Clapper txt_Pau Turina_Sep_2018
Según Alejandra Méndez Bujonok, profesora del taller de escritura creativa al que asiste Paula y quien realizó la corrección de este libro, mencionó: “Todo en este libro es intensidad y exuberancia, presencias y ausencias que encuentran su caudal en la niña que fue y que sigue siendo. El mundo está colmado de aromas penetrantes como el laurel, espejos que reflejan mujeres pulposas y otras mujeres cubiertas con su velo en lucha hacia la libertad. Sus escenarios son aquellos habitados y aquellos a devenir, desde los vientos calientes de Vera hasta los sonoros rezos del Líbano se ponen al servicio de la utopía en el tapiz del lenguaje. La voz poética se hace sangre en las sensaciones que llevan siempre al origen.” Clapps! habló con la autora sobre la experiencia de publicar por primera vez, de materializar la producción en un libro, sobre poesía y la infancia que está presente en este libro.
Clapps!_¿Desde cuándo escribís? ¿Y cómo llegaste a la poesía?
Fierro_Escribo desde la escuela primaria. Primero creería que la escritura llegó a mi vida como una posibilidad catártica entre diarios íntimos y escondites de palabras. Luego, las servilletas de los bares, los bordes de los cuadernos de la facultad y las hojas amontonadas fueron espacio para plasmar aquello que me acontecía. La poesía llegó más tarde, hace dos años me encontré con la corrección de textos que Alejandra Mendez Bujonok supo resonar con una musicalidad poética. Ese fue el comienzo de este juego libre que invita a crear.
Clapps!_En el libro mencionás que “La infancia es una patria que se tiene para narrar”, ¿por qué? ¿Qué rasgos encontrás en la infancia como fuente para la escritura?
Fierro_«La infancia es una patria» supongo que me viene de haber pasado tanto por Juan (Gelman) y Paco (Urondo) como aquellos hombres padres de luchas que me convocan y a quienes recurrí incansables veces para mimarme, para creer y para vivir. La idea de «Patria» como extensión territorial donde bucear los sentimientos es un concepto que me enamora. La infancia propia se me ha tornado un eco disparador de la construcción poética. Sumergirme en aquellos recuerdos que tienen aromas, que huelen, que son texturas, en los ojos de la niña que fui me conmueve. Ya no vemos siendo adultas la vida a esa altura, ni volvemos a las dimensiones que nos conmovieron el cuerpo en otro tiempo que sucedió, no existe pero aún así insiste en estallidos que para mí no dejan de hacer eco. Creo que esa es la potencialidad de la infancia para construir relato cuando ya nos fuimos de allí (y no tanto).
Clapps!_»Retazos de patios», ¿qué hay en esos patios que te llevó a llamarlo retazos?
Fierro_Son retazos porque los patios fueron muchos, quizás son más los construidos literariamente que los que existieron en la realidad. La escritura permite inventarnos un pasado que seguramente no existió. Pero los patios sucedieron en el norte santafesino, entre los pueblos que bordean la ruta norteña. Esa ruta 11 que para mi hace cartografía de la niña que fui. Curiosamente pasé años en un pequeñísimo departamento que tuvo un patio diminuto donde las horas eran días de jugar al elástico entre dos sillas. Los retazos no son solo patios, también son las telas que vi cortar en la tienda que mi abuela tuvo durante mi infancia. Las telas se deshilachan, hacen un ruido especial. Quedan partes, ya no es todo. La infancia en el recuerdo es un retazo con otro que hace collage y construye alguna cosa parecida a lo que yo me inventé con este libro, que no es más que un intento de juntar de a pedacitos las verdades que nos preceden, la historia que nos permite decirnos quiénes fuimos alguna vez.
Clapps!_Vera y el Líbano, son escenarios de tu infancia que también están presentes, ¿qué hay en ellos que quisiste contar?
Fierro_Imagino que la sangre, aquellos orígenes que dan algún sentido a la historia propia. Los relatos de mis bisabuelos fueron impregnados de una misticidad que comprendí cuando conocí el Libano. Crecí con la sensación de haberlos conocido y sin embargo fue la cercanía de palabras, la voz hablada que circula de una generación a otra en anécdotas e historias, lo que transformó esos lugares en un origen propio. Vera es el escenario muy cercano a mi ciudad donde pasé largas temporadas hasta hace pocos años y diría que en ese lugar se construyeron las historias de los relatos orientales.
Clapps!_Trabajaste este libro con Alejandra Mendez Bujonok, que además asistís a su taller de escritura, ¿cómo fue el proceso de escritura de este libro con las correcciones de Alejandra? ¿Te parece fundamental su mirada en este libro?
Fierro_Alejandra Mendez Bujonok es la mujer que me adentró en la poesía con la interlocución correctora. Ella refería a una musicalidad poética en los textos que iba llevando a las clases. Fue conmovedor para mí este registro porque tuvo un efecto en retrospectiva. Al poco tiempo de comenzar a indagar en la poesía, recordé que mi abuelo -uno de los seres a los que dedico este libro- había dejado en mis manos un último regalo: una máquina de escribir que se amontonó a otro recuerdo mayor: él fue un escritor de poesía con rima clásica. Yo transité su patio con relatos grandilocuentes de las rimas que iban y venían. El tango, la poesía y los cuentos fueron textos que pasaron como pasa la radio de fondo en la cocina de aquella casa en el pueblo de Vera y Pintado. El oído de Alejandra allí me dejó conmovida. Luego descubrí que en la poesía las reglas son para jugar y esto generó un universo lúdico que mi vida estaba precisando. Comencé a leerla a Circe Maia, la gran poeta uruguaya. Volví a Gelman y a Urondo con frecuencia. Y finalmente me adentré a leer a muchas poetas rosarinas y porteñas que nos acompañan en este tiempo con una impresión desmedida de sensibilidad con que otras miran al mundo. Digo otras porque en su gran mayoría han sido mujeres, a excepción de algunos hombres de mirada femenina.
Clapps!_Haces hinchapié en que este libro está hecho por mujeres: ¿qué pensas sobre esto? ¿Hay algo en eso que es especial?
Fierro_El libro podría decir, fue tejido también en Retazos casi todo por mujeres. Exceptuando a mi editor Juan Maldonado, quien me abrazó en una ternura única. Estoy muy agradecida de su acompañamiento porque si él no hubiera confiado en mí así como Alejandra lo hizo para alentarme a escribir, no se hubiera concretado este poemario en un libro. Pero verdaderamente, en el transcurso de los últimos tres o cuatro años de mi vida, las mujeres comenzaron a ser un lugar de apoyo y sostén. Influida ferozmente por un patriarcado que obtura, mi mirada era lejana a la potencia femenina. Quizás la militancia, las pérdidas personales y los discursos de lucha que nos acompañan me convocaron a hacer cambios radicales, los cuales me dejaron muy cerca de mujeres como constructoras. Mujeres a las que leo, con quienes comparto, de quienes aprendo, a quienes escucho. Mujeres que analizo y soy analizada por otra mujer. Mujeres en las que veo un universo que es inconmensurable y donde algo muy íntimo puede ser comprendido. El abrazo de una hermana, la mujer que me lee, otra con quien corrijo y a veces eso puede ser un acto de amor. Escribir es desnudar el alma, la fibra más interna y muchas veces me encontré leyendo a Alejandra poemas que escupían por la boca con agua salada de lágrimas que caían al decirlo en voz alta. Su compañía en esa instancia ha sido crucial, como la de tantas compañeras que no han dudado jamás en su acompañar. Creo que este mundo está siendo más amoroso para nosotras desde que aprendimos que entre muchas (no diría todas) podemos sostenernos y tejer redes de ternura cómplice. La poesía entonces para mí, es un acto de resistencia. No ha de ser casualidad que seamos tantas las mujeres que nos echamos a decir en este juego literario que insiste por gritar. Ha escrito alguna vez un uruguayo del barrio de Malvín, sobre la muchacha que contó para sobrevivir: «Del miedo de morir nació la maestría de narrar».
INFO: El libro editado por Alción Editora se encuentra en Oliva Libros, Mal de Archivo y el Juguete Rabioso.