Neyén Morra + Juan Solá, crónica express de un arte (político) en Facultad Libre

Clapps! estuvo presente en "Refugio", el espectáculo que los dos artistas dieron el domingo pasado en la Facultad Libre. Prosa y canto al servicio de la emoción (y de cambiar el mundo). En esta crónica express, re-vivi algunos momentos de "Refugio" en los cuales Neyen Mora + Juan Solá desplegaron todo su arte (político) sin especulaciones para gratitud del púbico.

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La puerta de la Facultad Libre se abrió a las ocho menos cuarto del domingo a la noche. Ya había gente esperando afuera. Una mezcla de puntualidad y precaución. Los habitués saben que la sala es chica, y el público puede ser numeroso. Él llegó a Rosario la tarde anterior. Un par de horas antes estaba ante una sala repleta leyendo en la Feria Internacional del Libro.

Esto es otra cosa, la Facultad Libre invita a la intimidad. Una casona de las viejas transformada en un punto clave de la ciudad a la hora de repensar dónde está el saber. El pasillo de entrada tiene una impresión gigante de una mujer corriendo en pleno Rosariazo, y Neyén Morra empieza a probar sonido debajo de un stencil gigante con forma de bicicleta. Minutos después desde la ventana se asoma un hombre con una nena en los hombros.

Sí, debe ser acá – le dice Juan Solá riéndose a la mujer que lo acompaña.

Les Chaco

Neyén Morra nació en Resistencia. A los seis años aprendió su primera canción y un tiempo después se acercó a hablar con la maestra. Era tan vergonzosa que no salía al patio en los recreos, pero en esa oportunidad dijo que quería cantar con su papá en el acto escolar. Y lo hizo, y nunca paró. Hasta los doce Sergio Morra la acompañaba en guitarra, y después siguió sola. A los 18 vino a estudiar a Rosario y empezó a recorrer el circuito musical de la ciudad. Juan era un par de años más grande, hermano del mejor amigo de Neyén. Nacido en La Paz y crecido en la capital chaqueña, a los diez años publicó su primer libro, “Cuentos para compartir”, y nunca paró de escribir. Cuando terminó el secundario se fue de la ciudad. Vivió en Buenos Aires, en Buzios y donde fuese que estuviesen sus libros. Los que leía, no los que publicaba.

¿Ya nadie canta Al Vent?

Las luces son tenues y oscilan entre el violeta y la calidez del amarillo. La guitarra de Neyén reposa casi tocando la pared y el metro cuadrado de espacio a su alrededor es el único lugar vacío que queda. La gente está sentada en el piso, amontonada. La proximidad, el estar pegados, no siempre implica algún tipo de conexión. Estática a lo sumo. Pero es domingo, y la intimidad no sólo es buscada, sino que parece necesaria.

-Ustedes me están persiguiendo.

La gente de la sala se ríe. Es que muchas de las personas que están ahí realmente fueron siguiendo a Solá. Ya fuese la noche anterior en Oui, en la lectura de ese mismo día en la Feria del Libro, o en ambas. Agradecen los dos a todos los que se tomaron el tiempo de ir a verlos, y Neyén le pide a su papá que le cuente otra vez esa historia tan bonita de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia. Lo hace tocando la guitarra, y sin pedírselo realmente al padre. Sino que poniéndole voz a un clásico de Ismael Serrano.

Su repertorio está compuesto en su mayoría por rosarinos, cubanos y españoles. Inmediatamente después del último acorde Solá empieza a contar sobre un reloj dorado que tenía su viejo. Habla de promesas y de arrabales, mientras estira las vocales y lee como si no lo estuviese haciendo. No está contando algo que le pasó realmente a él, sino a una de las muchas voces de su Microalmas. Aunque en realidad debe ser un poco lo mismo.

– Yo puedo plantearte un escenario que viví y que sea común a muchas personas, pero capaz que no te voy a hablar como en un diario íntimo de algo puntual que me pasó a mí. Siempre hay una parte tuya camuflada. Es como Voldemort escondiendo pedazos del alma en las cosas.

-Aunque sin matar a nadie.

-Sí, pero un poco para no morirse también.

Las boletas de servicios nos hacen llorar

Neyén se alimenta con una quimera. Lo dice mientras hace que los arpegios con que acompañó el relato de Juan se convierten en rasgueos y empieza a tararear. Baglietto es una de las razones por las que cree que encontró en Rosario su lugar en el mundo. Como un punto medio entre una Reconquista que sentía que no tenía suficiente lugar, y una Buenos Aires que le quedaba enorme. Cada tanto sonríe, y mira al público que va siguiendo la letra con los labios. Las palabras no son escritas por ella, pero son suyas.

Es importante llegarle a la otra persona. Estás contándole una historia a alguien, te la tenés que creer y la tenés que sentir. Muchas veces me pasó de estar cantando y ver gente llorando delante de mí. Y eso es lo más lindo que puede llegar a pasar. Hacer emocionar a alguien, transmitir hasta ese punto.

Juan es mujer, es Marcelo, es una profesora; pero siempre es él. Mientras va contando el infortunio de una torta de cumpleaños inalcanzable, la tensión del ambiente es insostenible. Nadie parece darse cuenta del nivel de quietud de la sala, como si no hubiese tiempo. Recién al terminar el estruendo de los aplausos la escena retoma ritmo más natural. Varios dieron un sorbo largo a las latas de cerveza que hacía minutos tenían olvidadas. Neyén lo había mirado tan fijo que se había olvidado de acompañar con arpegios suaves.

Hay que llorar. Limpiar los ojos, y sobre todo las viseras – dice Juan-– Eso que te quema en la panza y necesitás sacarlo. Está bueno poder despertar emociones en los demás. Siempre y cuando sea honesto. Que no sea una construcción poética en aras de generar un llanto. Sino más bien “che, me pasa esto, te lo cuento” y al otro le pasa lo mismo. Pero como decíamos hoy, es un llanto lindo, no un llanto de me llegaron 6 lucas de luz.

«MICROALMAS», DE JUAN SOLÁ

Nada en común con un tal Atilio Sepúlveda

Juan cuenta escenas cotidianas. Cumpleaños, tardes en el pasto y velorios que no dejan de tener una carga social muy grande. Él afirma que la poesía es irremediablemente política, y lo confirma tiñendo de belleza a la miseria para que no podamos olvidarla. Atilio Sepúlveda, machista recalcitrante, con una vida signada por la falta de respeto es el ejemplo claro de cómo contornea personajes que definen a la sociedad.

De la misma manera que Neyén elige cuidadosamente las canciones para cada presentación. No concibe que vayan separadas de lo que esté pasando en la sociedad, porque su identidad está atravesada por las canciones con compromiso. Si uno hace un recorrido por los temas va a encontrar a la tierra propia, el Che Guevara, las utopías y muchas otras imágenes más que parecieran no hacer otra cosa más que hablar de la libertad.

Es que vengo de ese palo. Siempre me gustaron las canciones con contenido social, de protesta. Por ejemplo, me encanta cantar en eventos del Día de la Memoria o cosas así. Porque esas son las letras que me atraviesan en el alma. Con toda la historia que tenemos, y por las cosas que siguen pasando, no nos podemos quedar callados. Entonces no puedo cantar canciones que no tengan nada que ver. O sí podría, pero no las elijo. Yo elijo cantar cosas que tengan que ver con la realidad que estamos viviendo.

Refugio

Van pasando los temas y los textos. Y mientras Neyén asegura a viva voz que ella piensa seguir soñando travesuras (quizás convertir panes y peces), Solá dejá preguntas flotando en un aire colmado de gente. Es que la Facultad Libre está llena, y la noche va llegando a su cierre. El domingo ya casi es lunes. Un final de fin de semana cargado de incertidumbre por parte de Juan. ¿Qué es una opinión sino una forma de encontrar adversarios? ¿Será que volar duele en las alas como en las piernas correr? Nadie tiene idea. Pero ante tanta incertidumbre Neyén pone el punto final con una afirmación que la pinta de cuerpo entero: La que nace chicharra muere cantando.