Clapper txt_Mg. Luciano Rodríguez Costa_May_2018

Phantasy

En esta serie de cruces que hemos llamado «Los Ojos de Edipo» estuvimos siguiendo el hilo de Ariadna de los ojos en el cine. Así, hemos hablado sobre ojos ahuecados por el trauma con Miss Peregrine, seguimos con los ojos consumidos por la envidia en la saga de Indiana Jones.  Ahora les llega el turno a los ojos de botón en Coraline y la puerta secreta.  Ponéte en #ModoAvión y analizá junto a Clapps! los secretos del mundo de Coraline.

Esta bella y compleja obra nos invita a pensar, ¿qué sucede cuando la fantasía deja de ayudarnos a construir la realidad, para convertirse, por el contrario, en un refugio y escapatoria respecto de ella? ¿Qué es la realidad y qué es la fantasía? ¿Opuestos en pugna? ¿Solidarios?

Coraline trata de esos momentos de la vida cuando los ojos propios se ven amenazados de ser sustituidos por la mirada infantil (simbolizada en los botones cocidos en los muñecos de tela). Ese momento que requiere de buscar en las propias puertas secretas aquellos objetos mágicos que nos permitan reconstruir nuestra realidad con una mirada propia. Y acaso represente el destino de cualquiera de nosotros cuando, por seguir los encantos de lo fácil, lo ideal, lo que promete lo ilimitado, perdemos la capacidad de recrear la realidad que vemos.

Mudanza

Coraline está de “mudanza”. No sólo porque acaba de llegar con sus padres a esa nueva residencia sino porque, además, es una joven púber en plena entrada a la adolescencia. Como tal, tiene por delante la difícil tarea de una mudanza de cuerpo (de niña a adulta), de amores (de sus padres hacia sus pares), y de mundo (interno-externo).

Coraline se encuentra en un mundo gris, invernal, en una enorme casa que no conoce pero que intenta explorar. Sus padres no le prestan la atención de antes. No juegan con ella. Mel (madre) está muy ocupada con su catálogo de plantas, al igual que Charlie (padre). Los tonos grises del paisaje de esa nueva situación de vida tienen su reflejo en las ojeras de un padre cuya nariz roja, a medio resfriar, es el único contraste que ofrece.

La otra escena

¿Cómo encuentra Coraline la puerta secreta que conduce a ese mundo fantástico que la aguarda con insospechadas ansias? Nada menos que de un modo que hubiera alegrado al viejo Freud: la encuentra cuando se va a dormir.  Es entonces que los ratones vendrán a llamarla para señalarle la entrada a ese lugar que antes de dormir aparecía como una simple puerta que daba a los ladrillos de la pared. A ese fantástico lugar que nos muestran los sueños, esa otra realidad enigmática, arbitraria, mitológica, donde las cosas tienen otra lógica que la de la vigilia, es al que Freud llamó “la otra escena”. Sin dudas en este sentido “Coraline y la puerta secreta” es prima hermana de “Alicia en el país de las maravillas”.

¿Qué hay en ese mundo de fantasías? Todo lo que le falta al mundo “real”: allí sus padres cocinan delicias, están dispuestos a prestarle toda la atención que reclama y a jugar cuánto quiera. Sus extraños vecinos de la realidad, antes vistos sólo como viejos vetustos y extravagantes, en esta realidad son maravillosas fuentes de fascinación. Todo cuanto se desea, en esa otra realidad es una realización. Como en los sueños.

Ojos de botón

En ese mundo la “Otra madre” y el “Otro padre”, son ideales. Inmejorables. Otra madre le ofrece quedarse a vivir en ese mundo y sólo le pide un pequeño sacrificio: sus ojos. Si se queda allí a vivir podrá disfrutar de todas sus maravillas, pero ella le coserá botones en el lugar de sus ojos. Es ese el punto donde la otra escena se convierte en una pesadilla. El famoso “cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer real”, parece una cita pertinente. Lo ideal demuestra su otra cara: lo siniestro.

Al negarse a la pérdida de sus propios ojos, Coraline es encerrada en un espejo por Otra madre. Allí otros niños han sufrido el destino de ver cumplido su deseo de quedarse a vivir en un mundo de fantasías infantiles. Sus ojos, por ese motivo, son ojos de botón. El resultado de no poder dejar caer esos objetos de la infancia, es terminar siendo uno. Sus ojos no quisieron dejar entrar otras realidades que limitaran la omnipotencia de sus fantasías infantiles, y es por ello que los perdieron.

La metáfora del espejo nos invita a pensar que la condena de estar del otro lado del espejo es no poder ver el propio reflejo sino el de la fantasía y el del deseo del otro (en este caso, la realidad del deseo de la Otra madre de que Coraline se quedara allí). La madre fantaseada no ve más que su propio reflejo en una Coraline que, a su vez, no ve más que su propia fantasía acerca del deseo del otro. No nos olvidemos que cuando Coraline dice que “no” al deseo de su madre, no se lo dice a su madre concreta, sino que se lo dice a su propio deseo fanteaseado de una madre ideal que la reclame por siempre como niña-juguete.

Cuando las personas quedamos con ojos de botones, solemos confundir nuestras propias fantasías con el deseo de esos otros con quienes compartimos nuestra realidad. En tales casos estamos atrapados en un espejo que no devuelve más que el reflejo de un deseo que se nos ha tornado siniestro y del cual, en nuestra ceguera, no podemos escapar.

Veo, veo ¿Qué ves? 

Finalmente escapa con ayuda de la versión muñeco del Wybie de la otra realidad. Será nada menos que el “Caramelo del ojo” que le regalan las señoras April y Miriam, el objeto que le permitirá ver los “objetos perdidos” en la otra escena. Reparemos en los ojos que involucra la obra: hay ojos, hay ojos de botón y, además, aparece la figura de ojos capaces de ver otras cosas. Ojos que vienen de un otro adulto y experimentado, pero que no ven por uno sino que ayudan a ver por uno mismo. A veces son amigos, a veces familiares, el chamán o, en el peor de los casos, seremos los psicoanalistas quienes prestemos un ojo -así tenga forma de oreja- para que el otro pueda ver por sí mismo. A veces solo no se puede.

Entonces se produce una escena maravillosa que configura lo que conocemos como el juego del “veo-veo”. Siguiendo el consejo del gato de que desafíe a Otra madre mediante algo a lo cual no podría resistirse, esto es, un juego, Coraline le propone un “juego de exploración”: si Coraline ganaba se llevaba a sus padres y a los niños fantasma, y si perdía se quedaba para siempre: “te dejaré quererme… Me coserás botones en los ojos”.  Pero solicita una pista a la Otra madre, la cual inaugura el juego: “en cada una de las tres maravillas que preparé para ti, el ojo de un fantasma yace a plena vista”, responde aquella.

Veo, veo. ¿Qué ves? Cosas maravillosas que yacen a plena vista pero que hay que encontrarlas por uno mismo. Al fin y al cabo, toda realidad, toda mudanza, todo proceso vital, siempre es propio o no es nada. No nos pueden decir qué hacer sino guiarnos a hacerlo por nosotros mismos.

Los objetos que busca son nada menos que los ojos de los tres niños atrapados en su propia fantasía del deseo de la Otra madre. Podríamos decirlo de otro modo: mediante el “caramelo del ojo” busca aquello que, siendo esencial, es invisible a los ojos. Los ojos propios son eso esencial que es invisible a la vista pero que, vaya paradoja, está a la vista.

Destruir realidades para crear realidades

Coraline recupera ojos y destruye las realidades infantiles de la otra escena. Esas realidades que tan pronto se comienzan a ver amenazadas, se tornan agresivas, defendiéndose. Tal como sucede en todo proceso psicoanalítico. No es fácil dejar caer la omnipotencia de esas fantasías que producen sufrimiento pero que, al mismo tiempo, aportan una forma de inadecuada satisfacción anacrónica.

El gato negro le ayuda finalmente a escapar. Ese animal que en diversas mitologías y en el cine también, suele aparecer como un ser único capaz de manejarse en dos dimensiones al mismo tiempo. Nos recuerda el modo en que funciona la instancia del Yo en el psiquismo, siendo capaz de ensimismarse hacia las profundidades inconcientes que abren nuestras puertas secretas, tanto como hacia la puerta del frente de la casa que da al exterior.

Las fantasías pierden entonces su color, grises como antes fuera la realidad exterior, caen desgranándose. Para ese entonces la Otra madre ya ha demostrado su rostro: se trata de una araña en su red de fantasías ideales. Una figura que atraviesa culturas e inconcientes, y que suele representar a las figuras maternas en sueños y ficciones fílmicas.

Finalmente, habiendo escapado de ese mundo y habiendo logrado destruir la mano arácnida de la madre -que había logrado pasar a la realidad externa- sus restos y la llave de botón de la puerta secreta, son arrojados a un pozo del cual Wybie (su amigo) al comienzo de la película dice que era tan profundo que se decía que si mirabas desde el fondo, por más que fuera de día, se vería un cielo lleno de estrellas.

Los padres ideales de la infancia caen como lo hiciera la telaraña de fantasías, hacia un pozo que, gracias a su profundidad, tiene la virtud de poder enseñarnos las estrellas. El cielo del olvido. A dónde van los que mueren -así sean fantasías- sino al cielo. Las profundidades siempre están tan próximas a un lejanísimo afuera.

El color que perdieran las fantasías retorna a una realidad exterior que ha sido (re)inventada por Coraline. Ya no detesta a sus padres por no coincidir con sus ideales, sino que puede quererlos mojados, con nariz roja, y con su cansancio laboral. El jardín se puebla de flores, pues Coraline ha florecido. Y ahora ella puede contarle su propia historia a la abuela de Wybie (que había perdido a su hermana gemela, presa de la Otra madre). Tiene voz, ojos e historia propias. Y habiendo jugado al “Veo-veo”, ahora puede contar lo que vi(vi)ó por sí misma.

Mirá el trailer de «Coraline y la puerta secreta»