Clapper txt_Alvaro Arellano
El arte tiene esa virtud, entre tantas, de convertir el dolor en una expresión genuina, de canalizar angustias para plasmarlas en un cuadro, en un escrito, en una puesta en escena. Correrse del mismísimo estado de ánimo, a veces, no es necesario para despertar una mínima emoción en el otro, sino todo lo contrario. Capitalizar los pesares y la procesión que va por dentro para generar algo que interpele al receptor, es otra forma de comunicar, pero sobre todo, implica un rasgo que distingue a los artistas.
Aplíquese al ámbito cultural como a la vida: Si somos capaces de transgredir, ¿cuál es el límite?, pregunta, indaga y cuestiona la obra sobre Frida Kahlo. Un planteo que no significó un límite para la pintora mejicana, sino más bien el salto sobre sus propios dolores, y el arrojo a un vacío donde descansaban sus penas transformadas en trazos de un pincel.
Inspiradora de innumerables artistas y provocadora de decenas de obras. Fenómena Frida respira su vida y exhala a través de una puesta que combina danza, teatro y plástica, una lógica escénica que retrata parte de su vida amorosa, luchadora y revolucionaria. Con la dirección general de Marlen Puello, una cubana que absorbe de las raíces más profundas de su tierra para empatizar con el andar de Frida.
“Intentar hacer algo diferente”, manifiesta la directora, piedra angular de esta (re)construcción, en la que se propone “una Frida con la que el púbico quiera preguntarse y responderse lo que considera que es convencional o no convencional, qué es la transgresión”. Partiendo de lo que se conoce, de lo que cuenta la historia, y se proponen otras cuestiones que habita en el personaje de la protagonista, y de quien fue su compañero a pesar de todo, Diego Rivera, interpretado por Maximiliano Guerra.
“Esta cosa de revolucionarios que se codean con la gran elite del mundo de la cultura, con la gente que tenía gran poder, pero a la vez iban caminando descalzos a la par del pueblo pidiendo la liberación”, sintetiza el reconocido bailarín bonaerense. Ponerse en lugar de un cuerpo, casi tomarlo como propio luego de tanto indagar sobre su vida para llevarlo a escena, de eso se trata. “Nos preguntamos como poner todo en el cuerpo, no ponerlo solo con palabras, y gracias a la búsqueda de Marlen, empezó a parecer fácil”, sintetizó el intérprete de Diego Rivera.
La búsqueda de Marlen por el papel protagónico, decantó en el encuentro con Patricia Baca Urquiza. La bailarina chaqueña asumió el rol en una de esas encrucijadas que plantea la vida: “Me lo propuso en un momento de mi vida donde yo estaba muy frágil, y en parte es lo que le pasó a Frida, en momentos de dolor, o sentir que no se puede más, Patricia y Frida, encontraron una salida con el arte, es como un rescate para mí”.
Entre sus palabras, Patricia desliza su sentir y la responsabilidad de llenarse de un compromiso que va más allá de levantar una pierna o hacer una pirueta, “se trata de representar a una mujer que existió, que vivió todo lo que vivió y lo transformó en arte”. En aquel juego de similitudes, esa representación por la figura de alguien que existió, y de manera tan intensa, llama al paralelismo con la propia Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, cuando en un intento por describir su propia corriente artística, se despegaba del estilo surrealista que le achacaban, aludiendo que ella no pintaba sueños, sino algo existente y real, ni más ni menos que su propia vida.