Cada ciudad tiene su particularidad. Puede ser más o menos genérica, pero lo específico siempre encuentra la forma de hacerse notar. De la misma manera que las distintas partes de las mismas también tienen su dinámica propia. Su forma de existir y desarrollarse. Rosario es única, seguramente tan única como las pretensiones de sus habitantes aspiran. Y la cuadra microcéntrica de San Lorenzo que va desde Mitre a Entre Ríos también maneja sus propios códigos. La tardecita del jueves 11 de mayo no fue la excepción. Ohana, el barcito de la cuadra abrió a las seis y se llenó rápido, y un poco después la cola del Teatro Broadway llegó a la altura de las mesas, cruzando conocidos que, en gran parte, compartían un desenlace común. El que rezaba en la marquesina que anunciaba que Seba Furman presentaba en poco más de una hora La Canción sin fin.

La gente está terminando de ubicarse en sus asientos cuando empieza a proyectarse un video con imágenes de Charly y la voz de Furman hablando en off. Es un fragmento de su podcast, homónimo al espectáculo, que da un poco de contexto y explica de qué se trata el show. Porque La canción sin fin empezó como una charla, siguió como un podcast y terminó en la versión en vivo que está por empezar.

Estaba en un bar borracho con Julia Mengolini y su marido, quemándoles la cabeza y me dijeron: “bueno, quémales la cabeza a otra gente”.

 En su versión digital, producida en plena pandemia, Sebastián hace un recorrido por los tres primeros discos solistas de Charly García: Yendo de la cama al living, Clics Modernos y Piano Bar. Todos distintos, todos únicos y todos desmenuzados por la cabeza inquieta y analítica de Furman. El show es lo mismo, pero con banda en vivo y unas versiones impecables de uno de los padres del rock nacional.

La puesta es sencilla, de típica banda de lo que sea. Piano a la izquierda, batería al fondo, bajo, guitarra y teclados del lado derecho. Luces teatrales y las letras del fondo que rezan el nombre del espectáculo y van engrosando su trazo, de letra en letra, por instantes. El escenario se vuelve violeta, y Furman nos cuenta que estamos viviendo el ocaso de la dictadura en el 82`. Quizás ese ambiente sofocante, de opresión, explica la sensación de solamente poder desplazarse de la cama al living.

Sebastián toma la canción, la separa en partes, y las explica. Sentado en su piano, mientras da ejemplos o haciendo cantar al público. Es un catedrático. Pero también repite hasta el más mínimo detalle de los comunicados radiales que se escuchan de fondo en No bombardeen Buenos Aires. Es un estudioso que puede enseñar, pero también fue un adolescente que escuchó a García hasta el cansancio (probablemente de otros).

Se apagan las luces y comienza a verse una entrevista en la cual Juan Alberto Badía felicita a Charly por su primer disco solista. García sonríe y agradece con una sinceridad que pareciera palpable. Se apaga la luz y comienza a sonar uno de los himnos del disco, del autor y del país. Inconsciente colectivo toma un color completamente distinto cuando la voz de Coki De Bernardi se rompe a si misma mientras zigzaguea entre saleros y chicharras. Luces amarillas, el último rocker rosarino delgado y presente, y una oda a la esperanza que atraviesa el pecho.

Instagram: @luigisfine

Hay un salto temporal marcado por el sonido casi anacrónico de Rucci. Ni Romina, ni el gremialista. La otra Rucci, la Roland TR 808 que hizo de Clics Modernos un sonido en sí mismo. Mientras Furman nos grita edades, pastillas y trajes grises, repitiendo una premisa más actual y vigente que nunca (o tanto como siempre): nos siguen pegando abajo.

Primero el silencio de la banda sin tocar, de la oscuridad que pareciera enfatizar su propia carencia de sonido. Después el sonido. E inmediatamente a continuación, su fundamento. No soy un extraño es misteriosa, marca un escenario oscuro y distinto. El primer acorde, nos explica mientras el público se adapta a la atmosfera, no tiene raíz, no tiene fundamental. Por eso es que no entendemos si estamos en un arrabal porteño, en un antro neoyorkino o quién sabe dónde.

Las luces se encienden, la banda empieza a tocar una melodía que quiebra el momento. Nada cambia, a primera vista, y sin embargo el público sólo comienza a cantar. Sin instrucciones, instinto

¿No ves que el mundo gira al revés?

Foto gentileza de Rosario3

Esta canción se iba a llamar “Mi amor”, pero después decidieron que no. ¿Es un rap, es un blues? Es la Negra Sound que irrumpe en el escenario para ponerle voz (¡y que voz!) a uno de los hits del último disco de la noche.

Piano Bar es otra cosa. Una grabación en vivo, casi a primera toma, que intenta una vuelta de página y culmina la tríada emblemática de uno de los artistas más inmensos de nuestra música. Algunos opinarán que falta Filosofía barata, o quizás Parte de la Religión. Debates que seguramente se argumentarán con vehemencia en más de una mesa de bar. Ohana, tal vez. Después de las luces encendidas y los bises tocados, en otras noches, en otras latitudes. Algunas terminarán en podcasts, en libros o en continuaciones del trabajo de Sebastián Furman. O, tal vez, pensar eso es simplemente la mentira que nos hace felices.