Con el sostén de un lenguaje cinematográfico alejado por completo de los cánones tradicionales, hecho que los seguidores de Jean-Luc Godard y del surrealismo notarán familiar, el film expone los conflictos que debe afrontar un joven llamado Tomás Caminos (interpretado por Facundo Luengo, fallecido tras el rodaje).
«Me voy a la ciudad», dice cada día nuestro protagonista que lleva consigo un peinado estilo Sid Vicious y quien vive en algún suburbio con su sonámbula familia. No la tiene nada fácil, claro; su novia le comunica estar embarazada, él se ve con otra chica y las portadas de los diarios anuncian un inminente eclipse.
Enterado de que será padre, intentará conseguir dinero trabajando de cadete. Pero, ante la falta de experiencia laboral y exigencias incomprensibles, no tiene otra alternativa que asociarse con un dealer. En una película atravesada por flechas y líneas de todo tipo, la idea de fuga para diblar la existencia está más presente que nunca.
Tomás camina las calles y se reúne en bares siempre con un cigarrillo en la boca, al que le cuesta cada vez más encender, mientras que el todo y la nada entran en constante interacción. Así, Sapir se las ingenia en hacer metáfora y poesía algunas dificultades juveniles y construye escenas que con sutileza dejan entrever problemáticas sociales (intolerancia social, incomunicación, carencia de utopías, desempleo y aborto). Y no es para menos; el eclipse amenaza con dejarnos más ciegos e inmóviles de lo que estamos.
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