“Hola qué tal”, andar por el barrio ByN que es un desierto

En ByN el mundo se mira en blanco y negro. En el año 1995 Las Pelotas lanzan su tercer álbum oficial de estudio titulado Amor Seco. Una de sus canciones que mayor rotación tuvo en las emisoras radiales y en los canales de tv musicales fue “Hola que tal”, cuyo videoclip estuvo a cargo del realizador Rodrigo Espina; años más tarde creador de “Luca” (2007). En Clapps! analizamos en #ModoAvión “Hola que tal”/videoclip que nos transporta a un momento bisagra en la cultura argentina y, sin Las Pelotas estar enmarcada en el género, a uno de los cimientos de lo que luego sería la explosión del rock barrial.

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“Hola que tal” es un funk hiper-pegadizo que lleva a que se luzca otro de los recordados frontmans del rock argentino, Alejandro Sokol. Da la impresión que “Hola que tal” es una de las canciones de la discografía de Las Pelotas que mejor se adapta al calor escénico y los contagiosos movimientos que desplegaba en vivo Sokol. “Hola que tal” va al frente como su mismo vocalista y se lleva puesto todo lo que encuentra en el camino.

“Hola que tal”, así como se deja traslucir en otras canciones de Las Pelotas, expone una mordaz crítica a la cheta simulación representado a nivel fílmico por una dualidad de universos de sentido y estéticas que se vuelven irreconciliables y ajenas a todo cruce posible. Las Pelotas apelan al ByN para mostrarnos un barrio que tiene vedado (cual derecho de admisión y permanencia) el acceso a toda la espuma in de payasada disco. El ritmo funk elegido es, por sí mismo, al igual de lo que sucede en “Hawai” (del mismo álbum), una ironía cerrada en lo musical que hasta podría omitir el anclaje textual de la letra.

“Hola que tal”, la imaginación (im)posible del cadete/delivery

Las Pelotas asocian al ByN como sobrias tonalidades de una verdad que- tarde o temprano- aflora en el flaco de gorrita que interpreta Sokol en el videoclip, cadete/delivery que recorre con su ciclomotor el barrio, y al recorrerlo, reconoce de primera mano a la gente que lo habita y le da vida, todos los santos días. Algo no termina de cerrarle al cadete/delivery que lo lleva a desear estar en otro lugar, y hacer otras cosas, a mutar su identidad laburante en una cultura del trabajo desgajada por la promesa ilusoria de pertenecer al movimiento cool del color que vibra, más allá, en la discoteca.

Las Pelotas en “Hola que tal”, bajo dirección del talentoso ojo de Rodrigo Espina, nos presenta lo que podría ser la consumación de un nuevo orden de privatización del espacio público y pérdida del sentido de comunidad que es, sin más, estar con el otro en cualquier esquina del barrio para ver qué pinta en esa relación como grado cero de la cultura. Hay dos mundos que jamás se cruzan, ni se cruzarán, en “Hola que tal”.

El primero de ellos, en ByN, es el mundo real, con la gente (real) que toma mate, juega a la pelota en el potrero, y picotea una que otra porción de muzza con porrón. El otro, en color, y que aparece sobre el final del videoclip, es el mundo de la cheta simulación, harta presente por entonces en el imaginario creado por los medios masivos de comunicación que ya ocupaban con los tvs muteados el alto de los bares.

“Hola que tal”, algo más que un saludo falso

“Hola que tal” es, claro está, y sin romperse los sesos para encontrarle la quinta pata al gato, un saludo falso, más para gustar a los otros y sacar algún “retorno” que para compartir; en un momento en que el “compartir” todavía no era una de las elecciones como click facilón de Facebook. El cadete/delivery está dividido en dos, y su identidad forzada a ser otra, motorizado para ir detrás de un color que le promete goce e intensidad: peluca, traje ceñido y el “pase” prototípico de un Travolta de cabotaje; ícono de la bobera disco de la segunda mitad de los ´70.

“Hola que tal” divide el mundo en dos. Un mundo real en ByN, con lo que queda todavía de contacto humano en el barrio (potrero, mate, pizzería) y otro mundo simulado, en color, donde el centro de la ciudad satura la deshumanización y en el cual el saludo (“hola que tal”) ya no es un saludo, sino una forma de escalar posiciones en el top five de la visibilidad con “todos los gestos tan ajustados” al costo-beneficio.

“Hola que tal” es, sin dudas, una canción política desde el punto de vista de una ácida denuncia contra el nuevo mundo colonizado por los flashes y la escenificación permanente; lo que garpa para sortear los patovicas y acceder a la espuma post-industrial del color. “Mírate a vos, mírame a mi, si parecemos como estancados”. La frase parece resumir la búsqueda por ser-otro, negando precisamente lo que se está haciendo y siendo. Ser cadete/delivery es out en una sociedad que promete el paraíso efímero de un exhibicionismo sin escalas, al igual que la motito/delivery que parece no poder detener su marcha.

“Hola que tal”, pérdida de la identidad y cultura del trabajo

La escena del robo de la motito interpretada por Sokol, mientras precisamente éste se descuida en un tiempo muerto comiendo una porción de pizza sentado en el cordón de la vereda, revela cómo el barrio comienza progresivamente a volverse tierra de nadie sumido bajo la ley del más fuerte. La escena no podría estar mejor resuelta en lo que visibiliza como pérdida de la identidad laburante y emergencia de la delincuencia como otro gesto simbólico (desesperado) de visibilidad en tiempos de exclusión. “Hola que tal” es meter ruido en una comunicación que nunca llegará al cuerpo real de un receptor, real, frase maquinal que dice sin decir.

Un cadete/delivery es, por sí mismo, una alegoría de la privatización del espacio público (clientes encerrados en sus casas) y pérdida de una identidad estable. El pibe va y viene, viene y va, y nunca tiene un lugar donde descansar, sobre todo de un sí mismo ya multiplicado por los efectos de una esfera espejada que lo trasciende más allá. El pibe quiere llegar al centro, a la gran ciudad, y perderse en la marea de letreros luminosos, vidrieras y avenidas confundido su cuerpo con los flujos de los autos.

“Hola que tal” y “Pizza, birra, faso”, lo barrial como género

No es ajeno que, por ese entonces, comenzara a surgir el género del rock barrial en la Argentina de la mano de bandas por entonces emergentes como: La Renga, Los Piojos, Los Caballeros de la Quema. Así mismo, en el año 1998 se estrena “Pizza, birra, faso” y podemos trazar algunos puntos en común con la estética de “Hola que tal” y aquel célebre film dirigido por Bruno Stagnaro y Adrián Caetano, referentes por entonces del nuevo cine argentino.

Vale decir, el barrio desaparece por la implementación de políticas excluyentes de los noventa, y el “barrio” vuelve a aparecer como fenómeno cultural de re-apropiación simbólica en el mate/vereda/pizza,birra,faso. Es más, por entonces (pos-95), se iría ensayando un nuevo formato televisivo de apuesta por lo “barrial” como temática a partir de producciones años más tarde exitosas, tales como “Gasoleros “ y “Campeones”, que rescatarían en imágenes cinemáticas el “barrio” y el glorioso tiempo para perder con el otro.

“Hola que tal”, bajo los designios de la bola espejada

Sokol, en su interpretación del cadete/Travolta, atrae toda la atención bailando en los escasos metros cuadrados de la pizzería (barrial) junto a toda la banda. Esta última secuencia revela además un sello distintivo de Las Pelotas en relación a una renuncia no amplificada a toda alfombra roja; aunque fueran ahí mismo una de las bandas más importantes de la argentina. “Hola que tal” es un tema barrial pero ajeno al rock barrial, que lo anticipa, que pareciera parirlo, que mide con milimétrica precisión la temperatura de una sociedad fragmentada que estaba por elegir, o volvía a elegir, a su verdugo.

Si bien Las Pelotas acaso hubieron aportado a la conformación del género del rock barrial, “Hola que tal” no tiene nada que ver en lo musical y lo estético con tal elección, sino que abre el juego a partir del humor irónico con un Sokol descollante en la interpretación actoral, más que creíble e hiper-realista en su composición del cadete/delivery para aquellos que pueden dar fe de la faceta anti-divo del Bocha.

La realidad ByN no es entonces límite culposo para que la imaginación mediática le gane por goleada a todo encuentro casual con un vecino y lo eyecte al cadete/Travolta a reflejarse en la bola espejada que fragmenta su cuerpo. La escena de la pareja conversando en la disco, mientras Daffunchio la mira desdeñoso por detrás con una porción de pizza en su mano (elemento insigne de la realidad ByN y provocación al simulacro colorido) es por demás de divertida y marca registrada en la sensibilidad anarca de Las Pelotas.

“Hola que tal”, humor irónico en el ring de la política

Con la consumación del delivery se consuman otras cosas en la Argentina de mediados de lo noventa. Si “Capitan América” del precedente álbum Máscaras de sal (1994) revela la neo-colonización de las cadenas de hipermercados en el país (también desde el humor), “Hola que tal” va un poco más a fondo en una denuncia sarcástica sobre lo que, algunos años más tarde, se volvería un barrio imposible de habitar. Vaya paradoja la que Las Pelotas pudieron plasmar con su arte, la emergencia del rock barrial en la Argentina en el mismo momento en que los flashes mediáticos y la cultura disco eclipsaban en su zoncera (colorida) todo encuentro real, ByN, en la esquina de cualquier barrio.

“Hola que tal” es la presentación de dos mundos contrapuestos pero, y esto es admirable, sin apelar a la receta “barrial” de una bajada de línea al modo de un noti-rock. Las Pelotas, si bien no son pocas sus canciones en las que suben al ring político, casi siempre se han mantenido fuera del panfleto literal apelando, por otro lado, al humor inteligente. “Hola que tal” es una denuncia social a partir de la ironía, ciertas veces, valioso filo para aquellos que sienten un “pero” en el mundo facho y monocorde que ordena la fricción del cuerpo a cuerpo.

Sobre el final la imagen de Sokol rendido a la salida de la disco en ByN, como si fuera la cruel realidad de una cenicienta que se enfrenta a la calabaza, es más que grave para representar a la sociedad toda rendida, con la mirada gacha ante el avance furibundo de la brillantina neo-colorida de una libertad falsa, falsa como un saludo falso. El cadete/delivery nada podrá hacer para pintar con color su vida, salvo con el resto de imaginación que le queda en el tanque de reserva de su ciclomotor. Mañana volverá a subirse a su asiento duro, para andar por el barrio ByN que es un desierto, para saciar el hambre voraz de los voraces.