Clapper txt_Matías Querol_Mar_2018
¿Puede un cronista desinformado dar cuenta en su simple anotador de un viaje al más allá? ¿Le alcanza su memoria emotiva a la hora de traducir en el texto su novedosa experiencia como primer espectador? ¿Cómo echar mano de algún vocablo para compartir fielmente lo que fue su presencia en el último concierto de Sig Ragga en Rosario?
Sig Ragga, la re-invención del escenario
Sig Ragga es una de las grandes revelaciones de los últimos tiempos en el (¿rock?) nacional. Nacidos cerca nuestro en la ciudad de Santa Fé, Sig Ragga parece saber al dedillo lo que quiere a la hora de subirse a un escenario porque lo re-inventa, sacralizado, para hacer gozar a su público.
En una era de liquidación total, donde los “escenarios” se multiplican por canales virtuales a la medida micro-individual, y donde todo el mundo juega a la inversión de roles artista/espectador, Sig Ragga exhuma, resucita y proyecta al cielo un arte futurista que impacta. Sig Ragga se sube al escenario y deja impávido al público del Vorterix, en el más acá, donde también se encuentra por azar el cronista desinformado de pie, junto a un par de amigos, y con un vaso plástico de cerveza en su mano.
Sig Ragga, más allá de lo musical
Estamos ahí, lo vivimos, lo sentimos. Se abre el telón. De entrada nomás el show parece tener el don de refugiarse entre paréntesis (…) y volverse evanescente frente a todo abuso expresivo que pudiera meter ruido en la escena de esta obra conceptual. Sig Ragga ejecuta un concierto como si fuera una obra de teatro, con todas las escenas jugando en una estructura narrativa que es definida de antemano. Nada sobra, nada falta, nada queda en el limbo de la improvisación.
El arma letal de Sig Ragga es la indiferencia manifiesta frente al público, ausencia radical de una palabra de bienvenida o despedida, así como también en la sabia elección de cerrar el show sin apelar al bis. Sig Ragga pulveriza la comunicación personalizada con su público y emerge desde la bruma blanca como Autor mayúsculo; para abducirnos a los asientos traseros de la nave rumbo a un viaje fantástico.
Sig Ragga re-inventa generosamente a su público y lo asienta en una bella pasividad. Lo ubica en su lugar, lo suspende en su tic ansiógeno, para hacernos recordar el valor que tiene en este mundo en liquidación total volver a escuchar. Pocos de los allí presentes en el público parecieron rendirse a las pantallas de sus teléfonos celulares. Pocos parecieron darse el lujo de dejar pasar el alud de ensoñaciones que Sig Ragga puso en escena a cambio de cualquier vano posteo en un perfil de red social.
Sig Ragga re-inventa el escenario, al espectador, y al hecho artístico mismo en la presentación de esta obra cerrada sobre sí misma, y por estar cerrada sobre sí misma (…) abre las compuertas de la nave para que dejemos todo y salgamos con ellos a volar. Para quien compartió aquel momento, Sig Ragga es una banda que recrea atmósferas espirituales y ritos sagrados donde re-encontrarse con la sensación de libertad pareciera no ser algo gratuito, donde cualquiera no puede hacer lo que quiera y cuando quiera, individualmente. El espíritu comunitario está por encima de todo y la uniformidad estética del plateado de los cuatro fantásticos en escena así lo hace sentir.
Sig Ragga, la libertad como algo a conquistar
Sig Ragga es una banda fuera de lo común porque pareciera remitirse a un universo de sentido que hay que saber descubrir. Nada está servido en bandeja, nada es de fácil digestión, y esto último es el sello distintivo de un arte que vuelve a ser Arte, que asume riesgos, que juega temerariamente a la auto-identificación como punto de partida dejando librado al azar el gusto de los otros.
La imaginación vuela con la nave a medida que los cuatro fantásticos se quedan estáticos en sus comandos como médiums que nos ligan a la dimensión Sig Ragga que propone el delirio místico, una suerte de retiro espiritual hacia la escena local (“amaneció y estás aquí…” en la canción «Pensando») y en las sonoridades que responden a un todo orgánico conmocionado por el golpe trágico y aplocalíptico en sus repentinos quiebres rítmicos. Las canciones que dejaron atónito al cronista desinformado fueron «Pensando», «En el infinito» y «Antonia».
El amor, la nostalgia, la contemplación de la naturaleza y ciertas derivas filosóficas componen un repertorio potente de canciones, verdaderas obras maestras que no encajan en etiqueta alguna y desconciertan al crítico que pretendiera asirlas en su pluma. El manejo de los matices y climas sonoros también es un punto alto en el vivo Sig Ragga. “Chaplin” es otra de las canciones en la que el tecladista deja sonando una melodía finísima y elegante en el piano, «mientras el árbol crece, la luna aparece, sólo por mirarte a los ojos veo el mar (…) «
Sig Ragga, espíritu comunitario en canciones
Por momentos, el cronista desinformado se encontraba por obra de su inconsciente con el fraseo de voz de Miguel Abuelo y su poesía fraterna, así como con los punteos exquisitos de una guitarra beatle de Harrison. Otro de los atributos de Sig Ragga es el registro vocal del cantante, llegando con su falsete a notas sostenidas como boleto de ida hacia el más allá, trascendental, sobre todo en la colosal «En el infinito» y la frase repetida “Amor, amor, amor” lanzada por Tavo, mirando a los ojos e hipnotizando a cada uno de los presentes.
Algo religioso, ritualístico y sacralizado envolvía la atmósfera creada por Sig Ragga en vivo. Todo retorno al comando del teclado de su líder, una vez enfrentado al público en dos o tres ocasiones y ejecutando movimientos corporales propios de un simio robotizado, era lento y pausado, parte de una arquitectura musical ensayada al pie de la letra.
En fin, algo se hizo comunión entre el monarca Sig Ragga y su plebe. Algo estuvo espontáneamente dispuesto para la libre ensoñación en el viaje. Hay quien hablaba de la época dorada de la literatura de los años 20 del siglo XX, en la cual la imaginación era posible porque había una ciudad organizada en lugares que limitaban los flujos. Una ciudad limitada llevaba a que se la pudiera alterar o transgredir en la imaginación. Una ciudad de los límites y lugares ha cedido terreno en los últimos tiempos a la ciudad de los flujos, dominada por el caos y la indiferencia mundana.
Una ciudad ilimitada llevaría entonces al ocaso de la imaginación porque la imaginación ya no transgrede ningún lugar. Sig Ragga, con el poder de un monarca despiadado, erguido sobre toda la montaña de su oro compositivo, recupera la imaginación y la comparte como ofrenda a sus fieles seguidores, liberados de las ataduras de este mundo cada vez más mierda en un viaje al reino de los sueños, más allá.