Por Dionisio Arcángel (hijo)

Quiera el Supremo algún día esclarecer mi memoria para acometer en este modesto espacio el relato de aquellos acontecimientos perdidos en la insondable caverna del olvido de esta ciudad; tal y como me fueron relatados por algunos de sus testigos. El caso que referiré en estas líneas permanece guardado bajo siete llaves. Rige sobre él un estricto silencio por parte de los medios de comunicación rosarinos para que evitar que trascienda a la opinión pública. ¿El motivo? Preservar la vida privada del protagonista y, sobre todo, impedir una psicosis colectiva. Quienes conocen mi trayectoria, sabrán de mi apego a la ética periodística. Por esa razón, con la verdad como único norte, transgrediré aquí todas esas restricciones y ventilaré todos los detalles de este caso.

Previo a eso –nobleza obliga- aclaro que nunca fue mi intención dar a conocer la identidad de la figura televisiva involucrada en esta historia. Sin embargo, cometido el descuido de haber incluido su nombre y apellido en el título de este artículo, entiendo que ya no hay razón para ocultarla. Juan Junco –de él estamos hablando–, un popular conductor de la radio y televisión local que nunca creyó que su vida le tenía reservado un capítulo tan extraño como el que le sucedió unos dos meses atrás.

La historia no comienza con él, sino con Olegario Díaz, un obrero de la construcción que el lunes 2 de julio de este año cerca de las 9 de la mañana trabajaba en el revoque fino del living-comedor de una casa de zona oeste cuya dirección omitiré por expreso pedido de la propietaria, Silvia Gasparetti. Cabe destacar que la mujer, al igual que Junco, vive horas de tormentosa angustia que sólo calma en forma pasajera con la ingesta (a mí juicio, desmedida) de pastillas psicotrópicas.

Señora…Señora…”, la llamó Díaz aquella mañana con grititos aflautados, mitad por los nervios y mitad porque su voz ya era así. No había tiempo que perder; la dueña de la casa tenía que saber cuanto antes lo que acababa de descubrir. Cuando Silvia bajó de su “recámara” (así nombra ella al cuartito de 3 x 2,80 metros revestido en machimbre en el que dormía) Díaz la interceptó con una frase que le provocó un súbito desmayo: “Creo que su marido sabe de lo nuestro”, le dijo, y la mujer cayó desplomada en el suelo. El cuerpo, apenas cubierto con un salto de cama color carmín, quedó tendido entre la mesa ratona de nerolite y la máquina mezcladora de cemento. Un detalle: una bolsa de cal Loma Negra amortiguó el impacto de su cabeza contra el piso evitando así una tragedia mayor.

Juan Junco, en el foco de una polémica

Mientras huía de la casa, Olegario Díaz lamentó 4 cosas:

1-Haber sido tan descuidado al dejar evidencias para que el marido se enterara de todo

2-No haber tenido la cortesía de levantar a Silvia del suelo o, como mínimo, pasar una escoba en el living;

3-No haber aprovechado la mañana para un último polvo con la “señora”;

4-No haber llegado a contarle, antes que se desmaye, que en la pared que estaba revocando apareció una mancha de humedad con la cara de Juan Junco.

Cuando, en cuestión de horas, el marido de Silvia Gasparetti entró a la casa y vio la escena, quedó paralizado. “Pero ese es el gordo que habla pavadas en el televisor”, dijo en voz alta antes de morir producto del mazazo en la cabeza que su mujer le asestó desde atrás. Ernesto De La Finur murió en el acto. A más de dos meses de ese lamentable hecho, familiares suyos, compañeros de trabajo y de fútbol 5 cada tanto preguntan por él sin sospechar (tal vez se enteren ahora por este medio) que fue asesinado por su propia mujer, quien descartó su cuerpo de una forma tan ingeniosa como horrible. Pero bueno, esos detalles son cuestiones de la vida privada de las personas que atañen al ámbito judicial y que no revisten interés para el extraordinario fenómeno paranormal que aquí nos convoca.

La pregunta se impone: ¿Cómo es posible que una mancha de humedad pueda tener el rostro de una persona, en este caso Juan Junco? Ricardo Saralegui es profesor del Instituto Rosarino de Estudios Avanzados en Ciencias Ocultas y Fenómenos Desconocidos (IFCARITH). En virtud de su reconocida trayectoria y generosidad, acudí a este ingeniero y parapsicólogo en busca de una respuesta. “Ni la menor idea”, expresó. No conforme con eso, fiel a mi rigor periodístico, le interpuse rápido una repregunta: –“¿Cómo que ni idea?” – inquirí. “Qué se yo”, precisó antes de cortar el teléfono.

Sea cual sea la explicación, lo cierto es que la mancha de humedad era tan nítida que nadie que conociera a Juan Junco podía negar que se tratara de él. Más allá de que hablara y comentara chimentos a quienes frecuentaron esa casa, lo sorprendente es que la mancha no descuidó ningún detalle, llegando a verse con total claridad el moño distintivo que luce Junco cada mediodía en De 12 a 14.

Todo un barrio consternado por la revelación de la mancha de Junco

Pero, como siempre sucede, las masas lo estropean todo. Fue el peregrinar de las señoras del vecindario lo que desmadró la situación y generó en cuestión de semanas el colapso emocional que hoy padece el propio Juan Junco, el de carne y hueso“Fui una boluda. No tendría que haber dejado pasar a la forra de mi vecina”, dijo Silvia Gasparetti en exclusiva para este medio. Y se explayó: “Una vez que lo vio a Junco en la pared salió a contarlo por todos lados y la situación me desbordó”.

La mujer contó que hasta ese momento, su convivencia con la mancha de humedad era de lo más normal y que, incluso, aprovechaba a mirar televisión en el living para que Junco (en este caso, la mancha) le haga acotaciones sobre los programas de chimentos que veía. Silvia definió a los comentarios que hacía la mancha como “jocosos”, “valiosos” y “algorítmicamente seteados a escala Beta 3”. Me inclino a pensar que esta última definición guarda estrecha relación con las elevadas dosis de psicofármacos que viene ingiriendo.

El desmadre aludido fue una verdadera procesión de señoras en la casa de calle 3 de Febrero 4231 buscando en la mancha de Juan Junco cosas tales como una bendición, el pedido por la sanación de algún familiar, consultas sobre la intimidad de Mirtha Legrand, o simplemente para contarle chimentos del barrio. De más está decir que vendedores de estampitas, churros y turcas aprovecharon las bondades de esos días.

La mujer contó que hasta ese momento su convivencia con la mancha de humedad era de lo más normal y que, incluso, aprovechaba a mirar televisión en el living para que Junco (en este caso, la mancha) le haga acotaciones sobre los programas de chimentos que veía. Silvia definió a los comentarios que hacía la mancha como “jocosos”, “valiosos” y “algorítmicamente seteados a escala Beta 3”.

La aglomeración de señoras y feriantes invadiendo su casa a toda hora generó un fastidio incontenible en Silvia Gasparetti y la llevó a tomar una drástica decisión. La tarde del jueves 5 de julio aprovechó uno de los pocos momentos de soledad para aplicar una gruesa capa de enduído plástico sobre la mancha de Juan Junco y dar por terminado el asunto.

Por favor, no”, dice Silvia que alcanzó a balbucear la mancha de Junco cuando le aplicó la primera estocada de enduído sobre su boca. “No lo soportaba más. Al principio me parecía ocurrente, pero en poco tiempo se volvió estúpido. No sólo contaba intimidades de mi vida privada, sino que cuando venían las viejas se aprovechaba de la situación y comenzaba a hablar como el Padre Ignacio. Incluso llegó a dar misas”, explicó la dueña de la casa.

Los argumentos que da Silvia pueden aparecer como lógicas. Pero la decisión de ocultar la mancha, en verdad, obedece a otra razón: la mujer supo que la mancha había sido testigo del crimen de su marido. El pedido extorsivo de una importante suma de dinero a la cuenta bancaria del verdadero Junco que la mancha le hizo una madrugada fue la gota que colmó el vaso.

Un dato que Silvia desconoce y que este informe viene a revelar en forma exclusiva es que el propio Juan Junco es el artífice de toda esta patraña. Una fuente cercana al conductor que pidió expresamente no darse a conocer desnudó la estrategia: “Juan es una persona muy extraña, con aceitados contactos con el mundo de las ciencias ocultas. Él me contó que lo de la aparición de la mancha fue parte de un experimento que se le fue de las manos porque terminó viendo algo que no tenía que haber visto”, dijo Ciro Seisas.

Documento fotográfico irrefutable de lo acontecido

Esta fuente precisó que el verdadero Junco podía ver a través de los ojos de la mancha y que, tras divertirse con esa situación, ser testigo del asesinato del marido de la dueña de casa fue una situación demasiado pesada que lo atormentó. Según contó, el peregrinar de señoras logró levantarle el ánimo pero en forma momentánea y le dio coraje para extorsionar a la dueña de casa.

Juan está devastado. Lo veo mal. Llora mucho y dice más estupideces que las habituales. En un principio lo que más le preocupaba era que se perdió la posibilidad de que la señora esa le deposite la plata que le pidió. Juan está hasta las manos con un préstamo hipotecario UVA que no sabe cómo va a pagar. Pero con el correr de los días se puso paranoico con lo del asesinato del hombre. Se siente responsable por mantenerse en silencio. No da más”, aportó el reconocido periodista deportivo Miguel Ángel Tessandori.

Ventilado este extraño episodio, tras un titánico esfuerzo de producción que incluyó el desembolso de una importante suma de dinero a su cuenta (dos depósitos de $1.155  a CBU 1500443300178234480911), Juan Junco quedó notificado para que realice su respectivo descargo.