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El 8 de agosto se lanzaron a la venta las entradas para el Lollapalooza 2018, como todos los años. La primera etapa de venta son los Early Birds, éstos son los tickets más baratos y los que se venden más rápido. Una curiosidad: en esa etapa todavía no se anuncian los artistas que se van a presentar en el festival.
La segunda etapa de venta es la Preventa 1, donde el valor aumenta un 50% más. A ésta le siguen la Preventa 2, Preventa 3 y Preventa 4, hasta llegar al valor definitivo donde se congela el precio. Como era costumbre, los artistas que asistirían al festival se anunciaban casi un mes después del lanzamiento de los Early Birds, y la gente empezaba a comprar la Preventa 1 cuando ya sabía quién tocaría en el festival. Pero este año fue diferente. Los tickets se agotaron en menos de 24 horas.
Tres horas después de su lanzamiento ya no había más entradas y se tuvo que comenzar a vender la Preventa 3 (de un valor de $3800). ¿Qué lleva a tantas personas a comprar un ticket a ese precio sin saber a qué artistas va a ver en el escenario? Desde Clapps! analizamos algunas razones.
Las ediciones anteriores
El Lollapalooza llegó por primera vez a nuestro país en 2014, reuniendo artistas de renombre mundial como los Red Hot Chili Peppers, Arcade Fire, Imagine Dragons y Flume. Ese fue el comienzo de lo que se convirtió en una tradición anual para los jóvenes argentinos.
Desde la primera edición del Lollapalooza hasta ahora el número de asistentes aumentó a una velocidad vertiginosa, sólo este año asistieron más de 200 mil personas. Esto no sólo se debió a la popularidad que comenzó a ganar el festival en Argentina; sino también al incremento del nivel de los artistas que pisaron los escenarios.
En 2016 Eminem rompió el Main Stage 1 con un show inolvidable que le hizo saltar un par de lágrimas a más de uno. El show de este año reunió artistas de la talla de Metallica y The Strokes en un mismo lugar. Y sólo cabe esperar que en 2018 el Lollapalooza rompa todo con un line up que nos haga gritar de emoción. A esto se le suma que la edición de 2018 abandonó los tradicionales dos días de festival y agregó un día más, subiendo a tres la cantidad de días que el público podrá disfrutar de la música.
Un rito de culto
En 2014 pocos conocían de qué se trataba este festival, a esta primera edición asistieron curiosos y fanáticos de las bandas que conformaban el line up de ese año. En 2015 se fue sumando gente que, o bien le recomendaron ir, o asistió a la edición anterior o simplemente fue a ver a su banda favorita a un precio totalmente razonable. Porque esa es otra curiosidad del Lollapalooza: en sus inicios el precio de la entrada era bastante accesible (rondaba entre los $700 y los $1000), y la perspectiva de pasar dos días a pura música no se podía desaprovechar.
Ya para 2016 no sólo el precio de las entradas aumentó sino también la cantidad de asistentes, y esto se debió a un par de motivos. Uno de ellos fue que el Lollapalooza se convirtió en una especie de rito de cultural. Allí por donde mires hay chicos y chicas con glitter en la cara, en el pelo, en la ropa; grupos de amigos disfrazados de animales de la granja; fanáticos de las selfies subidos a los hombros de alguien para sacar la foto perfecta para Instagram; un grupito de metaleros descolocados que sólo iban a la hora que tocaba su banda favorita; familias con nenes y reposeras; punks, hippies, rockeros y famosos (porque los famosos nunca faltan).
Para cuando está llegando la fecha del festival las redes sociales se llenan de fotos de tickets, colectivos a Buenos Aires y selfies con el logo del Lollapalooza. Parece ser que si no asistís al festival no sos nada, o nadie. Éste se convirtió en una actividad tan popular, que se repite año a año, que ya es como un ritual para la mayoría de los jóvenes del país.
Algunos van para decir que fueron, otros van para disfrutar de dos días escuchando a sus bandas favoritas, son los menos los que asisten para participar de las actividades secundarias (talleres de percusión o clases de yoga), y es la mayoría los que pagan la entrada para pasar un buen rato con sus amigos.
El Lollapalooza pasó de ser un simple festival a convertirse en un evento que tenés que vivir al menos una vez en la vida. ¿Te vas a perder de contarle a tus nietos que vos también estuviste ahí?
Un espacio para conocer nuevos artistas
La filosofía del Lollapalooza se basa en tres principios básicos: conocer bandas nuevas, comer recetas gourmet y sentarse en el pastito a pasar un buen rato. La parte de conocer bandas nuevas es un aspecto esencial y una de las razones por las que este festival cobró tanta popularidad alrededor del mundo. Sí, si pagas una entrada para un festival de dos días esperás ver a tus artistas favoritos, porque para eso la pagaste; pero el Lollapalooza te brinda también la oportunidad de conocer música nueva en esos lapsos donde estás esperando a que toque tu banda favorita o estás haciendo la cola para comerte un pancho.
Varios artistas internacionales que pasaron por los escenarios del Lollapalooza contaron que el desafío de atraer al público para que escuche su música es uno de los aspectos más interesantes del festival. Porque no nos olvidemos de que hay cuatro escenarios (en 2018 habrá cinco) y más de 90 artistas, tocando todos a la vez.
Del Lollapalooza no sólo te vas con nombres y canciones de bandas que antes no conocías, sino también con la impresión que dejan los artistas que mejor logran atraer al público, como Duran Duran en 2017 cuando la rompió en el escenario atrayendo la atención del público con papelitos de colores y pelotas inflables que todos querían tocar.
¿Es muy exagerado pensar que el Lollapalooza se convirtió en el Woodstock de nuestra generación? Si bien este festival está claramente destinado a un tipo de público específico (clase social media-alta, que habla o entiende inglés y escucha música anglosajona), esto no impide que gente de todo tipo, edad, sexo y clase social pueda disfrutar de pasar dos días a pura música.
El Lollapalooza se convirtió en un evento para todos los jóvenes de Argentina (o los que pueden acceder a él) donde el encuentro, el disfrute y las anécdotas conforman un ritual cultural que se repite año a año.