Clapper txt_Eugenia Michiels_Oct_2019
Tomamos dos artistas franceses. Un fotógrafo y un pintor. Uno del siglo XIX y otro del siglo XX. Ambos retratistas de París. Uno de noche, otro de día. Tomamos esas disidencias y las hacemos convivir, en un hilo conductor que rige tanto sus obras como sus vidas: la transgresión de los paradigmas y las leyes del arte y la fotografía.
Analizamos el trabajo artístico del fotógrafo Eugene Atget, y del pintor y cartelista Henri de Toulouse-Lautrec, que a pesar de haber vivido en distintos siglos y haberse dedicado a dos ramas diferentes del arte, tienen más cosas en común de lo que se puede imaginar.
Henri de Toulouse-Lautrec y la intimidad de los prostíbulos y cabarets
Toulouse-Lautrec fue un artista, pintor y cartelista francés, quien se hizo famoso por sus retratos de la vida nocturna de París. Este personaje de las calles de Montmartre y su bohemia han marcado un antes y después en la corriente de arte postimpresionista.
A diferencia de sus colegas pintores de fines del siglo XIX, Toulouse-Lautrec no estaba interesado en el paisajismo, ni en la reinterpretación de obras famosas como era costumbre en su época. Su foco de atención se centró en todo aquello que era despreciado, oculto, oscuro y escondido; debido, en gran parte, a cómo se veía a sí mismo.
Su aspecto físico -cojo, 1.52 m, enano y feo- fue algo que Toulouse-Lautrec sufrió durante toda su vida. Su incapacidad de relacionarse con mujeres de la misma manera que sus compañeros artistas generó en él, una depresión devenida en alcoholismo que lo llevó a frecuentar diariamente los prostíbulos y cabarets de París. Y este hecho marcó el inicio de una carrera artística que lo posicionó como uno de los artistas más importantes de la historia.
Al frecuentar constantemente estos ambientes nocturnos, Toulouse-Lautrec comenzó a retratar a las bailarinas de Cancán de los cabarets, su gestualidad y el movimiento de sus bailes, con una técnica que asemeja a la fotografía y que tiene sus raíces en el japonismo.
De los prostíbulos retrató escenas cotidianas que se hicieron muy famosas, como su obra La inspección médica en la que se pueden ver dos trabajadoras sexuales (amigas íntimas de Toulouse-Lautrec) esperando en fila para la inspección médica semanal obligatoria. Toulouse-Lautrec las pintó relajadas, semi desnudas, cómodas; algo que sólo una persona familiarizada con esos ambientes podría lograr.
El Moulin Rouge y la crítica al statu-quo
Pero Toulouse-Lautrec, a pesar de ser pintor, se hizo famoso por otra rama del arte que comenzaba a proliferar en los últimos años del siglo XIX: la litografía y el cartelismo. Su obra más famosa fue el cartel que le encargaron hacer para uno de los cabarets más icónicos de la ciudad de París: el Moulin Rouge.
El cartel del Moulin Rouge hecho por Lautrec mediante la técnica de la litografía, generó un gran revuelo en el París del siglo XIX. Muchos fueron los que acusaron a Henri de no ser artista, y menospreciaron su trabajo calificándolo de obsceno. Pero fue la fama que le dio el Moulin Rouge lo que catapultó su carrera y lo llevó a estar presente en todas las galerías de Francia.
A pesar de las críticas –que fueron muchas- Henri de Toulouse-Lautrec es considerado uno de los pintores y cartelistas más famosos de la historia del arte; debido, irónicamente, a la transgresión que representaban sus obras. El retrato de lo “obsceno” y lo sexualmente explícito iban en contra del statu-quo, y cuestionaba la hipocresía de los que consumían este tipo de actividades en privado para luego criticarlo en público.
Eugene Atget y el París de cambio de siglo
Por otro lado tenemos a un fotógrafo del siglo XX, también francés, que retrató la ciudad de París de una forma muy particular.
Eugene Atget, luego de rondar por diferentes oficios, se dedicó a la fotografía a la edad de 40 años. Abrió un pequeño estudio y comenzó retratando personas en la calle, sus oficios y objetos encontrados a los que sólo él les echaba ojo.
Con una colección prolífera de más de 4000 fotos, Atget documentó la vida diaria de la ciudad a principios del siglo XX, centrándose en las zonas, oficios, monumentos y parques que comenzaban a extinguirse con el cambio de siglo.
Atget no se consideraba a sí mismo un fotógrafo, sino un mero documentador. Su obra se conoció tras su muerte, ya que en vida su forma de fotografiar rompía con los conceptos de la fotografía como se la conocía por entonces, generando un malestar en los críticos del arte y la fotografía, quienes seguían creyendo que ésta era la mera representación “objetiva” de la realidad.
Atget se convirtió en un precursor involuntario del movimiento surrealista de la fotografía. Su forma de retratar la cotidianeidad parisina era única y particular. Sus imágenes de reflejos en vidrieras, de pilas de ruedas de carreta acumuladas en un callejón, de tiovivos (o calecitas como les decimos acá) le daban un aspecto fantasmagórico y cuasi post-apocalíptico a sus fotografías.
Este efecto lo lograba captando las calles de París en horarios donde no circulaba ni un alma, a las primeras horas del amanecer cuando la niebla cubría todo, o a altas horas de la noche cuando las calles estaban vacías de gente.
El cronista de París que se negó a fotografiar la Torre Eiffel
Eugene Atget fue un tipo muy particular, con un pasado de vagabundo, conocía las calles de París como la palma de su mano, algo que aprovechó al máximo y lo volcó en su forma de fotografiar la ciudad.
Este fotógrafo, a pesar de vivir en un momento de la historia de la fotografía donde la calidad de las cámara era cada vez mayor, y se comenzaron a crear modelos más livianos y fáciles de usar; seguía utilizando una enorme cámara de cajón de 18×24, que junto con su trípode pesaba más de 20 kilos. Debido a la incomodidad de cargar esta cámara y del tiempo que demoraba en tomar cada fotografía, Atget realizaba sus tomas con mucha paciencia y sin prisas.
La obra de Atget se aprecia observándola al completo, ya que todas sus imágenes se relacionan entre sí y tiene un hilo conductor: París. Atget fotografió la ciudad desde dentro, no como un turista, y se negó a retratar los lugares icónicos como la Torre Eiffel y otras atracciones típicas.
Los temas de sus fotos se centraron en objetos y lugares, como vistas topográficas, escenas urbanas, callejones, parques, porterías, rejas, negocios, imágenes arquitectónicas, juegos mecánicos y carruajes. Y, por otro lado, también en personas, como vagabundos, cocheros, comerciantes y prostitutas.
Atget retrató el París cotidiano que pasaba desapercibido para los turistas y para los mismos parisinos que recorrían sus calles sin prestar atención a los tesoros ocultos en cada esquina que sólo éste fotógrafo pudo ver.
Las disidencias y similitudes de Atget y Toulouse-Lautrec
A pesar de haber vivido en distintos siglos y de haberse dedicado a dos ramas diferentes del arte, Eugene Atget y Henri de Toulouse-Lautrec tienen varias cosas en común.
La similitud más notoria entre estos dos artistas es su fascinación por la ciudad de París. Por un lado, Lautrec se dedicó a retratar la vida nocturna de esta ciudad famosa por sus cabarets; obsesionado con el barrio bohemio de Montartre y las personas excéntricas que lo frecuentaban. Y, por otro lado, Atget avocó su obra a retratar la vida diurna de París, sus comerciantes y sus esquinas ocultas; logrando así un registro casi involuntario de la repercusión del cambio de siglo en la vida diaria de la ciudad.
Otro de los aspectos que tienen en común la obra de Atget y Lautrec es el hincapié -casi involuntario- que hacen en los oficios más marginados de sus respectivas épocas, como el oficio de la prostitución. Henri se dedicó más a este aspecto, que es el que ronda toda su obra, pero Atget también le prestó atención a estas mujeres marginadas. Cuenta con una fotografía famosa de una prostituta a la que retrató sentada en la entrada del prostíbulo, relajada, o mejor dicho: humanizada.
Pero la característica en común más notoria de estos dos artistas es sin duda su capacidad de transgredir con los paradigmas dominantes de sus respectivas épocas.
Henri de Toulouse-Lautrec rompió con la concepción del arte serio, al igual que su amigo íntimo Vincent Van Gogh, utilizando una gama de colores que se salía de lo habitual, incorporando la técnica del japonismo y retratando temas que ningún otro artista se había animado a mostrar. Sus pinturas, dibujos, litografías y carteles del parís de jarana y diversión, fueron fuertemente cuestionados por los críticos de arte de su momento, quienes veían en la obra de Lautrec una innecesaria obscenidad y no la consideraban digna de pertenecer a las galerías de arte. Pero fue justamente este tipo de obras las que rompieron con el paradigma de arte serio y abrieron el camino para que el arte comenzara a jugar con la publicidad -influenciada también por el inicio de cambio de siglo- y con el cartelismo.
Atget, a su vez, también cuestionó y puso en jaque a los paradigmas de la fotografía de su momento. Su obra fue un puente entre la fotografía del siglo XIX y la del siglo XX, entre la fotografía supuestamente objetiva y documentalista, y la moderna fotografía artística.
Gracias a sus tomas únicas y muy características, que rompían con el estilo de la época y retrataban lugares y personas fuera de lo común, Atget es considerado el primer fotógrafo genuinamente moderno del siglo XX.