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1-Mateo Booz (Miguel Ángel Correa)
Mateo Booz (de nombre real Miguel Ángel Correa) nació en Rosario en 1881. Durante su juventud, no habiendo terminado nunca los estudios secundarios, ejerció las labores de empleado de comercio primero, y de periodista después, siendo redactor del diario La República en su ciudad natal. En 1910 se trasladó a Santa Fe, donde viviría hasta su muerte, en 1943. En esa ciudad se relacionó con Gustavo María Zuviría -mejor conocido con el seudónimo Hugo Wast-, a quien conoció en los ámbitos periodísticos, y que lo incitaría a dedicarse a la literatura.
La ciudad de Santa Fe, como señaló el escritor Horacio Caillet-Bois, no era en aquel entonces el lugar más apropiado para desarrollar la actividad intelectual, pues había “perdido un poco de su perfil patricio arrebatado en el vértigo de una transformación política y social que alejaba a las gentes de la contemplación y del arte”. Pese a eso, en los años ‘20 Mateo Booz alcanzó gran reconocimiento en el ambiente literario argentino, al mismo tiempo que también ejerció varios cargos públicos, en actividades esencialmente abocadas al campo cultural.
Su obra destaca por el marcado corte costumbrista, en que plasmó el carácter inigualable de la Santa Fe provinciana de su tiempo. Su interés y entrega por la provincia serían moneda corriente en todos sus libros, al punto que el crítico y poeta Eduardo D’Anna, en su libro La literatura de Rosario. Siglo XIX – Siglo XX, lo llamaría “El escritor santafesino por antonomasia”.
Probablemente su libro más recordado sea Santa Fe, mi país (1934), antología de diecisiete cuentos en que desfilan los personajes de una provincia abigarrada y folklórica; uno de los relatos, Los inundados, fue llevado al cine por el director Fernando Birri en 1961. Considerado un maestro del cuento, Booz publicó dos antologías más: Gente del Litoral y Tres Lagunas (ambos de 1942).
Sus novelas no alcanzaron la notoriedad de su obra cuentística, pero sería en una de ellas, La ciudad cambió la voz (1938), donde Mateo Booz rendiría un homenaje a su ciudad natal: por un lado, un lúcido retrato de la Rosario naciente de su juventud, devenida, en los años ‘30, en una ruidosa metrópolis, y por el otro, el perfil de sus habitantes, que, ante la llegada de una modernidad irreversible, se ven envueltos en los trepidantes cambios culturales y sociales que modifican para siempre las antiguas costumbres de sus vidas citadinas.
Otros de sus libros son Aleluyas del Brigadier (1936), Soldados y almaceneros (1942) y Aquella noche de Corpus (1942). Salvo por algunas ediciones especiales o conmemorativas, sus libros ya no se editan, y la única forma de leerlos es mediante ediciones antiguas.
2-Roger Pla
Roger Pla nació en Rosario en 1912, y, huérfano de padre, vivió con su madre en la casa de una tía materna. Ahí halló la biblioteca de su tío, con la que se convirtió, siendo todavía un niño, en un lector voraz; entre sus lecturas se cuentan las obras de Edgar Wallace, Conan Doyle o Ponson du Terrail. Sin embargo, pese a su afición literaria, Roger Pla desdeñó enormemente su educación formal, lo que llevó a su madre y a su hermano mayor a transladarlo, a sus 17 años, a Buenos Aires, en pos de que terminara sus estudios secundarios, cosa que nunca hizo.
Vivió, durante la década de 1930, en Rosario y San Miguel de Tucumán, y finalmente se instaló en Buenos Aires. Por esa época hizo del periodismo su principal medio de subsistencia, trabajando en periódicos como La Prensa, La Capital y El Nacional, al mismo tiempo que se dedicaba a la escritura de su primera novela, Los robinsones (1946), que le llevó varios años terminar.
Fue además columnista de El Mundo, donde, en 1941, acaparó la atención de los lectores al protagonizar un debate público junto a Roberto Arlt -quien también escribía en ese periódico- acerca de la construcción de la novela contemporánea. En esa serie de columnas, Pla defendía la complejidad de los personajes en desmedro de la trama, en cuanto que Arlt ponía al argumento de la historia como principal eje de la novela.
Publicó en 1940 su obra teatral Detrás del mueble, y las novelas El duelo (1951), Paño verde (1955) y Las brújulas muertas (1960). Con el seudónimo de Roger Ivnnes sacó a la luz, a mediados de los ‘50, su novela La diosa de la venganza llora, que en 1975 sería incluida por Borges y Bioy Casares en la colección policial “El Séptimo Círculo” bajo el título de El llanto de Némesis.
En 1973 publicó Intemperie, su obra cumbre, que sin embargo cayó en el olvido hasta su reedición, en 2009, por la Editorial Municipal de Rosario. Publicó su único libro de poesía, Objetivaciones, en 1982, año en que murió en Buenos Aires a los 70 años.
3-Rosa Wernicke
Nacida y crecida en Buenos Aires, Rosa Wernicke (1907-1971) tomó a Rosario como ciudad adoptiva, adonde se mudó a los veintisiete años. En sus primeros años abordó el ensayo (En los albores de la paz, 1933) y la narrativa breve (Los treinta dineros, 1938; Isla de angustia, 1941).
Wernicke tuvo una participación muy activa en la escena cultural rosarina, dedicándose durante décadas al periodismo cultural en diarios como La Capital y Tribuna, donde ejerció la crítica literaria y la columna de opinión. Asimismo, se vinculó con grandes artistas de la ciudad, como Erminio Blotta, Lucio Fontana y Gustavo Cochet, a quienes recibía con frecuencia en su casa de la calle Corrientes al 600, donde vivía junto a su pareja, el pintor Julio Vanzo.
Su obra ya era reconocida en el ámbito literario local a principios de los ‘40, pero sería en 1943, con la publicación de su novela Las colinas del hambre, que llamaría la atención a nivel nacional. La que sería la única novela a lo largo de su vida es considerada hoy un hito en el campo de la novela social argentina. Publicada en Buenos Aires por Claridad, editorial de ideología izquierdista, Las colinas del hambre constituye una de las primeras denuncias sociales contra la aparición, en la zona sur de Rosario, de las primeras villas miserias y de los grandes basurales en que se ven obligados a hurgar sus habitantes.
Es palpable en la novela una crítica ácida a la sociedad burguesa rosarina, que, según Wernicke, empuja a la marginalidad a las clases rezagadas mientras se entrega a la exaltación de sus propios esplendores. En rigor, la villa miseria a la que se alude en el libro se llamaba, en aquel entonces, “La Basurita”, que pasaría a ser lo que hoy conocemos como “Villa Manuelita”; del mismo modo, los grandes basurales de la época se situaban a lo largo de la calle Ayolas.
En sus últimos años padeció una grave enfermedad neurodegenerativa que terminó con su vida en septiembre de 1971. Su obra permaneció durante años en un injusto olvido, hasta que en 2009 Las colinas del hambre volvió a editarse al ser incluida en la colección “Biblioteca La Capital”. Del mismo modo fue reeditada la antología de cuentos Los treinta dineros; dos novelas de Rosa Wernicke (La mosca dorada y Las señoras y las otras) permanecen inéditas.