, creo que va más allá del cambio de algunas letras, porque en la práctica no sé hasta qué punto estamos incluidas. Desde el momento que hablan de incluir o de aceptar nos están diciendo que somos diferentes y eso revela que hay mucha hipocresía. Hoy la sexualidad es muy diversa, hay miles de ramas y combinaciones posibles. En el futuro vamos a ser todos seres sexuales, ni el, ni la, ni x ni @”.
Squillaci cree que la inclusión es relativa y hace hincapié en la importancia de aspectos materiales que influyen positivamente en su cotidianeidad como, por ejemplo, el cambio de identidad que le permitió ir a un banco o a un consultorio médico y no ser llamada por su nombre anterior o las oportunidades laborales que se generaron en la provincia de Santa Fe por el llamado “cupo trans”.
“Si asumimos una posición performativa en torno al lenguaje, el modo en que se lo afecte a través de esas huellas ya supone una materialización diferente de la realidad”, explica Javier Gasparri y continúa: “El hecho de generar conciencia puede ser acompañado por el uso del lenguaje inclusivo pero desde ya que es algo que se debe propiciar a través de múltiples dispositivos culturales, sociales, y desde diferentes estrategias políticas de sensibilización. Por supuesto, tampoco puede resolver ciertas condiciones materiales de existencia (violencia, vulnerabilidad social, precariedad, desigualdad económica).
Por lo tanto, el uso del lenguaje inclusivo es obvio que no puede resolver todo (todos los planos, todas las demandas, etc.), pero puede acompañar toda y cualquier otra estrategia de inclusión (emancipatoria, contrahegemónica) a través de la incorporación de sus búsquedas lingüísticas, pues su uso no es excluyente ni incompatible con estrategias impulsadas desde otros planos, sino todo lo contrario. El lenguaje nos constituye, por eso lo que se afecta no es un detalle accesorio”, agrega Gasparri.
Existen varias alternativas para evitar un uso sexista del lenguaje. “El uso de sustantivos colectivos o abstractos es una forma sutil de evitar el masculino genérico sin usar fórmulas que pueden considerarse censurables o agramaticales. Desde Fundéu Argentina es una de las opciones que recomendamos a quienes nos consultan. Este recurso tiene limitaciones y su uso deberá evaluarse según el contexto y combinarse con otras opciones para que el resultado no sea artificioso o rebuscado”, explican desde Fundéu.
Los manuales de estilo de lenguaje no sexista, no solo abordan los aspectos meramente lingüísticos, sino también de concepto, como la asignación de roles o comportamientos. Por si el lector quiere incorporarlas, estas son algunas de las estrategias más habituales:
1.- Desdoblamiento:
Los diputados // Los diputados y las diputadas
2.- Uso de genéricos
Los jóvenes // La juventud
Los estudiantes // El colectivo de estudiantes
Los funcionarios // El funcionariado
3.- Uso de barras
Interesados // Interesados/das
4.- Cambiar la redacción de la frase
Los profesionales tienen // Las personas profesionales tienen
5.- Uso del sujeto tácito
Los estudiantes tienen que saber // Tienen que saber
6.- Construcciones metonímicas
Los jóvenes tienen que dirigirse // La juventud tiene que dirigirse
7.- Uso de sinónonimos sin marca de género
Apasionados de la música // Amantes de la música
8.- Sustitución de pronombres con marca de género por quien/quienes
Aquellos que tengan // Quienes tengan
9.- Sustituir por cuantificaciones:
Los estudiantes tienen // Cada estudiante tiene
10.- Eliminar el artículo en sustantivos comunes en cuanto a género
La beca es para los adolescentes y los jóvenes // La beca es para adolescentes y jóvenes
Pensar el futuro
“No se puede saber cómo evolucionará la lengua. Si el uso de la vocal “e” como desinencia neutra (u otra forma de lenguaje inclusivo) persiste en el tiempo y comienza a ser mayoritario o muy extendido, las academias lo registrarán”, afirman desde Fundéu.
Javier Gasparri considera que las variantes inclusivas en los modos de hablar son, por ahora, solo una invitación: “Si finalmente algún día, tras las resistencias iniciales, es reconocido institucionalmente, ahí ya se abrirá otra discusión. Pero por ahora no podemos hacer futurología y simplemente nos entregamos a la fluidez de sus experimentaciones”.
“Por primera vez estos temas que parecen manejarse en un conglomerado poblacional de quienes estan sensibilizados por la temática, tuvieron llegada masiva, por primera vez entraron a la casa de muchas mujeres que nunca habían visto a otros hablar de este modo, hablar sobre sus derechos y los de la diversidad sexual y en términos que no fueran peyorativos o estigmatizantes. No quiero ser exitista, creo que hay un gran trabajo por delante y por hacer, pero creo que el trabajo realizado de muchos años está surtiendo efectos ahora ”, agrega Simeoni.
Según datos de la Academia Porteña del Lunfardo son los menores de 25 años los que inventan el 99% de las palabras y son muchos de ellos los que terminaron este año con la inscripción “les egresades 2018”. La rápida aceptación que tuvo entre los más jóvenes el uso del lenguaje inclusivo muestra al resto de la sociedad que ellos ven un mundo diferente, más igualitario.
Esto tiene que ver, entre otras cosas, con su modo desprejuiciado de relacionarse: ya no se trata de varones o mujeres sino de personas. La inclusión a través del lenguaje carga un sentido que va mucho más allá del cambio de una letra: tomar conciencia para borrar límites y, sin construir nuevas fronteras, ubicar la lengua a la par de la realidad.