Un cuerpo lleno de contradicciones al servicio de la vida, en parte somos eso. Procurar una mueca de comodidad ante una situación incómoda, practicar una sonrisa cuando la tristeza pone a nuestro sistema corporal en estado de sitio. A mayor deseo de querer ocultar algo, menor es la posibilidad de no quedar al descubierto, la brecha entre lo íntimo y lo público queda evidenciada por como cada uno es interpelado por una situación pasada, o por algo que está ocurriendo.

El ejercicio de imaginar un reencuentro con amigos de la infancia dos décadas después, abre el imaginario a un abanico de escenarios. Anahí Gonzalez Gras, Fernando Sierra y Martín Iriarte encarnan esa situación en una entrevista laboral. Atravesados por la orientación religiosa que los unió durante la infancia, ahora se entregan a una situación plagada de incertidumbres, donde comienzan a vislumbrarse ciertas temáticas que empatizan con el público, y matices emocionales que denotan rasgos característicos de cada personalidad.

“No es una obra de estereotipos”

Una trama que va trazando su desarrollo a través del hilo conductor que tejen los tres protagonistas, que centralizan el eje de la obra en las cuestiones que van exteriorizando. “No es una obra de estereotipos, tratamos de que los personajes convivan con las contradicciones propias del humano. Como observadores somos ladrones de la realidad sin prejuicios”, comenta Magalí en referencia a la idea de despojarse un poco de patrones a seguir, y confiar en el criterio y el vuelo actoral para darle formato a la obra.

“El humor era algo que no pensábamos iba a estar tan presente”, reconoce, aunque por pasajes resulte extraño no asociarla a una comedia. Es que por un lado tenemos tópicos asociados a problemáticas de la vida cotidiana, y por otro (casi a modo de desdramatización), la personalización de cada uno de esos textos con una impronta risueña. Poner en discusión temas serios, mitigando la gravedad exacerbada que se les suele atribuir.

“Lo que generaba ficción era la actuación”

En el afán de no querer delimitar la puesta en escena en un marco determinado, la directora reconoce que “se partió de improvisaciones, donde lo que generaba ficción era la actuación”. Mucho de eso colabora en que abunde una afluencia sideral de temas con desembocaduras al mar de la religión, sobre todo en el hecho de “qué sedimentos dejó eso en el presente de ellos, muy desde lo personal”.

La última de julio

“El reencuentro es una situación linda para actuar, para poetizar, y para generar empatía”, agrega, a modo de introducción para lo que van a ver en el espacio escénico de La Morada (San Martín 711), donde los guiones invitan a hacer una introspección a partir de situaciones con las que difícilmente el público no se identifique. Luego de este último sábado 29 de julio, habrá que esperar hasta los viernes de septiembre a las 22hs para volver a disfrutarla en el teatro La Manzana.