Clapper txt_Andrés Silvestri_Jun_2018

Es temprano, fin de mes, hace frío y es miércoles. Pero no es una noche de miércoles, es noche de jazz desde el 8 de marzo de 2017. El OUI se levanta donde chocan las calles Sarmiento y Mendoza. “Este es uno de los últimos refugios” me dice un amigo, y se nota: ya no cabe un alfiler.

En el bar de un francés, un chaqueño toca su contrabajo hecho en Bahía Blanca con madera canadiense, mientras en la barra, dos amigas del interior de Entre Ríos piden unas pintas de birra artesanal rosarina. Arriba de las canillas de “Cerveza Volk” pegados con cinta hay cuatro soldaditos, un vaquero y un Gokú. El aire comienza a cargarse de música.

Cuando digo música estoy diciendo jazz, algo que sube y que baja como una pelotita que anda rebotando por todo el lugar, se la puede ver en las piernas, en las manos, en los hombros, en las cabezas.

Ehh dale, salud! Un rosarino, una chilena y un santafesino chocan sus vasos con el mío mientras anoto en mi celular. Pienso a futuro, a contramano del jazz. “Si hay algo que caracteriza al jazz es su inevitable relación con el presente” dice Francisco Fenoglio, barman y músico del lugar: “una melodía jamás será tocada idéntica dos veces de la misma manera, por los mismos intérpretes, en el mismo lugar, pero principalmente: en el mismo instante”.

Las paredes de ladrillo crudo se ponen color naranja a la luz de los dos candelabros que rodean el escenario. Hay una bola de boliche espejada que cuelga por sobre todo, casi disimulada, la bola es la O que forma junto a dos letras azules “OUI”. Las tapas del diario francés Le petit journal forman fila una junto a otra, y les dan la vuelta a las paredes del bar. Subo la cabeza para verlas a todas y comienzo a dar trompos.

Termina el primer grupo. Se apagan los candelabros. Las paredes ya no son naranjas y la O de OUI ya no disimula su presencia: reparte luces por todo el lugar. Es de noche. Un par de aplausos y se abre oficialmente la Jam. Algunas luces se pierden en los estantes, hay muchos libros y muchos están escritos en francés. ¿Qué es un Jam? Es una zapada, una improvisación, una reunión informal de músicos, una cervecita entre amigos, un subidón.

Atrás del escenario hay una ventana que es como una vidriera. ¡Drummbumbimm! se sacude la batería. La cerveza está buena, la regateamos. Somos marionetas y bailamos. Me pasan un libro: Rojo y negro de Stendhal, no lo leí, pienso ligeramente en robarlo, me abstengo y sigo bailando. ¡Papaaaaam-paraaaam! dice la trompeta y se nos clava en el medio de la frente. Veo de reojo que hay gente sentada en las mesas. ¡¡Tapanggg!! dice el bajo y los culos abandonan las sillas. Afuera una ola polar, adentro un calor selvático. Afuera las calles desiertas de Rosario, adentro un hormiguero de voces. Afuera la tristeza de un país, adentro el ritmo que nos queda. ¡¡¡Bam-bam-bam!!! el saxo de un diablo escupiendo fuego. Ya los músicos se quedan sin nombres. ¡Badadummm tish tish tish! ¡Telekinesis! Por la vidriera veo pasar libres los taxis. ¡Dibdomfimmdomm!, la voz de una mujer quiebra la noche en miles de pedazos. Es cierto, esto es acerca del presente.

“Ñeeeee” dice mi amigo Mati a las 12 en punto, cuando ya iba a rescatar mi bufanda. ¡Trakatatantan! Samba brasilera de pronto. Un pandeiro, un cavaquinho, la batería y dos voces a coro soltando el portugués, dulce. Siguen libres los taxis. Hago formas con las manos. Delante de mí, en mis narices, la espalda de una campera con la imagen gigante de Chizo de La Renga. Ooh Oooo… aria raio Oba oba oba…

Y aunque no queramos todo termina, pero la muerte fue combatida con presente. Pienso en los funerales de Nueva Orleans, donde a fuerza de choques culturales surgió el jazz en las últimas décadas del siglo XIX. Ciudad chiquita de Estados Unidos, más chiquita que Rosario, ubicada sobre el delta del enorme río Mississippi, no tan enorme como el Paraná. Nueva Orleans es también trágicamente famosa por haber sido víctima del huracán Katrina en 2005, una destrucción escandalosa que redujo a la mitad su población. Allá desfilan los cortejos tras los difuntos transformando la música militar o de iglesia en un jazz alegre y esperanzador. Pienso. Si este país es un difunto yo quiero despedirlo así, bailando un miércoles a la noche, transformando el presente ¿por qué no? en futuro.