Clapper txt_Mg.Luciano Rodríguez Costa_Jun_2018

In(fidelio)

Con “Ojos bien cerrados” (1999), obra maestra de Stanley Kubrik, cerramos los Ojos de Edipo. Ojos que fueron ahuecados por el trauma, sustituidos por los botones de la infancia, que se consumieron de envidia, que se tornaron visionarios para sostener lo insostenible, y que hoy se cerrarán. ¿Para qué cerrarlos? La respuesta de Kubrick: los cerramos para ver mejor. Sin embargo ¿estamos listos para experimentar la intensidad de nuestras fantasías más superficialmente profundas?

Con “Coraline y la puerta secreta” vimos cómo la capacidad de fantasmatizar es la que inventa la realidad y hace que la sintamos real (viva), y cómo también la fantasía puede funcionar como refugio cuando ciertas realidades no se pueden aún afrontar. Hoy veremos la paradoja del romance entre realidad y fantasía: para ser fieles entre sí deben engañarse.

Ojos bien cerrados. Una vez médico, siempre médico

Bill (Tom Cruise) está preso de sus identificaciones morales: médico, esposo y padre de familia. Intachable. Asiste a una fiesta de gala junto a su esposa Alice (Nicole Kidman), invitado por uno de sus adinerados pacientes. No conocen a nadie, y nadie es alguien para nadie. Sólo máscaras de formalidad. Se separan por un momento y allí cada uno se enfrentará a la tentación del engaño.

Alice baila con Sandor, un elegante caballero que le planteará la paradoja que estará en los fundamentos de la obra de Kubrick: “¿no crees que uno de los encantos del matrimonio es que hace que el engaño sea una necesidad para ambas partes?”. Bill, por su parte, coquetea acartonadamente -desde su personaje de médico- con dos jóvenes modelos que le confiesan que lo que les seduce de los médicos es que siempre parecen muy “conocedores”.

Como un perfecto ganador camina con una mujer de cada brazo, hasta que de pronto les pregunta “¿dónde, exactamente, estamos yendo?”: “a donde el arcoíris termina”, le responden. Bill tiene “ojos bien abiertos”, podríamos decir, y no se deja “llevar”. Al contrario de una Alice que se permite meterse en la ensoñación que le ha facilitado el champagne. Seduce y se deja seducir por Sandor. Fantasea con él y deja que los labios de sus fantasías lleguen casi a rozarse en su danza oniroide con los labios de la realidad de Sandor. Pero al final se va recordándole que está casada. Una parte de ella sin embargo no se irá de la fantasía que despertó el deseoso caballero.

Ojos bien cerrados. «Si ustedes los hombres tan sólo supieran»

A la noche siguiente, en la cálida intimidad de la habitación y bajo los humos cannábicos, Alice le pregunta a Bill si acaso deseó cogerse a las jóvenes modelos con las que lo vió coquetear. Alice se ha inquietado por los deseos despertados en su encuentro con Sandor y busca empatía en un Bill que no puede salirse de la racionalidad de su identidad de medico-esposo fiel-padre. ¿Por qué no me das nunca una maldita respuesta directa?”, le dirá irritada. Ella no quiere saber de su “conocimiento” -aquel que seducía a las modelos- sino que quiere saber de su deseo. Ese deseo que se basa en fantasías que no suelen respetar lo respetable. El diálogo de Alice no tiene desperdicio, más en estos tiempos de mareas verdes.

Bill no sólo no puede asumir ninguna forma de deseo más allá de lo socialmente “esperable”, sino que además le atribuye a toda mujer el mismo mandato que lo encierra a él mismo. Ella se le ríe cruelmente, y le dice que los hombres no tienen idea. Quiere desnudar el deseo detrás de los ropajes sociales. Decide entonces relatarle una fantasía surgida de un encuentro real que había tenido estando de vacaciones junto a Bill. Como Sandor ahora, antes un oficial de marina había excitado su deseo.

Ojos bien cerrados. Perderlo todo

Una mirada. Eso fue todo. Pero no pude moverme… Esa tarde Helena (hija) fue al cine con su amiga…. Tú y yo hicimos el amor e hicimos planes sobre el futuro y hablamos sobre Helena. Y sin embargo en ningún momento, ni por un instante, él estuvo fuera de mi mente. Y pensé que si él me quisiera, así sea sólo por una noche, yo estaba dispuesta a perderlo todo. A ti, a Helena, todo mi maldito futuro. Todo”.

Con esto Alice, dirían los mejicanos, le da en la madre. Destruye por completo toda la identidad en que se apoyaba la existencia de Bill, introduciendo una herida que lo lanzará hacia un recorrido de una realidad que parecerá de ensoñación. Pero luego de lanzar ese desafío, Alice continúa su fenomenal monólogo diciendo algo que en ese momento ninguno de los dos comprenderá en sus implicancias más profundas: “y sin embargo era extraño porque, al mismo tiempo, tú me eras más querido que nunca. Y en ese momento mi amor por ti era a la vez tierno y triste”. Agrega que en cuanto supo que el marino se había marchado, se sintió inmensamente “aliviada”.

Ojos bien cerrados. Paradojas

¿Cómo es posible que el momento en que Alice está dispuesta a perderlo todo por una noche de entrega sea, al mismo tiempo, el momento en que más quiere a Bill? ¿Cómo es posible que en el pináculo del deseo pasional, ella repare en la cualidad de ternura de su amor hacia Bill? ¿Y por qué la tristeza acompaña a la ternura en esta ocasión?

En “Guía de cine para perversos” (2005), el psicoanalista Slavoj Žižek toma esta misma escena para ilustrar cómo la fantasía funciona como soporte del deseo. Pero se trata de una lectura que queda como la de Bill: capturada sólo por lo erótico del fantasear. Sin poder oír la paradoja que Alice estaba planteando: el mayor momento de amor tierno se da sobre el reverso del momento de mayor excitación fantaseada. Hay varias paradojas allí: ternura fiel y excitación pulsional infiel, realidad y fantasía, el proyecto y lo efímero, el tener y el perder, lo familiar y lo desconocido.

Slavoj Zizek

Ojos bien cerrados. Fantasía como una válvula de escape

En el momento de construir proyectos y de hablar de los que ya están en curso, surge en Alice un deseo pasional que le permite sustraerse de todo aquello. ¿Por qué decimos que le “permite”? Porque surge en un momento de mucha realidad e incluso -como se verá al final de la película- de temor al “para siempre” que pesa sobre tales proyectos. Frente a los excesos de realidad, y frente a los temores a la realización de nuestros deseos, la fantasía suele operar como “salida de emergencia” o “válvula de escape”. Una fantasía que alivia del peso de la realidad, pero que también deja a Alice “aliviada” cuando la fantasía se marcha con el marino.

Una fantasía que se apoya en un perfecto desconocido, en contraste con la intimidad de un Bill que era más querido que nunca. La ternura, una dimensión que solemos desconsiderar cuando hablamos de amor, tiene que ver con esa forma de proximidad al otro que no pasa por la excitación que demanda la imperiosa descarga, sino por formas de relacionalidad que suponen la empatía y el miramiento -como dijera el psicoanalista Fernando Ulloa-. Es decir, esa parte considerada que tenía Bill, quien en diferentes escenas se muestra como capaz de prodigar un cuidado tierno hacia las mujeres -no era sólo que cuidaba porque era médico sino que, quizás, era médico porque cuidaba.


Ojos bien cerrados. La paradoja de la infidelidad sosteniendo la fidelidad

¿No es acaso una experiencia humana bastante frecuente la de ser asaltado por estas fantasías pasionales de infidelidad justo frente a momentos vitales que suponen iniciar o bien avanzar en ciertos proyectos de vida junto a otros significativos? Es lo que vemos en la escena siguiente cuando Bill visita a la hija de su paciente fallecido. Marion le cuenta que está a punto de casarse y mudarse con su pareja, Carl.

Acto seguido le confiesa su impostergable amor. Bill tiene entonces la oportunidad de hacer la experiencia en la realidad, de la fantasía de Alice: él ocupa el lugar del oficial de marina como objeto de deseo y Marion el de Alice, dispuesta a perderlo todo. Puede así vivenciar lo absurdo que le resulta ser depositario de esa confesión, precisamente por tratarse de una fantasía de escape de una Marion a la que le dirá: “ni nos conocemos, apenas si hemos hablado…”.

Se trata de la paradoja de fantasías que sostienen la realidad, la potencialidad de lo desconocido que sostiene lo perfectamente conocido, el todo sobre la base de la fantasía de la nada de perderlo todo si así se lo desea. La posibilidad de sustraernos de nuestro deseo como posibilidad de sostenernos en él, es la paradoja en juego. La tristeza es el afecto que produce la resignación de esa fantasía de placer -y pérdida- total, en favor de la realidad del amor conyugal.

Ojos bien cerrados. Fidelio

Bill no puede lidiar con la carga de excitación engendrada por la fantasía de Alice y sale a intentar hacer experiencias que le permitan elaborar algo que no logra digerir. La realidad se le confunde con la omnipotencia de la fantasía, y esa búsqueda desesperada lo aproxima al “final del arcoíris”: la famosa escena de la orgía de los poderosos (con) caretas.

La contraseña para entrar a esa casa era “Fidelio” (nombre que significa “el que es fiel”). Esta palabra alude a la única ópera de Beethoven que se llama “Fidelio o el amor conyugal”, cuya trama tiene que ver precisamente con la fidelidad de una mujer que se disfraza de hombre, Fidelio, para rescatar a su esposo apresado en una cárcel por buscar la verdad.

Bill busca rescatar la verdad de la milanesa y va a donde el arcoíris de la fantasía termina: cuerpos que no estimulan el deseo sino la mera excitación. Pornografía. “Mi mentira de amor vale más que ese horror que usted llama verdad”, canta el Manuel de Alejandro Dolina a La Muerte. Es por ello que este circuito lo aproxima a la muerte -agregamos: deseante-. Para sacarse la careta social, se puso la careta de una sociedad secreta que no lo aproximó sino a una sexualidad que no es ficcional sino pura pornografía sin velo.

La moraleja de su bizarro recorrido se la ofrece Milich, el oscuro personaje que le alquila el disfraz y que le ofrece alquilarle a su propia hija: “si el buen Doctor necesita algo, lo que sea, no hace falta que sea un disfraz”. O sea, le dice que puede desear sin caretas y que puede decirlo. Algo que precisamente no podía frente a las interpelaciones de Alice.

Ojos bien cerrados. «Fuck»

A su regreso Bill encuentra a su mujer nuevamente viendo con ojos bien cerrados: sueña. El sueño que le relata resume la trama de la película: estaban desnudos y él, Bill, salía a buscar ropa. Ella se sentía avergonzada. Esto tiene que ver con su anhelo de desnudar la verdad del deseo y cómo esto lanza a Bill a una búsqueda de ropajes simbólicos que lo dejarán más desnudo aún. Luego en el sueño ella tiene relaciones con el marino y continúa teniendo sexo con montones de hombres sin identidad, mientras se ríe de Bill. Es la segunda vez que se ríe de él y de su acartonamiento deseante, pero esta vez se angustia. Lo abraza. Comprende que lo ha herido y ahora recupera la dimensión de la ternura que parecía extraviada para ella.

Finalmente, Bill le cuenta todo su percurso a Alice. Le pregunta qué deberían hacer. Ella le responde algo crucial: “creo debemos estar agradecidos porque logramos sobrevivir a todas nuestras aventuras, ya sea que hayan sido reales o solo un sueño”. Sobrevivir a la omnipotencia de las fantasías es descubrir que estas no son todopoderosas sino que tiene sus límites en una realidad a la cual, al mismo tiempo, producen. Una realidad que también permite que las fantasías sean tales. Se precisan mutuamente. Han sobrevivido a la paradoja que Sandor planteara: la fidelidad del amor conyugal se sostiene en la infidelidad deseante.

Ojos bien cerrados. La vida como un parpadeo de sueños y realidades

“La realidad de una noche no puede ser nunca toda la verdad”, dice Alice. Lo cual vale tanto para la noche en la orgía, como para la fantasía omnipotente de perderlo todo por una noche con el oficial de la marina. Esa fantasía no puede ser toda la verdad. Tiene limitaciones.

Y un sueño nunca es sólo un sueño”, replicará Bill. Es decir, los sueños portan sus verdades, las cuales pueden servir tanto para inventar y sostener las realidades como para dañarlas. La diferencia entre el punto de partida (escena de la habitación) y el de llegada (escena de la juguetería) es que la paradoja antes era antagonismo que obligaba a elegir engaño o fidelidad, realidad o fantasía. Mientras que ahora deviene en una saludable tensión paradojal. Las paradojas no se resuelven sino que se habitan. Hay verdad en la fantasía, y la realidad no comporta una verdad absoluta. La paradoja al fin habitada es que la realidad y la fantasía son mutuamente infieles, y eso las mantiene fielmente unidas.

Ahora estamos despiertos”, le dice ella. Y agrega: “hay algo que deberíamos hacer lo antes posible: coger”. La respuesta que quizás hubiera evitado todo el recorrido atropellado de Bill, si sólo se hubiera encontrado en condiciones de permitirse jugar con las fantasías y luego privarlas de su omnipotencia al realizarlas cogiendo con Alice. Las fantasías no se cogen, los parteneres sí. Ojos que se cierran a la realidad para abrirse a los sueños, ojos que despiertan y se abren luego a la vida. La vida es finalmente un parpadeo entre sueños y realidades.