Clapper txt_Victoria Rotemberg_Dic_2018
El martes 11 de diciembre a las 19, la colectiva de Actrices Argentinas dio comienzo a una conferencia de prensa que se anticipaba como la denuncia pública de un hecho de violación de una joven actriz por parte de un actor. Así fue como sucedió lo que ya conocemos, con el agravante de la edad que implica abuso sexual infantil.
El relato es claro, cargado de emoción, y se visualiza desde una conferencia a cargo de voces socialmente reconocidas. Voces que se aúnan y responden a un silencio culpabilizador que se instala en los cuerpos vulnerados y los paraliza. Voces que gritan ¡basta!, ante una Justicia que, hasta el momento, no titubeó en liberar mentes femicidas, u obviar ciertas denuncias y condenas que se sostienen con el apoyo legal de un dedo que señala y adjudica “algo habrá hecho para que…”.

Construcciones sociales de los géneros
Históricamente, las mujeres ocuparon ciertos espacios que se fueron fortaleciendo con el discurso social. La mujer madre, la mujer que cría y cuida, la mujer de la casa que espera la llegada del hombre que trabaja para mantener económicamente el hogar. El sexo débil, rezaba una de las definiciones de la Real Academia Española, hasta hace algunos meses en donde aclaran que se trata de un uso discriminatorio.
Por el contrario, el hombre se constituye “macho”, fuerte, con impulsos difíciles de controlar, como si la evolución no les hubiese permitido la reflexión y deconstrucción de su accionar. Hombre, claro, heterosexual que lo grita a viva voz, que no llora, que no se emociona, y que no debe permitirse ningún dejo de sensibilidad ya que resulta una especie de insulto para los de su “especie”. Hombre que se siente provocado y responde demostrando esa hombría. Para la RAE, sexo fuerte (que al igual que su opuesto hoy aparece con la aclaración de que se trata de un “uso en sentido irónico”).

Cuestionar lo instituido
Sin embargo, lo social no es natural, o, mejor dicho, la naturaleza humana es social. No hay cuestiones estáticas, todo es movimiento, dinamismo y evolución. Y cada nueva (re)construcción, parte de la reflexión de lo instituido para una nueva (re)adaptación. Así funciona el avance social, como una crisis de paradigmas en el proceso del clásico método científico.
De este modo, como ser social, los humanos nos agrupamos y convivimos, pero no con la única finalidad de convivir. Así aparecen movimientos sociales que velan por causas comunes y luchan por esos derechos. Así apareció el feminismo con todas sus olas de luchas puntuales. Desde el comienzo, claro, cuestionando las imposiciones sociales para con el género femenino, diferenciando a éste del sexo biológico y concibiendo al mismo como mera construcción social, capaz de modificarse.
De esta manera, las afirmaciones estructurantes comenzaron a encerrarse entre signos de preguntas. Entre dichas afirmaciones, la de mujer en tanto sexo débil, y la estructura de poder que atraviesa la relación hombre-mujer desde un binarismo hoy también cuestionado. En la verticalidad de poder, dos opuestos funcionan. Uno desde la opresión, otro respondiendo. El sometimiento es tal que es imposible cuestionar, salvo desde un movimiento que avale. El problema es que, al constituirnos desde dichos discursos, cuesta mucho trabajo quitarlos de la propia historia, tanto de un lado como del otro. Y el costo es la culpa, el propio cuestionamiento, la justificación.

Thelma, el horror de la realidad
El caso de la actriz horroriza. Horroriza porque, desde la constitución de la mujer desde dichos discursos, se cae en la cuenta de que la mayoría, desde un implícito poder, sufrió algún tipo de acoso. Acoso que hoy llamamos acoso, hoy 2018, hoy con un feminismo que respalda. Tiempo atrás, la cuestión era lógica porque en la verticalidad de poder, la ropa puesta despertaba a la bestia que no podía controlar sus impulsos, y, como en todo abuso de poder, la víctima se autoseñala, culpa y justifica el accionar.
El caso de la actriz puede cuestionarse en el modo, en la “glamorización” de la violencia sexual según la construcción que la histórica feminista Rita Segato hizo para Página 12. Sin embargo, su caso se asemeja a la tapa de un hormiguero que, al salirse, permitió que miles de hormigas se animen a correr. A correr del miedo, de la paralización, de la culpa que una misma se genera. A cambiar el propio dedo que señala por un abrazo que acobija, por ver el cuestionamiento en donde realmente debe estar.
Porque para eso, todxs debemos dejar atrás aquellos discursos que parecen inamovibles, cuestionarlos y crear una sociedad más justa, segura, respetuosa y con garantía de escucha. Aliarse contra mandatos patriarcales es corrernos juntxs de mandatos de antaño. Lejos de las moralinas, la construcción social es política, dinámica y pasible de ser modificada.