Clapper txt_Mg.Luciano Rodríguez Costa_Jun_2018

Hija de Dios

Esta cuarta entrega de Los Ojos de Edipo nos deja en las manos una trama delicada y que requiere de cuidado. Del cuidado trata «Hija de Dios» (2016) y de lo que sucede cuando las manos mal-tratan lo más íntimo y delicado que los adultos hemos tenido en nuestro ser: la dependencia infantil. ¿Qué se cuida sino aquello cuya persistencia depende enteramente de nosotros? ¿Qué se cuida sino aquello que se ama? «Hija de Dios» trata del descuido y del abuso infantil, trata de lo que sucede cuando el amor del adulto fracasa.

Y en esos casos donde el niño queda en soledad, donde el adulto ve con malos ojos y donde los demás hacen ojos ciegos a lo que está sucediendo, no suelen quedar más alternativas que las de Edipo al retorno del horror de haber consumado el incesto cuyo presagio se había propuesto evitar: arrancarse los ojos. Pero entre quedar sin ojos y la imposibilidad de dejar de ver la escena horrorosa, a veces hay una salida intermedia: visión. Es decir, aquello que se ve pero no con los ojos.

Beholder

La primera escena nos muestra a una Isabel que está, sin estar, allí donde sea que esté. Un hermoso paisaje deshabitado sobre el sillón del boliche. La luz desciende sobre la soledad de su cuerpo y su rostro hermoso sobre un fondo de oscuridad. Su cuñado, Manuel, quien la acompaña hasta la estación de subte, es una figura clave: representa el desdoblamiento del personaje de Isabel. Es alguien que también sufrió un abuso sexual siendo adulto (a manos del policía que luego será asesinado) pero que tiene las “armas” para defenderse. Arma que le dona a una Isabel que, sobre el final de la película, nos enteraremos le dio uso casi inmediato.

A la entrada del subte, así como en el andén, afiches blancos con un gran y bello ojo muestran un slogan que dice “Beauty For The Beholder”, el cual se puede traducir aproximadamente como “belleza para el espectador”. Sobre esa imagen se detiene Isabel. Y desde allí tenemos una película que se escindirá en dos realidades que progresivamente irán aproximándose. La primera realidad incorpora para el “espectador”, Isabel y nosotros, lo “bello” de la visión de un hombre inmaculadamente blanco que camina flotando sobre las vías del subte. Ésta y otras visiones le harán creer a Isabel que Dios le está dejando ver a los ángeles, y que esos ángeles anuncian el regreso de su prometido; quien se encontraba prestando servicio militar invadiendo a los irakíes.

La Hija de Dios, segunda realidad escindida

La segunda realidad escindida es en verdad el reverso de la primera realidad, visionaria y angelical, y su opuesto: se trata del horror del abuso sexual que para entonces ya ha ocurrido. Quien cae sin caminar a las vías del tren es el policía abusador, ya herido por el arma que Isabel recibió de Manuel.

Si pudo defenderse y matar a su agresor ¿por qué entonces tiene esas visiones? ¿No pudo acaso hacer uso de sus propias armas para defenderse del violador y producir un “final” a la situación de abuso? En verdad no, porque si bien la película se escinde en dos realidades en esa escena, Isabel ya venía escindida en dos desde la infancia: había sufrido abusos sexuales de parte de su propio padre; si éste lo era. Por eso está escindida entre aquella niña que sufrió un abuso que no puede ni nombrar, y una Isabel que, para sobrevivir subjetivamente, intentó continuar en la vida como si eso no le hubiera sucedido.

Isabel no fue cuidada cuando era una niña: la madre hizo ojos ciegos a lo que pasaba, y el padre se sirvió de esa dependencia amorosa infantil (tierna) y de la confianza hacia el adulto, para tomarla como un cuerpo donde descargar su excitación erótica propia de la sexualidad adulta.

La Hija de Dios, sostener/observar

Quizás por eso el título original de la película era “Exposed”. Isabel fue expuesta en su infancia, y en esa primera escena se expone al irse sola a ese subte a pesar de que su cuñado le ofrece parar un taxi o incluso acompañarla a la casa. Como Edipo, hay un presagio más allá de su voluntad que no se puede detener. Hay una exposición a la cual la misma Isabel está ciega. No puede cuidarse porque no fue cuidada.

¿Por qué las visiones? ¿Se engaña? ¿No “quiere” ver la realidad? ¿Se trata de una “fuga” de la realidad? Un hermoso hallazgo de la obra nos da la pista: beholder, si bien significa “espectador” u “observador”, también tiene en el fragmento hold, la clave del sentido de las visiones: hold significa “sostener”, una palabra que, en Psicoanálisis, el inglés Donald Winnicott nos ha acostumbrado a escucharla y pensarla en relación al holding materno, es decir, el sostén que la madre hace del cuerpo y psiquis -que en los comienzos son lo mismo- del bebé.

Nótese la belleza del lenguaje. Si al sustantivo beholder le introducimos un espacio intermedio, nos queda be holder, que -entre otras acepciones- puede traducirse como “ser sostenedor. Si vamos a su forma verbal behold (“mira”, “observa”), nos queda be hold, que puede traducirse entonces como ser sostenido”. En ese espacio radica la posibilidad del pasaje del observar al sostener, produciendo una bella expectación que permite ser sostenido como lo hubiera hecho una madre.

Para Elisa

Decíamos que Isabel estaba escindida en dos, y la próxima escena nos contará de qué se trata esta. En el jardín de infantes donde trabaja la protagonista, una niña disrumpe la actividad con el grupo. Elisa llora, hurgando entre los estantes: “estoy buscando algo y no lo encuentro”, dice acongojada. Elisa es el modo en que a Isabel le gustaba ser llamada en su infancia. Se trata de otra de sus visiones.

A partir de la emergencia visionaria de Elisa, se establecerá para Isabel la posibilidad de construir progresivamente un nexo entre su realidad actual y la de su pasado. Hay una búsqueda que propone la niña. El unicornio con pelo de arcoíris representa la búsqueda de una infancia interrumpida por el trauma. Al relacionarse con su propia infancia como un objeto exterior a cuidar, puede sostener la escisión de que a ella no le ha pasado nada, pero al mismo tiempo puede empezar a relacionarse con esa otra parte escindida de sí que es Elisa, para comenzar a sospechar que a ella sí algo le está pasando. El primer paso: “tengo ese presentimiento de que algo no anda bien en su casa”, dirá Isabel.

La Hija de Dios, Isabel al cuidado de Elisa

La protagonista se encargará de ser para Elisa el adulto cuidador que ella no tuvo. Intenta, luego de muchos años, poder hacer algo por esa niña que quedó detenida en el pasado. Cuando hay alguna forma de traumatismo, o incluso simplemente un conflicto subjetivo, el crecimiento madurativo del psiquismo se detiene. Su visión le ofrece la posibilidad de volver a ese punto de detención, empezar a cuidarse y de comenzar a aproximar realidades.

Esto se traduce en una escena. En el grupo de oración al que asistía Isabel, como buena hija de Dios, ésta le pregunta a Olga, una señora mayor, si es posible que Dios le dejase ver ángeles. Olga le responde: “Si nuestro Señor quiere, él puede decidir cerrar nuestros ojos o abrirlos. Seguramente él tiene diseñado un plan para ti, para tu vida”. Con Coraline y la puerta secreta” hablamos de la otra escena, es decir, la instancia del Inconciente en el psiquismo. Esa instancia que, como el Señor, pone a jugar recursos que pueden arrancarnos los ojos para no saber más nada del dolor, o bien hallar modos de hacer ver lo insoportable de un modo posible y cuidado.

En Isabel sus ojos se abrieron. Sus visiones aportan un sostén para lo insostenible del trauma. Los ángeles son figuras protectoras que surgen como respuestas frente a situaciones de total desamparo y abuso. Los ángeles también son, no lo olvidemos, mensajeros. Mediadores entre aquello que no tiene representación (Dios) y los hombres. Las visiones funcionan así como mensajes mediadores de esa otra realidad traumática escindida que no tiene aún representación. Y, a su vez, en la visión de Elisa, Isabel hallará la posibilidad de proteger(se) al tiempo de recibir los mensajes que ésta le trae acerca de su infancia.

El Adulto Fallido

¿Sorprende? Pues en realidad es el destino de toda persona no cuidada tener que autocuidarse. Lo fallido de la función adulta de sostén amoroso está a cada paso y en cada rincón del escenario fílmico. Scott (Keanu Reeves) es el policía amigo de Joey, su excompañero corrupto y abusador, cuya muerte investiga. Scott sabía que era corrupto, pero no veía que era un violador.

Janine, la mujer de Joey, también sabía de sus abusos, pero no quería que se viera públicamente que su difunto esposo tenía esa «avidez». La madre de Isabel también sabía de los abusos del padre, pero tampoco quería ver. Incluso el prometido de Isabel, si bien aparece como esa figura capaz de cuidar, con su fortaleza de soldado «falla» también en su función, al morir en combate. El mismo destino que sufre Lucky, el enorme e intimidante pitbull del difunto: figuras de cuidado que no cuidan.

La Hija de Dios, la figura endeble del policía Scott

En ocasiones solemos ensañarnos con aquel que, sabiendo de la situación de abuso, no intervino para detenerla. Muchas veces una figura endeble como Scott, un policía que intenta y falla permanentemente (recordemos que además de las dificultades para hacer de ley, tenía también enormes dificultades para hacer de padre), es asimilada a la figura de una Janine, el reverso advertido, malicioso y manipulador de aquel que hace ojos ciegos.

Muchas veces las personas incapaces de ver lo evidente son personas que se han arrancado los ojos frente a abusos sufridos en sus vidas o que por situaciones actuales de desamparo quedan dependiendo del abusador (recordemos un Scott que, habiendo sufrido la pérdida de su mujer, sentía que sólo Joey lo había apoyado y que estaba en deuda con él). Falla y complicidad son dos instancias diferentes, en tales situaciones y a cada ocasión, conviene evaluar de qué posición se trata la de aquel adulto que, sabiendo de la situación de abuso, no interviene para evitarla. Scott no es Janine.

Cuando la verdad es la muerte psíquica

¡Quiero la verdad!, ¡Tu no puedes manejar la verdad!”, vocifera el Coronel Jessep (Jack Nicholson) a la inocencia del Teniente Kaffe (Tom Cruise), en otro film “Cuestión de Honor”. La verdad y la muerte sobrevuelan «La Hija de Dios», y se traducen en dos escenas de gran valor. En una de ellas vemos a un contrariado Scott. Cada persona que él interroga luego aparece muerta por Black, maleante que bien podría representar La Parca, por todos los que se carga a lo largo de la película.

Se debate entonces entre tomar contacto con Isabel o mantener la distancia a los fines de preservarla. Entonces dice algo de gran contenido simbólico: “Ella ha estado ahí, ella vió algo, ella sabe (…) pero ¿qué voy a hacer? ¿Arrastrarla? ¿Hacer que la maten?”. Hay allí una “verdad” que no puede “arrastrarse” a la fuerza.

La Hija de Dios, Isabel y el reconocimiento de un indigente

La segunda escena es maravillosa en su simbolismo. Isabel tropieza con el indigente que había estado en el subte el día de la violación y el asesinato. Lo ayuda con su carrito. Y entonces el indigente, que hasta el momento sólo se ocupaba de juntar las cosas que se le habían caído, posa su mirada sobre ella: “¡Te reconozco! ¡Te recuerdo, niña!”. Sin darse cuenta, el indigente aproxima peligrosamente el abuso sexual actual, que remite al abuso de niña, y que Isabel se esfuerza en hacer de cuenta que no le sucedió -aunque cognitivamente sepa que eso sucedió, como vimos con “El Hogar de Miss Peregrine para niños peculiares”. En ese mismo instante, ella tiene la visión en la vereda de enfrente de la “niña”, que es ella. Desorientada, caminando sin mirar, a punto de ser atropellada por un auto, es rescatada por Isabel, que la reta diciéndole “¡pudiste haberte matado! ¡No debes hacer eso!”.

Estamos culturalmente acostumbrados a pensar la confesión como ese dispositivo “liberador”, “la verdad os hará libre”- pensamos-para continuar en la clave religiosa de la obra. Esto es particularmente peligroso cuando se llevan adelante procesos jurídicos. “Una vez que deje de negar la realidad, podrá asumir lo que le pasó”, suele ser el pensamiento a lo Kaffe. Lo cual es particularmente iatrogénico cuando se llevan adelante procesos terapéuticos.

El riesgo a que expone esa confrontación, como ilustran ambas escenas, es la exposición a un dolor que no tiene confines y que podría aniquilar al psiquismo. La aniquilación del psiquismo es aún peor que la muerte, ya que aún en la pérdida de la vida, puede haber la intención de preservar la integridad psíquica; como en la eutanasia. Entonces debemos mantener una distancia allí, como Scott, y dar lugar a esa búsqueda que la persona emprende con sus producciones visionarias, que guardan el espacio suficiente entre observar y sostener. “Mi mentira de amor vale más que ese horror que usted llama verdad”, le dice Manuel a la Muerte, en “Lo que me costó el amor de Laura”, de Alejandro Dolina.

Líbranos del mal

Sobre el final de la obra, los dos personajes que han sufrido abuso sexual, Isabel y su desdoblamiento Manuel (cuñado), clavan el cuchillo en sus perseguidores. Para el caso de Isabel, la niña puede decirle a ésta que “el hombre” -no se comporta como “padre”- está allí en la casa y alertarla de que hay un peligro. Aquello que sospechaba, “ese presentimiento de que algo no anda bien”, se convierte en denuncia que enuncia el abuso. Isabel hunde la cuchilla en el vientre de “el hombre”.

Luego de la muerte realizada, aparece la visión -a esta altura ya vestida en color negro- de la mujer otrora angelical, ante la cual Isabel con cierta indiferencia desenfadada, le dice ¿Por qué estás aquí?”. Realmente las dos realidades escindidas ya habían podido entrar en conexión y las visiones ya no le eran necesarias. Del blanco angelical, al rojo de la muerte anunciada, la visión inquietante de esta mujer -que no es otra que la chica oriental que limpiaba en el subte- culmina en un vestido negro de luto. El duelo finalmente es posible y la niña desaparece ya que no precisa cuidado y puede madurar hacia una Isabel adulta.

La Hija de Dios, duelo y la responsabilidad por los actos cometidos

Pero nos queda una pregunta vital: ¿por qué ahora sí puede hacer el duelo y reconciliar las realidades escindidas, su presente y su pasado, y no cuando mata al policía corrupto? Primero que nada, porque el policía asesinado resignifica un trauma previo y fundamental, el abuso de esa figura que, debiendo haber sido de amor, tomó a esa hija como objeto de descarga sexual.

Pero, al mismo tiempo, ese segundo trauma habilita mecanismos de defensa visionarios que le permiten sentir el sostén suficiente para iniciar una búsqueda que la aproxime progresivamente a una realidad traumática que venía negando. Pero aún hay dos escenas más a considerar. En una, el padre le dice lo contento que está de tenerla de nuevo en la casa y que esta vez se mataría antes que volver a lastimarla. Se produce entonces la asunción de lo sucedido por parte del propio adulto. Allí mismo muere el tabú de hablar de ello, en esa posibilidad de enunciarlo.

Además, aparece la responsabilidad por el hecho. En algunos casos esa responsabilidad puede ser asumida por el perpetrador: en La Hija de Dios “el hombre”, herido de muerte, dice “perdóname” antes de sucumbir. En otros casos, esa responsabilidad tendrá que ser adjudicada por Terceros de Apelación, como les llamara Fernando Ulloa (psicoanalista argentino) a esa instancia garante de la Justicia y de la atribución de Verdad (que pueden ser jueces y abogados pero también los familiares, la comunidad, e incluso el mismo terapeuta, si sabe acompañar el proceso). La obra culmina con la frase “líbranos del mal. Amén”. Ahora sobre un fondo de claridad, la sonrisa se dibuja sobre el rostro hermoso de una Isabel que ya habita su propio cuerpo.