Basquet para ciegos, cerrar los ojos y abrir el alma

Hace 128 años que se creó el básquet y hace 17 años que las personas ciegas lo pueden jugar. En Clapps! nos encontramos con Ricardo Molinari, el inventor del tablero de este nuevo deporte. Entrá para enterarte de qué se trata.

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Un mediodía de junio de 2002, Ricardo Molinari, ex jugador de básquet, fue a la cancha de Club Comunicaciones de Pergamino para tirar al aro como de costumbre. Se encuentra con un profesor parado en una punta, golpeando el piso, mientras su alumno corre hacia el ruido que éste hacía. Se dio cuenta que era un chico ciego. Ricardo sentado desde la tribuna, observando cómo esta persona trotaba de un lado a otro, a veces más rápido, a veces más lento, se preguntó por qué un ciego no podía jugar al basquet. “Le faltan elementos”, se respondió. Nunca había tratado con alguien ciego, sin embargo dijo que Dios lo puso a trabajar para ellos. Dejó de soñar y puso manos a la obra.

Basquet para ciegos, pelotas especiales para jugadores especiales

Se dirigió a su taller, donde armaba (y arma) tableros de básquet, siempre con la imagen presente de aquel profesor entrenando al ciego. “Lo primero que le dan a un chico es una pelota”, se dijo. Pero claro, ésta no tenía que ser una pelota cualquiera. Tiene que ser especial, tiene que ser sonora; aquella persona que no ve tiene que recuperarla sin que nadie la ayude. Una madrugada, una idea lo despertó a Ricardo.

Tomó una pelota de mini basquetbol, le sacó la válvula y comenzó a buscar cosas que la haga sonar, pero que no dañara el interior, ni que alterarse el rebote de la pelota en el piso. Encontró un ruleman viejo de una bicicleta y lo desarmó. Las bolillas de 7 milímetros pasaban justo por el agujero donde va la válvula. Se las colocó dentro. Llegaron sus hijos a su casa y sin darle explicaciones, Ricardo les vendó los ojos y les pidió que traten de agarrar la pelota guiándose por el ruido de ésta. Funcionaba. 

Basquet para ciegos, el turno del aro

El primer paso ya estaba dado. Ahora restaba construir el aro. Había que hacer uno para que cuando lancen a éste, se dieran cuenta que embocaban. Tomó uno de los aros que tenía en su taller, y en la base puso una lengüeta doble de chapa fina. No le convenció. Entonces pensó en colocarle un timbre de bicicleta, de los duros, de los de antes. Desde la ménsula, con una palanca, le adaptó una base al timbre. Hecha la adaptación, cada vez que la pelota pasaba por adentro del aro, si o si, tocaba la palanca. Andaba, pero todavía le faltaba. Ésta sonaba aún si el balón tocaba la red de alrededor.

Fue así que probó con una red de cadena, con la que se lograron tres cosas: cuando la pelota no llega y roza la cadena, le está anunciando al ciego que la dirección es buena, pero tiene que dar más altura; cuando la pelota toca la cadena, al ser ésta más pesada que la red común, no acciona la palanca, es decir, que no confunde; y cuando la pelota ingresa sobre la red de cadena, hace que ésta caiga derecho hacia abajo, haciendo más fácil recuperarla. Aún así, el tablero no estaba del todo realizado.

Como buen hacedor de fiaca, Ricardo tiene en su casa dos despertadores: uno en su mesa de luz, otro en el baño. Una mañana como todas, pero distinta a las demás, saltó de la cama con el ruido de una de las alarmas y, nuevamente, fue hasta su bendito taller. Otra vez sus hijos se vendaron los ojos. Ahí estaba. Ese era el sonido que iba a ubicar a los ciegos para indicarle donde está el tablero. Esa noche fue hasta la cancha de básquet, donde le comunicó a un amigo lo que había logrado; quien le indicó que vaya a enseñárselo a Marcelo Pallero, un profesor que trabaja con personas ciegas. Terminó de practicar a las 11 de la noche y fue hasta su casa. “Te quiero mostrar un juguete que hice”, le dice Ricardo. 

Basquet para ciegos, el momento «religioso» de la prueba

El 7 de agosto, el día de San Cayetano, a las 10 de la mañana, una nena de 13 años y dos nenes de 11 años fueron a la cancha del Club Comunicaciones para probar la pelota y el tablero de básquet. Se dirigió a los chicos y les explicó cómo funcionaba cada elemento e hizo que los escucharan. En sus 49 años, esa había sido la primera vez que Ricardo trataba con una persona ciega. “Nosotros nunca jugamos a esto”, al principio ninguno de los varones quería saber nada. Cinthia, la única mujer ciega allí, toma la pelota como le indicaron; lanza, pega en el tablero y sale. “Uhh” exclaman sus compañeros. Lanza de vuelta, pega en el tablero. Encesta. “La cara de Cinthia no me la voy a olvidar nunca en mi vida”, cuenta emocionado Ricardo. Uno de los chicos le agarra la mano y le pregunta: “¿Por qué se fijó en nosotros?”. En ese momento, no existía algo igual. Era la primera vez en el mundo que una persona ciega podía jugar al basquet. 

El 19 de agosto de 2002 el tablero no sólo fue patentado, sino que también fue declarado como “Ayuda Humanitaria”. Ricardo Molinari fue el argentino que inventó un deporte para personas que no pueden ver. Les cambió y mejoró la vida. No solo en el ámbito deportivo. Es un invento que hace a la calidad humana. Favorece el desplazamiento seguro e independiente en diferentes espacios. Contribuye al desarrollo neuromotor, postural y auditivo. Genera control e  independencia al elegir como, donde y cuando. Refuerza la autoestima y la confianza en sí mismo, creando seguridad a la hora de incorporar nuevas herramientas en lo cotidiano para una integración social y participativa. A diferencia de los deportes adaptados, éste es el único en el que la persona ciega se maneja con total independencia, sin ayuda de un tercero. 

Basquet para ciegos, la historia de Daniel

Daniel perdió la visión hace 10 años, por un glaucoma que le afectó el nervio óptico. En su adolescencia jugaba al básquet, sin embargo ahora lo hace de otra forma. Cuenta los pasos dentro de la cancha para saber desde donde hacer el lanzamiento; a través del sonido del aro se da cuenta si está por delante o por detrás éste, y las sogas que rodean la cancha le permiten orientarse por si pierde sentido de la ubicación en el campo. “Una persona que pierde la visión, lo primero que hace es quedarse quieta, como cuando apagan la luz.

Tira manotazos, se pone torpe. Por eso, con ésta actividad, uno recupera confianza en sí mismo, y permite expresarse en cualquier lugar. Tanto en una cancha, como en su casa. Daniel cuenta que no va al psicólogo. Su manera de distenderse y mantenerse bien mentalmente es a través del deporte. Siempre está en movimiento, buscando cosas nuevas para hacer. Su gran deseo es que el básquet para ciegos sea difundido y apoyado para que otras personas puedan jugarlo: “cuando hago un doble o un triple, me hace muy feliz, y al resto también”.

Sin embargo, desde la creación de ésta nueva disciplina deportiva que incluye a personas ciegas y discapacitados visuales, casi nulo es el apoyo que recibe. Se le consultó a Ricardo a que se debe esa falta de apoyo. “Las personas que ocupan los cargos dirigenciales en las instituciones deportivas, quienes son las que toman las decisiones políticas, no tienen idea de lo que es un ciego, solo saben que no ven”. Poca es la información que circula sobre ellos. Quienes se dedican a enseñar deporte a éstas personas, se cierran a la hora de mostrar una nueva actividad, como es el básquet para ciegos.

Pocos son los que ofrecen otra posibilidad deportiva. Además, se excusan con que hay pocos atletas ciegos, por lo tanto no llenarían cupo, por eso mismo no son admitidos en los juegos paralímpicos. Según el último censo de 2018, el 13% de la población argentina es ciega. Por un instante cerremos los ojos y abramos el alma para pensar empáticamente en aquellas personas que poseen esta discapacidad sensorial, puedan ejercitar sus capacidades motoras y su inteligencia creativa a través de éste hermoso deporte.