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Tradición, del latín traditio, remite a informaciones que se trasladan de generación en generación para constituirse como parte integral de los usos y costumbres de cada sociedad. Las tradiciones se trasladan a lo largo y ancho de historias subjetivas y colectivas. Las confeccionan, las orientan, les generan sentido de pertenencia. Por otra parte, cada época y cultura tiene la suya. Por ende, tradición y revisión no deberían caminar por veredas opuestas. Existe una necesidad de naturalizar las reflexiones, los cuestionamientos y amoldar los relatos a lo que la sociedad requiere.

Así lo comprendieron los medios de comunicación. Novelas, películas, canciones, hasta la misma plataforma virtual Netflix hacen carne lo revolucionario. Cada vez aparecen más productos que llegan a los primetime de dispositivos compartidos por las familias, con contenidos prometedores para una sociedad netamente reflexiva. El boom de los derechos llegó para no irse. Una invitación constante a la deconstrucción, a la escucha atenta de quienes reclaman reconocimiento y respeto por lo más puro: la identidad. Esta vez, de la mano de La casa de las flores, recorremos la ruptura de mandatos encarnados por la talentosa Verónica Castro. Una temporada de imperdibles 13 capítulos con nombres de flor y espíritu de lucha.

La Casa De Las Flores

Erísimo, adversidad

Romper con los mandatos no es cosa sencilla. Cuando Virginia de la Mora, encarnada por Castro, comienza a quitar los velos de quienes la rodean, la necesidad de interiorizarse y reflexionar se torna fundamental. Quitar los velos que ella misma pone, tal como lo realiza la sociedad para con las personas. Quitar los velos es, en verdad, llevarlo al propio yo para quitárselos de los ojos y poder ver realidades diferentes. Quitar los velos es armar la propia revolución conceptual que sólo conoce dedos señaladores de aquello que no es como unx considera que “debería ser”. Quitar los velos para reconocer que el propio par de lentes necesita modificarse para obtener otras perspectivas.

Realizar duelos pertinentes por identidades construidas internamente respecto de quiénes son lxs otrxs. Dejar que esxs otrxs decidan quiénes ser. El amarillo de la flor del erísimo enfrenta a Virginia/sociedad a su propia adversidad tras vislumbrar las fallas en sus intentos de imponer mandatos que poco saben de derechos. Así se plantan semillas de Pensamiento, que simboliza la reflexión, para asimilar que lo propio no necesariamente coincide con lo ajeno. Un sinfín de relatos asimilados por lxs protagonistas comienza a desfilar durante la serie mexicana. Un sinfín de relatos que dinamiza lo supuestamente rígido de las estructuras sociales.

Camelia roja, reconocimiento

Identidad de género, orientación sexual, estereotipos de familia, identificaciones, etiquetas, son algunas de las temáticas que la serie aborda. Temáticas que como semillas bien regadas y cuidadas dieron como resultado a la casa de las flores, un trabajo que se suma a otras expresiones emergentes que ponen en cuestionamiento lo aprendido, invitan a mezclar las letras y formar nuevas palabras con aquello enseñado.

Somos historias. Así es como nos crea(ron/mos). Historias que provienen de tradiciones, de modos de ser, de modos de hacer. Historias que conllevan mandatos. Historias que socioculturalmente esperan repeticiones, o tal vez pequeñas rebeldías ante esos relatos pero que no se tornen demasiado diferentes a los originales. Pero las deconstrucciones han llegado para quedarse y seguir movilizando aquellas estructuras que se suponen inamovibles. Naturalizar lo social es un grave error que necesita repararse. Escribir la propia narrativa, con la pluma del valor y el reconocimiento, hacia allí vamos.