“Morel” es una canción pop-rock a la que nadie puede resistirse; sobre todo al momento de la irrupción de su estribillo que se precipita como un hit pegadizo. La letra de “Morel” orbita sobre el desencuentro amoroso, próximo a la vibra sensorial de Pandolfo. Palo se interna una vez más como temática compositiva en la espera amorosa que imperativamente nos linkea con “Ella vendrá” (1987); single que marcara a fuego a varias generaciones del rock argentino y que reeditara en su álbum solista de reversiones, Antojo (2004), a dúo con Adrián Dárgelos de Babasónicos.
El desencuentro amoroso, y la fragilidad de los vínculos humanos en general, están presentes en varias de las canciones que componen su prolífica discografía. “Herido de distancia”; blues desesperado que titulara el álbum despedida homónimo de Los Visitantes en el año 1999, “La rosa moderna” e “Ilusión”, ambas editadas en el álbum Desequilibrio (1998), también de aquella inoxidable banda, indagan así mismo sobre los mambos que se nos presentan a todxs en la práctica cotidiana del amor.
«Morel», entre la arena movediza de una soledad compartida.
“Mario” y “Lili” son los nombres propios y protagonistas de la historia que narra Palo en «Morel», quienes van tejiendo una trama singular donde “Él” y “Ella” quedan empantanados en la arena movediza de la soledad (cada cual por su lado) sin encontrarse. La letra de la canción comienza, “Lentamente empezó a andar por el patio de un hotel, al amanecer su contacto iba a llegar. Mario no durmió, esperando el amanecer, ella no llegó y la luna lo dejó caer”.
Como un poeta maldito, Pandolfo manipula la palabra “contacto” haciendo jugar un sentido ambivalente que rima con los tiempos actuales del (des)amor líquido.“Contacto” refiere más a una criatura insomne sobre-estimulada por la vana promesa de un byte digital (“Ella” añadida a una lista de otros tantos «contactos”) y menos a un contacto físico y real que pudiera darse, cuerpo a cuerpo en la madrugada, sin límites horarios, en la mesa de un “bar”.

«Morel», violencia que subyace como reverso de la soledad
La letra continúa en la base de la estructura de la canción, esta vez desde el punto de vista de «Ella»; “Lili se quedó encerrada en su cuartel, tanto se aburrió, que salió gritando por él”. Las figuras poéticas desplegadas /“grito”/“encierro”/“cuartel”/ van tensionando esta historia de desencuentro amoroso que muta hacia lo implosivo; y que la guitarra distorsionada en el solo acentúa como «algo» dramático a punto de suceder desde lo musical.
“Morel” parece dejar un mensaje cifrado para pocos de que “esta sociedad” soporta una guerra fría por el reconocimiento; y que sólo podrá revelar una mente sagaz que investigue y descubra ese “algo” violento que emerge (como lava de volcán) en los “patios de los hoteles» y en las manos invisibles de contactos físicos que nunca llegan.
“Morel” narra una historia singular sobre «Él» y «Ella» que jamás se cruzan; pero aquella funciona más bien como fusible compositivo para echar luz (y resistir) sobre los nuevos mandatos sociales. El estribillo arremete ultrapotente, “Esta sociedad que obliga a enamorarte en un bar que cierra a la medianoche”. Palo sentencia y pega fuerte contra “esta sociedad” y sus mandatos, que (dis)funciona al mutear los encuentros amorosos y se rinde al flujo mediático como culto pagano al narcisismo.
«Morel», transformers hacia «La voz» femenino-masculina.
“Morel” se sostiene en una estructura musical sin bruscas variaciones rítmicas o armónicas, pero esta previsibilidad resulta esencial para que la canción se luzca en el estribillo a partir de una voz femenina que penetra como contra-poder/Patria o Muerte frente al establishment de esperas individuales en la madrugada. La voz femenina en calidad de partenaire se vuelve entonces un rico contrapeso tímbrico de los alaridos de Pandolfo; transformers que dan lugar a “La voz” masculina/femenino; armada como pareja hasta los dientes para merodear como un detective privado las calles devenidas “azules” y socavar toda la inercia maquinal.
El estribillo, una y otra vez, nos impulsa a cantar y bailar sin inhibiciones desafiando las cuerdas del reloj y las ordenanzas austeras del justo medio, liberación súbita del autocontrol que pudiera apoderarse de nosotros a la hora de expresar sentimientos de una “carne nueva” como vital «transformación» en el amor.

«Morel», detective paranoico detrás de una revelación.
En el videoclip, Palo interpreta a un detective privado en escenas que parecen inspiradas en la penumbra e intriga callejeras de Chinatown. Este personaje enigmático observa desde una distancia cómo se da este «caso policial» por él a resolver que podría tratarse, sin más, de la trama secreta que dicta socialmente el desencuentro en el amor entre «El» y «Ella».
En una de las secuencias, nuestro agente policial se detiene en la puerta de un «bar» pero sigue su marcha llevando un estuche de guitarra que metaforiza un «arma» letal en la narrativa visual. La solución final, en este «caso policial», late en el secreto contenido en este estuche y, ahí mismo, el espectador sabe de antemano que residirá (por su énfasis dado por el director en un plano detalle) el desenlace de la historia.
Escuchar y visualizar “Morel”, afectados por la megalomanía que nos habilita estar configurados hoy en #modoavión, nos linkea con la frase de Andrés Calamaro, “hay días sospechosamente light”; propia de la canción «Mi Gin Tonic» (2007). Palo, en este rol que interpreta de policía paranoide, parece sospechar del reverso down violento que entraña la madre indiferencia copando las calles; que “mata” como negación del otro y arrastra a «matar». El gesto obstinado que nos muestra el personaje central de la historia, pateando las calles nocturnas con su estuche enigmático, nos coloca en un inminente pasaje al acto como reflujo de una “Transformación”.
«Morel» y los caminos posibles de una «Transformación»
¿Cuál podría ser el pasaje al acto? ¿Cuál podría ser el «arma» letal para enfrentar aquello que dicta “esta sociedad que obliga a enamorarte en un bar que cierra a la medianoche” ? El fragmento del estribillo, expresado con tono altivo, es una flecha encendida de fuego dirigida por el arquero rocker contra todo encuentro simulado en “languidez”.
La “languidez”, atributo negativo de “Ella” (acaso nueva versión de la “nena boba» compuesta por Spinetta en su etapa rabiosa) se nutre de la falta de “alimento” en las almas de parejas que comparten su soledad, como si fueran cuerpos sin órganos que están ahí, en el mismo lugar, en el mismo “bar», pero sin saber estar ni “qué hacer”; uno frente al otro. “No saber qué hacer con su languidez” (canta en otros de los pasajes del estribillo) es el repliegue del encuentro cuerpo a cuerpo, el fracaso de que algo pudiera mágicamente mediar entre “tu” y “yo”, para reír de complicidad, amarse, y estar en mejores condiciones emocionales para pegar un ojo y descansar.

Palo hace llamar provocativamente, una vez más como un poeta maldito, “enamorar” o “amor” a una vivencia «light»; más acorde a la flotación de un after office o happy hour. El artista nos dice que no hay amor, y que no es posible jamás “enamorarse” en un “bar” que cierra a la medianoche, en un lugar que “obliga” y clausura (justo a tiempo) el «no/tiempo» que implica saber encontrarse el uno en el otro; más allá de lo permitido.
Sobre el final de la última secuencia, y alternadas las imágenes de este detective con un Palo performer desdoblado en una suerte de cupido glam que nos dispara flechas, se descubre un divino resplandor en el reflejo de su rostro que llena de luz una “plaza pelada»; abandonada a su suerte como dominio de lo público afectado por la privatización de las vidas.
El final del videoclip, «hermosa luz» como grado cero de la creación
“Morel” abre el estuche de su guitarra sobre un banco de esa plaza pública al modo de un perfecto asesino; listo para ajustar el blanco y disparar. El «arma» letal, aquella que aniquilará la “languidez” o la cáscara “light” que coloniza los cuerpos, se encuentra en esta «hermosa luz»; alegoría de la creación artística misma pujando en grado cero: cuerdas de nylon/embriones de “relatos”.
“No se puede vivir del amor”, canta el “Salmón” al calor de un pragmatismo irónico y posmoderno. “Nadie puede vivir sin amor”, replicaba Fito Páez sin especulaciones en El amor después del amor. Palo Pandolfo tiene hoy su respuesta; para tentar al amor hacia una nueva “transformación” por el velo sensual de una demora. Ya lo sabemos y lo sentimos. No se puede vivir sin relatos, sin invenciones, a lo «Morel».