Clapper txt_Matías Querol_Mar_2018

En el año 2003, a la par del proceso político que llevaría consecuentemente al juzgamiento de los genocidas de la última dictadura militar, se estrena el film Los Rubios, dirigido por Albertina Carri y bajo guión del escritor Alan Pauls. ¿Cómo recordamos en nuestra memoria personal una de las películas argentinas que, a nuestro juicio, mejor refieren al ejercicio político de la Memoria? ¿Qué recordamos de sus escenas?¿Qué nos habrá punzado en el corazón entonces, en los primeros tres años del nuevo milenio, cuando todavía algunos no habíamos entrado en la tercera década de vida?

Recordamos forzosamente en plural, a partir de la memoria individual, una película que nos marcara a fuego. Recordamos en plural una película que habla precisamente sobre el ejercicio tortuoso de la memoria (individual) en un contexto social de amnesia colectiva e impunidad. Por eso hoy volvemos a Los Rubios, 15 años después, una de las producciones de cine independientes más cautivantes y provocadoras en relación al cruce arte/política/terrorismo de estado.

Los Rubios aparece en una escena nacional dominada por la impunidad y los escraches a los genocidas de la última dictadura. Los Rubios aparece en una coyuntura resultante de un largo batallar de parte de las organizaciones de DDHH en procura de cristalizar las consignas memoria, verdad y justicia. ¿Alguno recuerda en esa enumeración de las consignas por qué primero figura la Memoria?

Una respuesta posible es que la Memoria puede ser punto de partida insoslayable para llegar a la concreción de las otras dos. Sin memoria no hay Verdad, sin Verdad no habría elementos formales y/o discursivos para llegar a la Justicia. Por esa razón, Los Rubios es un film informe, que carece de una articulación en una Verdad formal, sin poder contener del todo en un marco narrativo la historia de lo sucedido. Los Rubios es un film prepotentemente impotente, que se asume incompleto, pero que así todo nada lo puede detener en esa búsqueda por revertir la fragilidad emocional que lo atraviesa desde el minuto uno.

Albertina y su historia personal

Albertina Carri, directora Los Rubios, es la que valientemente expone en el trabajo sus propias fragilidades, que se revela (y se rebela) en el laberinto de espejos como búsqueda de sí misma, de su historia, y la de sus padres desaparecidos. No es menor contar que su padre fue/es el sociólogo Roberto Carri, desaparecido junto a su esposa el 24 de febrero de 1977. No es un detalle lateral, nada es lateral en el ejercicio de la memoria individual como reconstrucción lenta del árido desierto que nos dejó como país la nueva campaña del desierto iniciada en 1976.

Los Rubios es una película que perturba a quien la mire, tanto o más que otras producciones cinematográficas ancladas específicamente en representar el horror vivido (“La noche de los lápices”, “Garage Olimpo”, “Crónica de una fuga”). ¿Qué es lo que perturba al espectador en Los Rubios? Podemos sentir en sus imágenes que es un film que podría ser ubicado en el género de la anti-representación, nada parece ser lo que es, todo está sujeto a una suerte de vivencia de la (des)memoria, (pos)verdad e (in)justicia.

Los Rubios, ponerse delante de la obra como Obra.

Albertina Carri se pone delante de la obra, pero no como sucede hoy en el furor de un narcisismo como gestión exitosa de sí mismo, sino como una entrega no negociada, cruda y angustiosa de sí misma, para sí misma, para buscarse en el reflejo del relato de los otrxs, personas que conocieron a sus padres y pueden contar de ellos lo que fuera. Todo suma, todo aporta para llegar a la utopía del Todo. Los Rubios es un film plástico que se metamorfosea a medida que se ve, que confunde realidad/ficción y  objetivo/subjetivo en el ejercicio de la re-construcción traumática de los fragmentos.

Albertina Carri se desnuda en su propia biografía inconclusa, en sus propias obsesiones por re-crear un marco estable para una vivencia afectiva perdida;  sin perdón ni olvido. Una casa no es una casa, un nombre no es nombre, un color de cabello no es el verdadero color del cabello. Los morenos se vuelven rubios, los rubios se vuelven más rubios, de alma. ¿Cuál es su mensaje implícito, sutil y desgarrador? Los Rubios revela, en aquella escena del recuerdo de una de las vecinas del barrio entrevistadas en el umbral de su casa, el ocultamiento y la tergiversación de una historia singular que es borramiento de la historia colectiva donde todxs fuimos, somos y seremos protagonistas; mal que les pese a los cómplices del olvido.

La escena madre de “Los Rubios” es, sin dudas, esta confusión de la vecina de barrio sobre el color de cabello de los protagonistas, desaparecidos. La sentencia lanzada en el diálogo (Eran rubios) es el foco central, abismal y aterrador de un país amnésico, que olvida y quiere olvidarse de su pasado reciente. “Eran rubios” es la frase que nos remite al engaño, negación de lo vivido, momentos previos como decíamos a la apertura de los juicios a los genocidas que se llevarían a cabo tiempo después.

Si hay algo que logra hacernos empatizar con Albertina en su trabajo es la tarea casi maníaca de buscar el propio reflejo en cualquier diminuto fragmento de espejo extraviado por el largo camino a recorrer. Albertina recoge todo a su alrededor, por si acaso. Ubica todo lo que puede en carpetas imaginarias desbordadas que dejan al descubierto sus débiles contornos. Lo que es, lo que fue, lo que ya no será.

Los Rubios, hacia un extremismo estético

La tarea de la memoria en Los Rubios se plasma como género de realismo extremo. ¿En qué sentido podemos decir extremo o “extremista”? Podemos sentir el extremismo en la propia narración de la protagonista que se lanza a una reconstrucción fallida de su biografía personal. Albertina es una “extremista” que se inmola con una entrega total de sí misma, para llegar a verse reflejada a sí misma. Los Rubios es un film cuya historia central es la des-historización como oleaje permanente en un océano de la indiferencia, un bracear y bracear hasta los calambres, naufragando sobre cualquier mínimo trozo de madera en pos de dar con un ancla de sentido.

Nada queda marginado desde el vamos en ese torrente de sentido que no se puede contener. No hay gobierno posible de los embriones significantes en la tarea frágil de la memoria; como si el material dominante para la re-construcción de sí misma fuera manipular arena con arena, como si no pudiera mezclarse con algo más sólido como el cemento o la cal. Emotiva, valiente y admirable hasta las lágrimas es la presentación frágil de su recorrido frágil para escribir, con lo que tenga a mano Albertina, el garabato de su biografía personal que es también el de Argentina. Albertina es una realizadora/escritora caotizada por tanta y tanta información que la supera, que la ahoga, como si cada recuerdo lateral/central mutara en una serpiente encantadora a la que es imposible dejar de mirar.

Los Rubios, ficción sobre ficción

El film va narrando narraciones sobre narraciones, muñecas rusas que caben dentro de otras, cada una con sus propios desplazamientos y extravíos. Los Rubios es un film extraviado, que busca y busca, pero que vuelve de súbito a su grado cero de cimiento, a no saber nada de sí mismo, como si a medida que avanzara por el camino fangoso en el afán de dar con la Memoria, un narrador omnisciente demoníaco oprimiera el botón «Reset» para anular en blanco perturbador todo lo construido hasta allí.

Albertina arma un rompecabezas con sus recuerdos, los pone a jugar sobre la mesa, al modo de una investigadora privada, de sí misma. Las fotografías, recorridos en el auto y las charlas con lxs vecinxs que vivieron cerca de sus padres, se vuelven algo así como un juego infante de palitos chinos multicolores que tendrá Albertina, uno por uno, uno por vez, que ir clarificando y ubicándolos en un relato lineal. ¿Llegará a su verdad Albertina? La sensación dominante es que Albertina es, y deja de ser ella misma, todo el tiempo. Es más, un recurso sobresaliente del film es incorporar a una actriz que hace de ella misma (interpretada por Analía Couceyro) que convive con la (¿verdadera?) Albertina Carri.

Albertina Carri aparece en escena, luego la actriz que hace de Albertina. Albertina es Albertina y es quien Albertina como directora de cine elige como alter-ego. Esa identidad permeable, incompleta, desesperante, angustiosamente bella, es la que Los Rubios expone con una crudeza pocas veces vista. Hasta la elección de los planos y la cuestión técnica (por momentos rudimentaria) también encaja como elección/trama/color/estética de un film dentro de otro film, de una ficción dentro de otra realidad/ficción. El aniquilamiento de las fronteras entre la realidad y la ficción, lejos de disfrutarse, es vivenciado por la directora en sintonía con un espectador que va sabiendo, precariamente, lo mismo.

Los Rubios no es una producción fácil. Hay quienes en el momento de su estreno pudieron verse desconcertados por lo osado de su narrativa anti-representativa, o mejor, por la apuesta micro-política que pudiera dar señales ( a nuestro juicio falsas) de estar abusando de una liviana estetización.

Los Rubios, dos lecturas posibles de un puño cerrado

Un puño cerrado en alto apuntado al cielo puede significar, representar, una voluntad política de cambio. A su vez, el mismo puño cerrado en alto puede representar la anti-representación, es decir, cuerpo individual que primero se busca a sí mismo como “cuerpo” e “identidad”, para luego sí salir al mundo con su voluntad a querer cambiarlo. Un puño cerrado en lo alto que apunta al cielo también puede ser: impotencia/desesperación/aislamiento/confusión. ¿Quién pudiera en épocas de relatividad pos-moderna sentirse ajeno a los efectos esteticistas? ¿Quién pudiera disimular las mismas confusiones?

Los Rubios es un arte politizado como puño cerrado apuntado al cielo. Pero el puño cerrado puede representar un grito por la impotencia que deja, en este caso en Albertina, la desmemoria sufrida por aquellos días. Un puño cerrado puede ser emblema de una militancia en pos de la verdad, icono de lucha impreso en algún afiche de la facultad o de un sindicato. Un puño cerrado, a su vez, puede ser un signo de una extremidad que apunta al cielo como prédica pagana desesperada y llamamiento a tan sólo ser contenido en un abrazo, como dice Gustavo Cerati en la canción «Rapto», “cierro el puño tal vez, para no ver mi mano vacía”.

Lo personal, las cosas, o tan sólo el color de un cabello (“rubio” como superioridad racial/”negro” como inferioridad) juegan en Los Rubios con la potencia de un sub-relato , no sólo invisibilizado por la historia oficial hasta allí hegemónica de los dos demonios, sino también como efecto colateral de invisibilización por la arenga militante. Si no falla nuestra memoria, hasta creemos recordar que el film activó toda una serie de debates internos en las organizaciones DDHH en torno a su particular estética.

Los Rubios, camina Albertina por una alfombra de espejos quebrados

La sensación dominante es que Albertina camina descalza sobre una alfombra de espejos quebrados. Cada uno de los espejos son, sin más, fragmentos de sí misma sobre los que tendrá que caminar para llegar, dios sabe cuándo, a su verdad. Testimonios, fotografías y recorridos en el auto con los equipos técnicos de grabación que se asemejan a los “fierros” posmodernos con los cuales poder seguir luchando por un mundo más humano e igualitario. Hay política en Albertina, hay política en Los Rubios, aunque un espectador más o menos politizado tenga que escuchar un poco más los latidos de su corazón para sentirlo.

Albertina está descalza y camina y camina. Al caminar, la planta de sus pies supuran sangre, la sangre de los desaparecidos que “vuelven a sangrar” con Albertina: frágil, valiente, linda, infinita. La sangre y el dolor y la angustia y la soledad y la impotencia son el motor de un ejercicio individual de memoria (individual) que también es colectiva, de todxs. Albertina es Argentina, Argentina es Albertina.

Los fragmentos de espejos filosos (recuerdos borrosos, relatos orales como el de la dirigente política y ex-diputada nacional Alcira Argumedo) parecen harapos de telas que se unen y se sueltan solas de la trama de sentido/sentimiento. Carri va, y va y va con obstinación detrás de los espejos quebrados, filosos, vívidamente mortales. Cada fragmento de espejo que se ve en Los Rubios refleja y hiere y marca la piel para siempre, como ha marcado al reseñador que hoy vuelve, 15 años después, a ser afectado de la misma manera por su memoria a pocos días del Día de la Memoria. No hay espejo fragmentado y filoso que no cargue en sí mismo, por sí mismo, todo el espanto que significan los miles y miles de cuerpos desaparecidos que no se encuentran y se buscan y se buscan sin cejar.

Los Rubios, una peluca rubia y todo lo demás

El recurso narrativo de la peluca rubia, que se calza en su cabeza el alter-ego de Albertina (como “mujer sin cabeza” parafraseando el título del film de Lucrecia Martel estrenado en 2008) nos linkea con otro extraordinario de David Lynch como Mulholland Drive (2001). Albertina es Albertina, y deja de ser Albertina como composición/descomposición binaria de su propia identidad y como elección narrativa en tanto directora del film. Albertina expone crudamente su propia «desaparición» como sujeto/objeto de la memoria.

¿Cómo articular un relato sobre la desaparición de sus padres? ¿Cómo superar la culpa por renunciar al gran relato politizado (indispensable a la vez) de la bandera y la militancia DDHH? ¿Cómo habilitarse a sí misma como directora de cine para hacer lugar a la memoria personal/afectiva; sin sentir que aquello pudiera ser un fragmentarse aún más junto a los otros fragmentos de espejos quebrados? ¿Cómo podría Albertina evitar no ser ella misma, todo su cuerpo, su obra Los Rubios, un fragmento filoso de espejo que pudiera herir y hacer sangrar los ojos de un espectador?

Estamos heridos, seguimos heridos, pero no de muerte. La memoria es un ejercicio permanente que se nutre también de los días de la (des)memoria que siguen hoy su curso, para seducir desde el arte como herramienta política a vivir todxs en un mundo mejor. Si mal no recordamos, algo se puede hacer, algo se puede seguir haciendo.

Mirá «Los Rubios» de Albertina Carri en este link