Clapper txt_Victoria Rotemberg_Dic_2018

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las adicciones remiten a “una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación”. A su vez, según el modelo biopsicosocial del psiquiatra norteamericano George Engel, en los fenómenos relativos a la salud también deben considerarse los aspectos psicológicos y de carácter social. Desde esta perspectiva, en las adicciones lo social cobra un carácter preponderante.

Hablar de angustia, tristeza, duelo, entre otros términos, se tornó un hecho casi imposible de ser asimilado por una sociedad que vela por lo inmediato, lo efímero, inmiscuyéndonos en una vorágine de obligaciones que exceden los tiempos saludables de la vida humana. Lo social, en este caso, se convierte en enemigo de la noción de “proceso” para dar lugar al paradigma de la felicidad sin límites, con el lema “sonríe siempre”. A su vez, un sinfín de productos aparecen como garantes de esa sensación que autoafirma el “ser es tener”. Productos que pasan de ser usados a ser consumidos compulsivamente.

La felicidad como objeto de consumo

El plano de un “pseudocontacto” con un presente cargado de mandatos fugaces que pregonan con voz potente la necesidad de “ser felices”; deja por fuera un cúmulo de emociones necesarias de ser expresadas para mantener la homeostasis biopsicosocial. A pesar de los vanos intentos del ritmo de vida actual, la tristeza y la angustia se hacen presentes a través de malestares físicos y emocionales que se manifiestan de diversas maneras.

¿Qué sucede cuando la angustia no encuentra lugar para ser asimilada, procesada, elaborada? ¿A dónde nos conduce este ritmo de vida que invita a un consumo constante de mandatos “felices”? Al dejar de relacionar “adicciones” con “sustancias exógenas”, el foco vira y se posiciona sobre la conducta de quien padece esa situación. La relación con aquel objeto interno o externo deja de ser una cuestión lineal para pasar a observarse en su proceso. El condimento social que invita a tod(o/a/e)s a formar parte de un “sin sentir” emocional. Sin embargo, el silencio que ofrece aquella conducta compulsiva, poco sabe de callar y comunicar.

Es imposible no comunicar.

La felicidad se tornó objeto de consumo. El consumo es un mandato. El resto de las emociones no tiene lugar de ser. Callarlas, no procesarlas, b(a/o)rrarlas, negarlas. Utilizar más consumo para llenar los vacíos emocionales que no deben existir. La cantidad de nuevos objetos y modos de relación con estos y con el resto de lo que nos rodea, obliga a grandes silencios y poca reflexión.

Todo comportamiento es una forma de comunicación, y, como no existe forma contraria al comportamiento, tampoco existe la ‘no comunicación’”, escribió Watzlawick. Es por ello que, a pesar de la impuesta necesidad de callar, En Clapps! te/lxs invitamos a expresar/gritar/sentir. Ser/estar/elegir. Hacer presente el PSICOBIO que afronte los incrédulos mandatos de lo SOCIAL, en donde el consumo propuesto se analice, procese y reflexione.