Clapper txt_Agustín Vargas

En 1987 el director alemán Wim Wenders estrenó Las alas del deseo. Allí, dos ángeles sobrevuelan y son testigos de una Berlín que aún sufre las inevitables secuelas de la Segunda Guerra Mundial; entre la desesperanza y la soledad, el mundo en blanco y negro se halla presente. Sólo el amor lo teñirá de colores.

Cuando el niño era niño
era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y no soy vos?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allá?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol es tan solo un sueño?

Versos a la inocencia. Un primerísimo plano de un ojo. La Berlín amurallada vista desde las alturas. Un ángel observando todo a su alrededor en blanco y negro. De este modo Wenders muestra con belleza sus intenciones en los primeros instantes de su obra. Poco después, en calles, edificios y bares nocturnos pueden oírse pensamientos desolados, algo entremezclados, pertenecientes a personas de toda clase; como si se tratase de una antena que capta el bullicio de un sinfín de frecuencias radiales. Quienes escuchan y ven son Damiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander), dos ángeles vestidos con abrigos largos que sobrevuelan una ciudad en la que no pueden ser vistos por nadie —salvo por los niños— pero varios sienten su presencia: esa mano apoyada sobre el hombro que muchas veces obliga a no claudicar.

En un descapotable a la venta en una concesionaria, los ángeles repasan anotaciones del día: un transeúnte que cerró el paraguas en medio de la lluvia para dejarse mojar, un alumno que describió a su profesor cómo crece el helecho de la tierra, un anciano que leyó La Odisea a un niño que ya había dejado de parpadear… Wenders hace hincapié en las experiencias mundanas, ajenas para los ángeles, en especial para Damiel, quien como nadie anhela bajar a la tierra para experimentar la naturaleza humana. Al fin y al cabo, dice estar cansado de su eternidad espiritual; el saber la historia pero no ser partícipe de ella. Para él es el momento de conocer qué se siente respirar, mentir, tener fiebre, saborear un café, fascinarse por una comida, mojarse bajo la lluvia y, por sobre todas las cosas, amar y ser amado.
—Mirar desde arriba no es mirar. Hay que mirar a la altura de otros ojos.

La soledad, la falta de compañerismo y la desesperanza son los sentimientos predominantes atestiguados por los ángeles, que poco pueden hacer para cambiar el rumbo de los hechos. La Segunda Guerra Mundial, el Holocausto: grandes acontecimientos pasados que brotan en el presente. El realizador alemán muestra una Berlín globalizada, donde el individualismo y la fragmentación social lo cubre todo, y propone recordar lo esencial: el amor y la solidaridad. Con una técnica prodigiosa y una fotografía deslumbrante, Wenders elabora escenas que quedan grabadas en la retina, como aquella que acontece en una Biblioteca Nacional ajetreada de ángeles que acompañan a silenciosos hombres que acceden a la historia y al saber.

¡Compañero!, dice y estrecha su mano un reconocido actor norteamericano —Peter Falk, quien mientras filma una película ambientada en el ’45 en sus ratos libres dibuja rostros humanos y camina camuflado por las calles de la ciudad—, intuyendo de manera acertada que algún ángel lo está oyendo. «Me gustaría verte a los ojos y decirte lo bien que se está aquí», agrega. En uno de sus tantos recorridos, Demiel se queda perplejo con Marion (Solveig Dommartin), una joven trapecista de circo que mientras practica su rutina cavila sobre sus deseos y su porvenir aparentemente no muy auspicioso. Con ella llegan los primeros destellos de color del largometraje, el contraste entre la mirada humana y la angelical. Demiel ve y escucha; y se enamora. Es hora de que rehúse a su eternidad para sentirse, de una vez, vivo. Sólo así su mundo se llenará de colores.

Las alas del deseo (Der Himmel über Berlin, 1987), de Wim Wenders: guión de Wenders y Peter Handke; con Bruno Ganz, Peter Falk, Solveig Dommartin y Otto Sander. Duración: 128′. Se puede ver ACÁ.