Estamos ante una obra que se bosqueja desde la calle para luego volcarse a la ficción sin perder de vista distintos componentes de una sociedad golpeada en más de un aspecto. La escena inicial corresponde a lo real, porque sucedió realmente: un par de ladrones adolescentes armados suben a un taxi ocupado para robarle al pasajero. El taxista es cómplice y, repartija mediante, al día siguiente se repite el método de saqueo. Pero Stagnaro y Caetano no se quedan en eso y elaboran un guión que se destaca por el desarrollo de personajes. Es un film sobre ladrones marginales, pero también es una película de amigos que intentan, a su manera, sobrevivir y salir adelante en un país que se viene a pique.
El Cordobés (Héctor Anglada, también fallecido) vive en lo que parece ser una casa tomada con tres amigos y su pareja embarazada, quien le pide que se consiga un trabajo. En realidad la banda vive en Capital Federal, porque se la pasa pululando por las calles comiendo una Ugis, tomando una Quilmes y fumando cigarrillos; todo al ritmo de la cumbia. Al igual que en «Picado fino», el embarazo no deseado será eje de conflicto y precipitará una solución: la idea de juntar dinero y escapar para comenzar una nueva vida. Tal es la situación que vive el Cordobés, mientras que Pablo (Jorge Sesán), su compañero de robo, tiene en mente realizar algo que les dé una mayor tajada e independencia; entre otras aristas narrativas.
«Pizza, birra, faso» golpea con sus imágenes pero las alivia con sus diálogos lunfardistas. Hay escenas emblemáticas, y no sólo aquella filmada en el interior del Obelisco. Difícil olvidar cuando el Cordobés le quita monedas a un músico callejero rengo o cuando los protagonistas se dirigen a punguear a una fila de desempleados. La pérdida de lazos sociales y la exclusión social de la época están al orden del día, algo ambivalente por momentos, pero que da como resultado un film imprescindible e inolvidable.
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