Ostentar el título de «la ciudad más austral del mundo» no solo le sirvió por su valor simbólico, sino que también fue y sigue siendo estratégico geográficamente. Es por eso que, a fines del 1800, se decidió construir una cárcel de máxima seguridad, por un lado, como castigo a los presos con mayores condenas, pero además, como impulso para que el lugar sea habitado, dado que en ese momento no existía el canal de Panamá y el paso comercial del océano Atlántico al Pacifico se hacía por el canal de Beagle. Viajar desde el centro del país hacia Ushuaia en enero es como tele-transportarse y pasar de la bermuda, musculosa y ojotas al pantalón largo, buzo y campera. Tres horas en los que pasas de un verano sofocante a un invierno nuboso.
Aterrizas en una bahía rodeada de montañas, que parecieran estar pintadas, con picos puntudos y grandes extensiones de lo que parece ser nieve, pero que en realidad son hielos que se formaron en la última era glaciar, hace miles y miles de años. Desde su costanera se puede ver decenas de embarcaciones que van desde los gomones semi-rígidos para cuatro personas a los cruceros y barcos mercantes más grandes del mundo. Entre el agua y las montañas se emplaza una población con 120 mil habitantes que llegaron de distintas latitudes del globo en busca de mejoras económicas, pensando en volver a su origen, pero que terminaron quedándose para siempre.
Usuahia, llegar al fin del mundo en bermudas
Literalmente llegamos al fin del mundo en bermudas, en una tarde nublada con unos nueve grados de temperatura. A pesar del cansancio que siempre implican los viajes, la primer recorrida es impostergable, se deja el equipaje y se sale a la calle. Alojados en la periferia, el camino hacia el centro nos da un pantallazo de la realidad del lugar. Casas y edificios austeros, de materiales prefabricados y de construcción en seco, al estilo del sur chileno.
La austeridad de sus casas no condice con los vehículos que hay estacionados en las veredas, así que esa fachada humilde no tiene mucho que ver con el poder adquisitivo de los propietarios, más bien con una filosofía de vida y con una necesidad de transporte de calidad en los tiempos invernales. El punto neurálgico se encuentra en lo bajo, a metros del puerto y desde allí la ciudad se extiende a los costados y hacia arriba, hacia los caminos de montaña.
Usuahia, ¿Qué hacer?
¿Qué hacer en Ushuaia? Obviamente este epicentro de turismo mundial tiene más que nada puntos de interés ligados al paisaje, a la interacción con la naturaleza, así que el itinerario se programa de acuerdo a nuestras aptitudes físicas y a nuestro conocimiento en deportes outdoor. Pero primero lo primero, antes de ponernos las zapatillas de trekking, el frío amerita una compra de chocolate en alguna de sus chocolaterías artesanales, que no son muchas como en el centro de la Patagonia, pero si son muy buenas.
Después de eso se programan las actividades para la estadía, intercalando jornadas de exigencia física con algunas más relajadas para no sobrecargar demasiado el cuerpo, después de todo, estamos de vacaciones. Al tener la mayoría de las atracciones en las afueras de la ciudad, y con el transporte público que sólo funciona por dentro de la misma, las opciones que quedan son trasladarse en remís, con alguna empresa de turismo aventura, alquilando un auto o en minibús privado (a metros del puerto hay un estacionamiento donde paran todas las empresas).
Usuahia, explorar el Martial y algún refugio
Comenzamos la serie de travesías subiendo a uno de los glaciares que se ve desde toda la ciudad, el Martial. La base de la montaña está ubicada a unos pocos kilómetros del centro, allí se encuentra un refugio, una casa de té para los visitantes y la puerta de entrada al sendero más accesible para llegar hasta la cima. Es un camino ancho, tapizado de piedritas, con un primer tramo bastante inclinado que pide algunos descansos, pero cada párate no es un fastidio, es una excusa perfecta para girar y darte cuenta que la vista panorámica que vas teniendo a tus espaldas, cada vez es más extraordinaria.
Las ráfagas de viento hacen sentir el frío en la cara, porque el cuerpo está caliente debido al ejercicio, de pronto sucede algo inesperado para los forasteros, comienza nevar en pleno verano. Recorrer el camino en esas condiciones nos pone la piel de gallina; y no es por el frío. Estamos cerca, a unos escasos cientos de metros del glaciar Martial, es primero de enero de 2019 y estamos cumpliendo el objetivo, nuestra verdadera meta, comenzar el año bien arriba.
Usuahia, entre lagos, lagunas y el deshielo
Como todo el sur argentino, esta región también está plagada de lagos y lagunas. Lagos de origen glaciar que se nutren del agua de deshielo y que algunos llegan a congelarse en invierno, permitiendo que las personas puedan caminar sobre ellos. En nuestro itinerario lo único que se sabía a ciencia cierta era que la Laguna Esmeralda iba a estar entre los puntos a visitar. Llegamos a esa certeza a partir de recomendaciones, fotos y lectura previa, así que desde que llegamos estuvimos buscando el medio de transporte para llegar hasta ella. La opción más acertada fue contratar a la empresa Ushuaia Safari, que mediante un transfer nos depositó a 20 km de la ciudad, al borde de la ruta 3, con cuatro brasileños y un catamarqueño que nos oficiaría de guía.
El camino comienza por un bosque espeso de lengas centenarias, pero con un sendero bien señalizado, arboles caídos por los fuertes vientos y con sólo tener cuarenta centímetros de profundidad para sus raíces, ya que luego de eso comienza la piedra. Atravesamos ese bosque hasta llegar a un claro y desde ahí bordeamos un río de montaña que tiene varias castoreras abandonadas. Nuestro guía, Nicolás, nos explica cómo fue traído el castor desde Canadá y lo grave que fue esa importación para el ecosistema de Tierra del Fuego, hasta que se convirtió en una plaga casi sin solución.
Usuahia, la mochila del guía Nicolás
Volvemos a meternos al bosque y esta vez ya queda poco camino por recorrer, al salir un turbal y un tramo rocoso nos separan de la majestuosidad de ese ojo de agua que tenemos como destino. La comida estaba incluida en la excursión, pero no nos imaginábamos que en la mochila de Nicolás podían caber tantas cosas, picada de fiambres, guiso de lentejas (con una hornalla para calentarlo), vino tinto, alfajor de postre y té o café para una sobremesa que hacemos mientras arrojamos piedras tratando de hacer sapitos en el agua.
Desde ese mismo lugar donde estábamos, relajados, charlando en portuñol, se puede seguir camino hasta el glaciar Ojo del Albino, pero la exigencia física ya no es la misma y la actividad deja de llamarse trekking para transformarse en montañismo, así que volvimos sobre nuestros pasos demorando la mitad del tiempo de la ida y en una hora y cuarto ya estábamos de nuevo en la ruta 3.
Usuahia, andar en kayak por el Lago Escondido
Caminar por la costa de una laguna es muy lindo, pero quisimos ir por más, así que la próxima aventura decidimos que fuera navegar las aguas frías impulsándonos con nuestros brazos. Dada la grata experiencia con Ushuaia Safari, volvimos a contratarlos, pero esta vez para andar en kayak por el Lago Escondido. Esta vez el contingente fue más internacionalista, suizos, colombianos, españoles, brasileños, en una combi, todos calladitos, escuchando las directivas y enseñanzas de Guille y Oscar. Otra vez la ruta 3, pero después de recorrer 60 km, llegamos al destino.
No había kayaks a la vista, solo agua rodeada de bosque y montañas, caminamos un rato por sus márgenes hasta llegar a un refugio donde la historia se volvía a repetir, el sonido de corchos saliendo de los picos de las botellas, dedos que se cruzan en bandejas de fiambres y un fuego que se enciende y comienza a darle calor a la carne y vegetales que se cocinarían en pocos minutos.
Usuahia, una sensación que se parece a la libertad
El grupo silencioso ya comienza a alborotarse, a hablar en cualquier lengua pero haciéndose entender, contando detalles de la cultura de donde cada uno proviene. La sobremesa no se quiere terminar, todos ya desestimaban la navegación, pero los guías nos reprenden como a niños y encaramos hacia el agua. Luego de una clase básica de cómo debemos utilizar los remos, la algarabía se hace silencio, concentrados con los remos en mano comenzamos a desplazarnos por el lago, que parece haber sido planchado para los principiantes navegantes. Remar pausadamente viendo como los botes avanzan con velocidad en esa inmensidad, sintiendo como cada movimiento nos estabiliza o des-estabiliza, nos da una sensación que se parece a la libertad.
Los días que no hacemos turismo aventura, los dedicamos a conocer la historia del lugar, recorremos el museo marítimo en el ex presidio, escuchamos atentamente la valiosísima charla que nos brinda Víctor Vargas Filgueira, perteneciente a los pueblos originarios de la zona y actual trabajador del Museo del Fin del Mundo. También nos subimos al sobrevalorado Tren del Fin del Mundo, recorremos en auto el Parque Nacional Tierra del Fuego, pasando por el lago Rivadavia, la Bahía Ensenada, el lago Verde, etc. Pero hay un paseo que es ineludible en este lugar, cada vez que charlamos con algún ushuaiense nos pregunta, “¿Ya fueron a ver los pingüinos?”.
Usuahia, personas que son pingüinos
Este paseo pareciera ser uno de sus mayores orgullos, después nos daríamos cuenta que ese parecer era real, porque hasta a las personas nacidas en Ushuaia, de cariño, le dicen pingüinos. Así que un poco por interés propio y otro poco por insistencia, nos subimos a uno de los catamaranes que navega por el canal del Beagle para ir a conocer las famosas aves no voladoras. En realidad, esa experiencia siempre estuvo planeada en el inconsciente, porque llegar hasta allí y no hacerlo es como ir a Las Vegas y no entrar a un casino.
Parados en la popa de la embarcación vemos como las hélices gigantes revuelven el agua y nos impulsan, alejándonos de una ciudad que cada vez se hace más chica en el horizonte. La primera parada es en cercanías de unas rocas plagadas de aves de aspecto similar a los pingüinos, pero que sí vuelan y pescan su alimento desde el aire. Luego nos dirigimos a una zona donde también hay piedras que emergen, en donde decenas de lobos marinos parecen tomar sol como en una playa. Los lobos son marrón clarito, de pelo corto, ojos pequeños y poca movilidad fuera del agua, algunos se pelean por un espacio para recostarse, otros parecen dormir profundamente.
La siguiente parada es la penúltima, en la última conoceríamos a los famosísimos pingüinos, pero esta es la que vinimos a buscar nosotros, la que nos pone cara a cara con una construcción creada por el hombre a fines del 1800, una torre que ilumina el mar por las noches guiando a los barcos, mostrándoles cual es el curso que deben tomar. Como una especie de metáfora de la vida, nosotros comenzamos el año en este lugar porque también buscábamos la señal que emite el faro que está al sur del sur, en el último rincón del mundo, para que esté nos indique cual nuestro norte.