Clapper txt_Matías Querol_May_2019
Fotograma bellísimo de un aljibe en ByN. Camila sale con el torso desnudo y mojada con su túnica blanca ceñida al cuerpo. Es lo primero que vemos como complemento audiovisual de una instrumentación musical que resulta inquietante. Uno de los recursos narrativos sobresalientes en “No parar de cerrar, no parar de abrir” es un planteo escénico que logra plasmar cuerpos/flujos en movimiento en una coreografía desplegada en el lenguaje de la danza contemporánea. ¿Camila es una zombie que viene de la muerte? ¿Por qué corren los cuerpos zombies uniformados con sus túnicas blancas hasta los tobillos en la intemperie ByN? ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Qué es lo que hacen sin aparente certeza de cuál es su orientación en el mundo? ¿Van detrás de la carne humana para morder?
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, #ModoAvión para volar
El #ModoAvión en el que estamos configurados nos permite una licencia absoluta de hacer volar nuestra imaginación a la hora de escribir, con la sobria expectativa de que también hagamos volar al lector/a para sacarnos la gris monotonía del porno-click que satura la atención. Camila, corre. Busca un espacio para refugiarse a sí misma de la búsqueda desesperada de sí misma en ese acto compulsivo de “no parar de cerrar, no parar de abrir” que explota en su mente y condiciona el movimiento corporal.
Camila, corre. Parece ir detrás de una llave de identificación que la pudiera hacer detenerse en algún objeto a su alrededor o el abrir alguna puerta que la conduzca por un sendero de rosas al plano fijo de un encuentro. Pero nada hay a su alrededor que huela a rosas, tan sólo un edificio abandonado. El don del arte escénico es desplegado de maravillas en la danza grupal, acelerando y aminorando el movimiento al compás del tempo musical. La música y la danza forman un dúo indisociable de lenguajes artísticos. El movimiento es la regla, la quietud la excepción. Parece que el ByN nos llevara de golpe al “Guernica” de Picasso en esos movimientos intempestivos y alarmistas de cuerpos humanos escapando de un horror aunque no declarado.
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, a la altura de Café Tacvba.
El grupo se mueve- o es movido- por una fuerza exterior que los lleva a ir y venir por los corredores de este edificio abandonado sumido a la intemperie ByN que subraya en él la ausencia de puertas y ventanas. De inmediato, el escenario un tanto desolador y amenazante por la altura hace que lo liguemos al videoclip de otras “bellezas americanas” como Café Tacvba en su re-versión del hit “Déjate caer” de Los Tres.
Camila, corre. Corre y corre por los pasillos del gigante de cemento abandonado a su suerte junto a otros zombies de su misma condición. El estribillo suena en la letra en una vocalización aguda como un llamado de atención urgente (“No parar de cerrar, no parar de abrir”) y es una genialidad total cuando se lo confronta con el signo visual de un no-lugar: no hay puertas ni ventanas para “cerrar” o “abrir”. El estribillo entonces golpea en una búsqueda desesperada de hallar calma frente al vértigo de los flujos en la era binaria que impone el “me gusta” o “no me gusta”; opciones simplistas de acceso a la cultura (digital). “Abrir” y “cerrar” (verbos en infinitivo sin sujeto) nos hacen pensar entonces en los modos binarios, inmediatistas (y por qué no violentos) de la existencia humana en la era digital.
“No parar de cerrar, no parar de abrir”: ni puertas, ni ventanas.
El edificio abandonado mismo es lo que- visualmente- tensiona en lo inerte con una letra que repite en su estribillo una acción privada de objeto. El sujeto tácito en plural “cierra” y “abre” nada, porque el edificio carece de puertas o ventanas (físicas) que sirvan de objeto para tal acción. Lo que transmite el videoclip es que los zombies, uniformados con túnicas blancas y gestos de monstruosidad, podrían asemejarse a los mismos cuerpos/flujos de esta era de la información, cuerpos/flujos que siempre buscarán ambiciosamente ser-otros en LO OTRO, y que nunca se conformarán con la imagen (¿real?) de sí mismos que les devuelve el espejo empañado del botiquín.
No hay entonces humanismo en la comunicación cuando existe un “no parar de cerrar, no parar de abrir”, más bien los humanos mismos son hablados por una comunicación virtual que los sobrepasa y los convierte en seres mutantes. Camila, corre. Realza, para hablar en la jerga financiera hoy tristemente hegemónica, el déficit en los índices de comunicación real deseados por ella y nunca bien correspondidos por su hombre de hielo.
“Eso que yo quiero decirte, no lo vas a entender, quiero que me lo comuniques, pero tú te cierras en vez”. Los cuerpos humanos, en este caso, son flujos de información pero que así todo buscan desembarazarse del circuito maquinal en el que están alienados. Los cuerpos se buscan en ese movimiento incesante para encontrarse en una escena local que se descubre recién al final del videoclip; y donde se rebela un cruce de miradas en el grupo como re-nacimiento de la comunidad real. ¿Es obra del azar que la “comunidad” se haya convertido en el blanco perfecto de la avanzada mercadotécnica? ¿No habría que sospechar- o al menos redefinir- lo que pensamos de la comunidad; si todo lo que compramos en el hipermercado tiene una etiqueta que nos apacigua el vacío con el significante vacío “comunidad”?
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, giros imprevistos
Es una hermosura en el videoclip el recorrido de la cámara, con giros imprevistos por los corredores del edificio preparado para el habitar de muchas personas. La soledad de los cuerpos se acentúa entonces en ese espacio de grandes dimensiones; que nada contiene ni les protege de la intemperie ByN. Moreno nos habla- con su cuerpo- de las sensaciones de soledad/frialdad/desesperación que vive en tiempos líquidos, donde el semblante monstruoso de un zombie pasado de data la hace ir/venir por todos lados, con la esperanza de dar con un espacio/tiempo que se pudiera recortar de los flujos conectivos para ser abrazada/tocada/afectada por el “calor” de un cuerpo real.
La canción, desde la musicalidad y estética audiovisual, presenta cuerpos humanos símiles a los flujos de información que los llevan a “no parar de cerrar, no parar de abrir “ventanas y ventanas abiertas de par en par en conexión on-line; que nunca podrán impedir los destrozos de un vendaval. En este punto, “cerrar” o “abrir “dejan de ser- como dijimos- verbos antagónicos, cuando no hay ventanas o puertas (físicas) que sirvan de objeto para tales acciones. Hay dos verbos, “cerrar” y “abrir” que nuestra “belleza americana” los usa indistintamente, como si fueran la misma acción, haciendo caer los términos opuestos de una significación de la lengua arrasada en su estructura por una cultura hegemónica del shock constante y la dislocación.
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, calor utópico.
“Abrir” y “Cerrar” son lo mismo, cuando no hay posibilidad alguna de habitar un espacio propio (íntimo) que pudiera ser la contra-cara de lo público o comunitario. “Abrir” y “Cerrar” son dos verbos- indistintamente- confundidos y estériles en lo formal para provocar “calor” y remediar el “frío”. “Frío” y “calor” sí son términos opuestos en una lucha utópica por acariciar los rayos del sol de una escena local, que jamás se logrará conquistar, si compulsivamente volvemos a la estable/inestabilidad de “no parar de cerrar, no parar de abrir”. “Yo no sé traspasar esos muros de hielo, déjame derretir este frío y hacerlo, calor…”. Pareciera que Camila deja traslucir, con la erótica marca de sus pezones sobre la túnica blanca mojada como punta de lanza, que la lucha es por la utopía comunitaria de calor/color en este mundo “frío” y competitivo (“No compitas conmigo cariño”) en estallido expresivo Guernica que la lleva a “cerrar”/”abrir/”cerrar”.
Otro de los notables puntos altos de la canción/videoclip en ByN es la voz de Camila que alterna entre ira/despecho/agresividad (sobre todo cuando mira a cámara al inicio con su cabello empapado sobre sus ojos) y el desplome de su cuerpo (real) en los brazos de un hombre (real) que la contiene. Los cuerpos/flujos van y vienen, vienen y van, por los corredores de este edificio abandonado. Si no hay un adentro de intimidad, con muros o ventanas o cortinas que se pudieran cerrar para crearla, tampoco entonces existiría un afuera como promesa o deseo de liberación real del tipo road movie. ¿Quién pudiera fugarse de un lugar que ya mismo es una fuga? ¿Quién pudiera abandonar una casa que es aguantadero de portland? Como canta el querido Luis Alberto en la canción «Organismo en el aire» (1988), y que viene a cuento como paráfrasis lírica de la narrativa audiovisual que nos regala nuestra belleza americana, «No sé si voy y vengo si acaso estoy, ni sé si me podría fugar. Ansié un abismo y todo todo, todo se acercó, con tu calor ya no hay precipicios».
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, ciencia ficción futurista
Es aquí donde el gesto exhausto de Camila liderando al grupo en movimiento en ese “cerrar/abrir/cerrar” cíclico nos contagia insatisfacción/incompletud/desasosiego de una mujer que (se) busca y (se) busca; pero (se) encuentra con la cáscara de un gigante de cemento o Elefante Blanco que alguna vez quiso ser y nunca fue.
El ByN de las imágenes no hace más que aplastarnos sensorialmente, como si fuéramos objetos de utilería del guion de ciencia ficción futurista de Mad Max pero, inversamente al film protagonizado por Mel Gibson y Tina Turner narrados en escenarios de un “calor” apocalíptico, muertos vivos como zombies alienados por el «frío» data catarata (Drexler-2014), donde resulta casi imposible hacer lugar al encuentro: local, táctil y amoroso de cuerpos reales.
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, guiño cómplice con Radiohead
Todo es movimiento, flujo y flujo y flujo. Un moverse y moverse. Compartida la vida es + pero no mejor. Un “cerrar” y “abrir” puertas y ventanas virtuales en lo ajeno que nunca vemos y que nos linkean con la pestaña que tenemos siempre abierta en la máquina del videoclip de “Daydreaming” de Radiohead. Ahora bien, ¿Qué pasaría si volamos del todo en este #ModoAvión, dejamos correr nuestra imaginación, y cruzamos la canción/videoclip “No parar de cerrar, no parar de abrir”, editada en el año 2015 en Chile, con otra canción/videoclip de Radiohead estrenada en el 2016? ¿Una “belleza americana” puede coincidir en el mismo concepto musical/audiovisual que plasmaría Yorke y los suyos? ¿De qué diálogo inter-textual estamos hablando entre estas 2 canciones/videoclips?
Vamos a transgredir la lógica de la sección ByN en Clapps! e incluiremos color con este videoclip de Radiohead. Tom Yorke abre puertas y las cierra, invariablemente. Se encuentra en cada espacio físico privado/público; como si fuera exactamente lo mismo una cosa de la otra. Entra en una lavandería, en una cocina con la mesa servida o en los pasillos de un hospital. Yorke abre las puertas que lo conducen a un monte nevado, a una playa y a otra playa, pero de estacionamiento. Yorke no hace nada, sólo abre y cierra puertas, entrando/saliendo de las escenas en las cuales nunca está del todo involucrado en lo identitario. Todo le pasa por el costado, todo parece nada, como si estuviera vaciado de alma. Abre y cierra, lo vemos una y otra vez. ¿Qué es lo que nos pasa como espectadores? Queremos más de los otros, queremos deglutir como papas fritas de copetín escenas de vivencias ajenas en la intimidad. Nos parecen escasos los 6 minutos y pico que dura la canción/videoclip: quisiéramos seguir viendo por horas la vida de los otros.
Estamos en la vida de los otros, abriendo y cerrando “ventanas” virtuales en nuestra propia casa. Aquí vemos más de cerca la conexión entre ambas obras maestras. El “calor” que pide- casi como una plegaria Camila en su frase “déjame derretir esos muros de hielo, calor…”- es el mismo “calor” que se hace sensación en la escena final de “Daydreaming”, donde Yorke personifica su propia regresión como recién nacido que busca “calor” en unos leños prendidos refugiado en una caverna y dramatizando un chupeteo pulsional de con-tacto humano con un pezón invisible; como el que Camila muestra veladamente y nos seduce como una Mala Madre.
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, descansar en los brazos de un hombre
Camila despliega en su obra, sobre todo, desesperación de cuerpos/flujos que van y vienen, vienen y van, en el edificio abandonado; como si fuera una casa tomada por la ausencia de los cuerpos/reales. De todos modos, como anticipamos y apelando al mismo lenguaje corporal, al promediar la canción Camila se muestra a sí misma en una pausa en la que se rinde (¿se rinde?) a los brazos de un hombre, quien la lleva delicadamente al borde de una cornisa y le arroja agua sobre su cuerpo: sentir el agua sobre el cuerpo, tan sólo sentir el propio cuerpo.
El hombre le vacía agua sobre su cuerpo y las transparencias de su (ahora) vestido no hacen más que excitarnos en su justa medida; sin que perdamos lo esencial de la propuesta escénica. Si los pezones de Camila atraen visiblemente la fijación de la atención, a la vez, rápidamente nos hacen volver a la historia de una no-historia, a la narración fílmica de cuerpos/flujos desesperados: abriendo/cerrando/abriendo ventanas.
Este pasaje en el videoclip es rico y sensual, porque nos ubica como espectadores en la escena de un encuentro táctil y local que nada parece tener que ver con el poder de un patriarca sobre el cuerpo (y la decisión) de la mujer. La mujer se rinde a los brazos del hombre, pero no es una rendición del orden de una renuncia a sus “derechos”, sino aparecer mutuo, como si ambos se hubieran arrebatado la segunda piel o “plástico fino” (Calamaro-2013) para sentir-se.
“No parar de cerrar, no parar de abrir”, calor/color de una comunidad real
“No parar de cerrar, no parar de abrir” es una canción desesperada o pedido de auxilio con sordina para que algo/alguien nos vuelva a conectar con lo táctil de un abrazo abrasador que derrita “muros de hielo”. El final es un cruce identitario entre el grupo de arriba del edificio y los de abajo en un fotograma de naturaleza viva de color/calor.
No habrá color/calor en una acción enfermiza de un sujeto consumido que no pueda parar de “cerrar/abrir/cerrar” alienado por su loco scroll en la pantalla táctil, como si todo fuera lo mismo, como si todo lo que nos encontramos en el mundo fuera nada, ByN. Sólo el calor/color podrá re-aparecer en la piel si volvemos a mirarnos/escucharnos/tocarnos al borde de las cornisas, desafiando todo riesgo de caída libre como aquel beso final entre Vicentico y Valeria Bertuccelli en el videoclip de “CJ” de Los Fabulosos Cadillacs(“Tengo un lugar lejos de todo, lejos nunca nadie estuvo allí, lo guardo aquí, dentro de mí, no hay tiempo, ni prisa, ni fin…”) editado en tiempos de paranoia global por el caos informático en el cambio de siglo.
Hay una pausa. El cruce de miradas del grupo zombie representa un futuro abierto en pos de lo socio-comunitario, no ya persiguiendo la grasada de la “fría” competitividad que devora cabezas y corazones. Una pausa, temporaria, que frena la hiper-acción de “no parar de cerrar, no parar de abrir” ventanas y ventanas al mejor postor ($$) que atraviesan como zombies muros y afectan nuestros cuerpos, nuestras decisiones. Un recodo de imaginación o resistencia en medio de la intemperie ByN, como fuera el intento en la escritura de esta reseña en lo alto del #ModoAvión, regocijándonos entre las nubes como bohemios por esta pérdida deliberada de tiempo. Luz de stop, un guiño para girar y tomar un atajo. Bajar un cambio, poner punto muerto en un tiempo muerto que- irónicamente- podrá ser para tu voz un tiempo de vida para la vida.