Clapper txt_Mg. Luciano Rodríguez Costa_Abr_2018

Invidia

Indiana Jones es, primero que nada, una metáfora del modo en que los hombres nos fascinamos frente a objetos a los cuales les atribuimos una capacidad absoluta de completamiento de nosotros mismos. Es la expresión de la envidia en la sociedad moderna y occidental.

Indiana Jones, «invidia» o hacer mal de ojo

En su etimología la palabra proviene del latín «invidia», cuyo verbo es invidere y que significaba algo así como «ver hacia adentro» o «lanzar la mirada contra«, dependiendo de la interpretación, y que además de designar a toda una serie de malos afectos con los cuales se miraba a alguien, para muchas culturas, se resumía en la práctica de «hacer mal de ojo». «Me miró mal», dicen los pibes cuando explican el motivo de una gresca. Y aún hoy se siguen escuchando las quejas de Luca Prodan en torno de ese «ojo blindado» que lo «mira mal».

En Psicoanálisis la envidia es el afecto de una fantasía de completud, según la cual el otro tiene algo maravilloso pero que, a diferencia del juego del «Veo-veo», no está a la vista, sino que, por el contrario, le es denegado: vos lo tenés, me lo debés porque tengo derecho a él, y no me lo querés dar.

Indiana Jones, ese indio anglosajón, gil robado que roba

Indiana Jones me representa el conflicto entre el tener y el ser, entre la voracidad y el amor: medio arqueólogo Indiana ama las culturas y los objetos que estudia, medio pirata, anhela poseer sus objetos. No olvidemos que uno de los símbolos característicos de Indiana Jones, su sombrero, es un objeto que recibe de un mercenario que vemos aparecer en «Indiana Jones y la última cruzada» (1989) como un cazarrecompensas. La escena presenta a un adolescente boy scout que intenta preservar una cruz templaria de un grupo de ladrones que trabajan para un rico sin escrúpulos. Allí el joven descubre que los ricos ganan. Pero como ha dado una buena batalla, será recompensado por el líder de la pandilla cazarrecompensas, coronándolo con el sombrero que se convertirá luego en su símbolo.

Por un lado, representa el típico drama estadounidense. Nosotros sustraemos objetos valiosos pero, por las buenas razones, y si no lo hiciéramos, caerían en las manos equivocadas (rusos, nazis, comunistas, musulmanes y la lista se extiende de acuerdo al país que se esté invadiendo al momentos de hacer el guión). Si bien aparece como un Robin Hood moderno, la cabeza de nuestro héroe no deja de estar entronizada bajo el sombrero de un mercenario.

Indiana Jones, en el nombre de un perro

Por otra parte, su mismo nombre da cuenta del drama de “las venas abiertas de América” toda. «Indiana» es el apodo con el cual se llama a Henry Jones Jr, inspirado en el nombre del perro de George Lucas, mentor del proyecto. Un apodo no ingenuo si tenemos en cuenta que proviene de «Indio«, el modo en que se nombraba a aquellos que habitaban ese lugar que Colón pensó que eran «Las Indias». Lo indio en Indiana y lo anglosajón en Jones hacen a ese pirata que intenta actuar como un local que sólo intenta recuperar lo que le pertenece al pueblo, y que finalmente no es más que el perro de George, como el mercenario que le dona su sombrero lo era respecto del Amo que lo empleaba. De hecho, en todas las películas Indiana Jones, por sus aptitudes, deviene siempre en el instrumento clave mediante el cual se logra acceder a ese objeto cuya posesión se anhela.

La más famosa escena de Indiana Jones («En busca del arca perdida»-1981), aquella donde intenta cambiar una bolsa de arena por un ídolo de oro, es la expresión que reúne todos los términos antedichos. Sustrae por las “buenas razones” un valor material y simbólico local, ayudado por un latino que se arrodilla a sus pies y dice “sí, señor”, como un buen perro, que luego muere -porque al fin y al cabo no es más que un traidor-, para que finalmente quede en las malas manos del enemigo, que aparece respaldado por los mismos indios que alaban al ídolo tan celosamente resguardado hasta antes del robo. América como ese lugar donde el ojo envidioso invasor creyó ver lo todo lo que le faltaba al europeo, y que lo llevará a reclamar el -ilegítimo- derecho a tomarlo por la fuerza y la habilidad.

Indiana Jones, envidia y los ojos consumidos

El tema recurrente en toda la saga es la envidia, alguien que se me figura como completo tiene ese objeto que anhelo yo, porque me corresponde, y que me es denegado. Hay dos escenas particularmente representativas de ello. Una es de «Indiana Jones y los cazadores del arca perdida» (1981): se dispone una ceremonia de apertura del arca sagrado. Marion y el protagonista están atados y dispuesto como espectadores del acto triunfal. Se supone que dentro de ella residían los diez mandamientos y con ellos un poder que le permitiría a cualquier ejército conquistar el mundo -metáfora que le daría a Marx alimento para varios tomos, si viviera-.

La expectativa ante la apertura pronto da lugar a una devastadora desilusión cuando se descubra que no guarda sino arena. Pero inesperadamente desde esa arena, un poder comienza a manifestarse, ante ojos eufóricos de un general que exclama «¡beautiful!«. Un Indiana Jones alarmado le dice entonces a Marion que cierre los ojos y no los abra pase lo que pase. Pronto los espíritus que salen de allí atraviesan ojos y cuerpos de todos aquellos que no quisieron creer, sino que quisieron lanzar la mirada con envidia voraz.

Indiana Jones, segunda escena en el Reino de la Calavera de Cristal

La segunda escena es de «Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal» (2008). Irina Spalko, la agente soviética que quería saberlo todo, una y otra vez le dice a la Calavera «Quiero saber… Quiero saber… Ayúdame!». En una escena propia del Iluminismo, el saber comienza a ingresar como una luz por sus ojos, mientras ella exclama extasiada «¡puedo ver…puedo ver..!».

En paralelo a esta escena se nos presenta a George Mc Hale -el doble agente, que simpatiza con un Indiana al que también había traicionado por dinero- en una sala llena de objetos preciosos, cargando en su voracidad todo cuanto le es posible. La pirámide se derrumba, ya que la nave que ocultaba dentro está a punto de trasladarse en espacio y tiempo. La cercanía de la muerte aún le engendra la fantasía de que sólo un poco más podrá tragar antes de que aquella lo venga a buscar. Volviendo a Irina, ya comienza a decir «no más, no más… ¡Cúbrelo, cúbrelo..!». Finalmente, el abismo se traga a George y el fuego a los ojos de Irina.

En ambas escenas es como si a la mirada envidiosa se le respondiera con lo mismo: ¿lo quieres todo? Pues, a ver cuánto toleran tus ojos. La envidia no sólo que no tiene miramiento por el otro a quien quiere extraerle algo sin importar el costo, sino que además consume a quien la padece, porque lo que se demanda con voracidad desesperada es otra cosa: reconocimiento. Por «reconocimiento» nos referimos a tener el miramiento por la sensibilidad, intimidad y necesidades subjetivas de ese otro que es similar y diferente a nosotros, y en cuyo intercambio ambos nos encontramos y reconocemos.

Indiana Jones, dos formas de envidia

No nos engañemos. Si las películas presentan un juicio moral de acuerdo al cual el que envidia es malo, y recibe su merecido castigo de aquel que aparece como bueno y justo, la cosa -por suerte- es más compleja. Hay dos formas de la envidia. En un caso, la envidia es resultado de pérdidas atroces que alguien sufre en su vida y que no se vinculan a objetos de consumo sino a objetos de amor, a la dimensión del cuidado del otro, el sostén y, en consecuencia, los derechos a una vida humana. Muchas veces el robo es el modo, equívoco, en que alguien intenta recuperar algo de un cuidado al que tenía legítimo derecho y que le fue robado. Cuando esto último sucede es como intentar saciar una sed atroz de reconocimiento, con el agua de mar de los objetos materiales.

En otros casos, la envidia se basa en una idealización del otro, una construcción fantaseada acerca de un otro que se presenta como alguien que tiene algo que no quiere donar. En estos últimos casos, no se trata sólo de una idealización sostenida individualmente por el que envidia, sino que es engendrada por la actitud del envidiado. Las calaveras, por ejemplo, no hablan. Si hubieran dicho «mirá Irina, sabemos bastante pero no todo, porque nosotros también seguimos aprendiendo de la vida. Te puedo mostrar esto que sé y dentro de lo que podés entender ahora» o también «te vamos a transmitir lo que sabemos, Irina, para que veas lo absurdo que es el afán de instrumentalizar ese saber a los fines del dominio de tus semejantes». En cualquiera de ambas opciones, el otro se presenta como alguien que tiene algo absoluto e inefable a lo que se tiene legítimo derecho y que lo deniega.

La envidia como propuesta social

Si los celos suponen, como decía la psicoanalista Melanie Klein, una relación de a tres donde dos de ellos compiten por el amor de un tercero, en la envidia la relación es dual y, agrega Silvia Bleichmar, es por un objeto que se presenta como capaz de completar y que es denegado. Si los celos son una competencia por el amor, la envidia instala una competencia por los objetos. En el caso de la saga de Indiana Jones, son muchos los que compiten por el acceso primero a los objetos fascinantes como: la calavera de cristal (saber absoluto), el cáliz de Jesús (vida eterna) o el arca de la alianza (poder absoluto).

La sociedad moderna y capitalista nos propone la envidia como modalidad deseante y de enlace al semejante. En las vidrieras, góndolas y publicidades, arcas, calaveras y cálices se ofrecen, esplendorosos, a personas que cada vez tienen cada vez menos acceso a ellos, en tanto los ricos son más ricos y los pobres son cada vez más pobres. Las generaciones crecen como el joven boy scout de Indiana Jones, sintiendo que fue privado de un reconocimiento al que tenía derecho: una madre ausente y un padre que sólo podía hablar de los objetos que estudiaba, sin poder reconocer que su hijo casi es asesinado por un grupo de mercenarios. La gran estafa es cuando se nos dice que el problema es el tener y no el ser, y, particularmente, el ser-con-otros.

Indiana Jones, herir al ojo

El drama de la envidia en las tramas de Indiana Jones, suele sucumbir a posteriori de que la mirada envidiosa sea mortalmente cegada. En el caso del arca perdida, hay aún un elemento más: la decepción previa de hallar que dentro del arca sólo hay arena. Metáfora de que esa completud no existe y de que sostener esa ilusión sólo se nos puede volver en contra. Es, precisamente, cuando los objetos de fascinación se pierden -como cuando el cáliz es tragado por la tierra, cuando la calavera se va de este plano, y cuando el arca es confinada a un caja de madera que quedará archivada dentro de un inmenso depósito de objetos fascinantes- que la trama se resuelve, y que persisten y vuelven a un primer plano las relaciones entre los protagonistas.

Quizás la mejor versión que podemos pensar en la figura de este pirata americano es la de aquel que tiene la intrepidez del mercenario como para ir a la búsqueda de una aventura que, a diferencia de la finalidad del mercenario, trascenderá en el último momento a la posesión de un objeto que demostrará que no puede sustituir a los vínculos: donde nos sentimos mutuamente reconocidos.

Indiana Jones, la envidia y el juego del «veo veo»

Pensemos en la escena relatada acerca de la apertura del arca, que termina con un Indiana Jones que descubre, al abrir los ojos, que los rayos que aniquilaron a aquellos que quisieron persistir en la extracción de ese poder, son los mismos rayos que quemaron la soga que lo sujetaba. Indiana Jones se liberó porque creyó en el saber que le fue legado, por eso no precisó ver para tener. Y aquel que cree, es aquel que crea sus objetos sin quedar en el lamento de no recibirlos.

De la envidia no se sale consumiendo, ni dejándose consumir, sino aceptando que teníamos derechos que nos fueran arrebatados y que eso no se salda con objetos de colores, sino pudiendo invitar a que el otro tenga ese reconocimiento. Sólo así podremos llegar a tener gratitud hacia las cosas que sí hemos recibido en nuestro trayecto y a recuperar la potencialidad que tenemos de producirnos junto a otros. El juego del «Veo-veo» es la elaboración de esa fantasía tras el sentimiento de envidia: las cosas maravillosas están ocultas y hay alguien que tiene el saber, pero al mismo tiempo, están a la vista de aquel que se tome el tiempo de encontrarlas.