Reun
Otro año en que arranca la Feria de Buenos Aires, y otra vez entramos como chacareros en la ciudad, a los gritos y señalando para acá, para allá, para el otro lado. Hacia donde miremos hay papeles de colores, eso nos relaja. Nos encantan los libros, y recorrer la feria es todo un ejercicio por resistir el encantamiento, negarse a ser atrapado por las propias pasiones y no quedar expuesto como el grupo del pobre presupuesto.
Y cuando llegamos al stand de la red de editoriales universitarias, y vemos los libros con los que hemos estado trabajando, es como un premio: existimos, también nuestro grano de arena suma para construir esta gran casa de palabras. ¡Ey! a los gritos, ¡ey! ¡bien por nosotros! ¡Un aplauso para los que laburan!
El orgullo por estar lo deben sentir todos los que hacen libros, y son tantos, entre autores, editores, diseñadores, imprenteros, distribuidores, libreros, y entre todos ellos, los lectores que son los verdaderos dueños y protagonistas de la fiesta. Y nosotros, que ahí, en ese mismo pasaje, nos transformamos en consumidores de todo lo bello que se presente a buen mercado, y por lo tanto en potenciales lectores, ya estamos atrapados por esta vorágine ininteligible que creemos que es una manifestación de la cultura, pero es solo la demostración de que existe un mercado de libros en Argentina y que este es su centro, y esta es su fiesta. Nosotros, los que en un par de días nos volveremos a Rosario a hablar de los libros que vimos allá, como si fuera en otro país.
José y Rodrigo
Veníamos con Nadia y nos cruzamos a Juan Pablo, de Libros del balcón, una librería muy querida de capital, que queda en Montevideo y Córdoba. Con generosidad nos señala la posta: libros a buen precio, stand de Chile, material que llega con dificultad por otros canales o directamente no se consigue. Y allí vamos, y nos encontramos con cosas deliciosas, como el libro que compré para Viryi, con la poesía completa de Violeta Parra que parece ser este año el centro de todo el universo chilenófilo, editada por la Universidad de Valparaíso, una edición potente, una encuadernación exquisita. Ahí estaban los fetichistas, cayendo redondos y gastando porciones de su salario, mientras giraban para conversar y decían cosas como “yo lo compro para leérselo a mi hija, que le va a encantar”, o bien, “lo llevo para ponerlo a la venta, esto se va a vender muy bien”, y todos sabiendo que eran mentiras, falacias: lo compraban para aliviar el peso de saber que en el mundo existe algo realmente bello y que vale la pena tener, y por lo tanto casi se vuelve imperativo ese tener.
El genio del capitalismo se posa en el oído y canta canciones dulces: “tener, tener, tener, necesitas tener”. Y del otro lado surge el otro, el impávido lobo de la buena fortuna: “nada necesitas, tener es para los mediocres, quién te diga que consumir es lo importante miente”. Y el genio chamuya cortito: “libros”, dice, “¡qué puede tener de malo un libro! ¿Acaso se trata de drogas?” Y el lobito anticapitalista: “viniste hasta acá, ya sé que vas a comprar, pero el mundo no pasa por ahí y lo sabes”.
A todo esto ya estaba pagando en la caja y huyendo, por las dudas de que la chica se diera cuenta de que se estaba equivocando con el precio, y ya estaba en la otra punta de la feria, visitando el stand de los colegas de UNL que comparten con EUDEBA. Universidad de los trabajadores. Ahí me encuentro con dos amigos, compañeros de la diplomatura en edición: José, que trabaja en UNL y Rodrigo que es un gran traductor de muchos idiomas.
“Miren lo que compré”, les digo, mostrando el Violeta Parra. Y Rodrigo me dice: “Lo compraste porque te gusta Violeta Parra o por el libro fetiche”, y yo “por ambas cosas”. Y casi que lo veo salir corriendo para el lado de Chile, y decía “a mí también me gusta la Parra y el libro es muy bello”. Me pregunto si quedarán mañana de esos libros tan exquisitos, o ya los habrán comprado todos los editores fetichistas de las jornadas profesionales.
Continuará…